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SILLÓN DE OREJAS

Ideas para bibliotecas en crisis

La biblioteca es uno de los pocos lugares del mundo (occidental) en el que los jóvenes aprenden sin dolor un poco de esa disciplina tan necesaria para la vida. Como dice Julian Barnes, estamos permanentemente hambrientos de ficciones, a pesar de que la realidad no se queda corta como suministradora de historias abracadabrantes.

Manuel Rodríguez Rivero
Max

Las bibliotecas públicas ya no son lo que eran. Afortunadamente. Hace ya tiempo que en ellas casi todo ha cambiado para que lo esencial pueda mantenerse. De solemnes y vetustos almacenes de libros y otros materiales impresos (“toda la memoria del mundo”), cuyos sólidos muros parecían prolongar la (entonces) infranqueable frontera entre la alta y baja cultura, las bibliotecas se han convertido en lugares de participación en los que el saber y el aprendizaje constituyen el telón de fondo de fértiles espacios de socialización ciudadana, y en los que se han permeabilizado los compartimentos estancos entre investigadores, lectores y buscadores de información y know how. No creo que haya en el mundo un lugar más radicalmente democrático que una biblioteca pública. Es verdad que esas transformaciones han tenido lugar en una época en que, por emplear una estupenda expresión del historiador del libro Robert Darnton, la “información ha estallado furiosamente a nuestro alrededor”, pero también lo es que las bibliotecas han sabido adecuar su funcionamiento a la implosión digital con velocidad, imaginación y eficacia mayores que otras instituciones de la cadena del libro. Las bibliotecas públicas son en muchos lugares del planeta los mayores proveedores de Internet para amplios sectores de la población, proporcionando a los más desfavorecidos oportunidades (búsqueda de trabajo, comunicación) antes impensables. Pero la biblioteca es también, como me recordaba recientemente un amigo que ha sido bibliotecario antes que suministrador de ISBN, uno de los pocos lugares del mundo (occidental) en el que los jóvenes aprenden sin dolor un poco de esa disciplina tan necesaria para la vida y que, cada vez con más frecuencia, no encuentran en otros sitios (incluidos sus hogares): allí no pueden comer, ni beber, ni molestar al vecino con voces estentóreas o auriculares con el volumen desbocado; allí no maltratan ni son abusados. Pero, al mismo tiempo, las bibliotecas son espacios amenazados. Me entero, por no referirme otra vez a las de aquí, de que en Gran Bretaña han echado el cierre más de 200 en el periodo 2011-2012. La crisis (que, como aquí, tiene nombres y apellidos) se ha cebado en ellas, afectando especialmente los recortes presupuestarios al personal y a la adquisición de fondos y mejoras de las instalaciones. Por eso se están organizando por todo el país campañas más o menos festivas para llamar la atención sobre su situación y atraer a la gente. Algunas han organizado cursillos de biblioterapia en los que se proporciona bibliografía “curativa”: desde libros de autoayuda a poemarios pretendidamente balsámicos (véase, por ejemplo, el instructivo Bibliotherapy toolkit ofrecido por el condado de Kirkleen). Pero hay otras iniciativas. Leo, por ejemplo, que en Escocia algunas bibliotecas han organizado campeonatos de booky table tennis, es decir, partidas de ping-pong en las que los libros hacen la función de palas. Y las hay aún más radicales y llamativas, como las que ofrecen cursos de pole-dancing (para mayores de 16 años) a cargo de miembros del personal dotados de desparpajo y sentido del ritmo. Imagínenselos: el bibliotecario o la bibliotecaria de sus sueños con poca ropa y contorneándose en la barra al ritmo de My heart belongs to daddy, como hacía Marilyn Monroe ante la estupefacta mirada de Yves Montand en El multimillonario (Let’s make love, Cukor, 1960). Solo que ahora llevando en la mano el Sartor resartus de Carlyle, o Fifty shades of Grey, de E. L. James, por citar los que probablemente sean los libros menos y más solicitados en tan doctas instituciones. En fin, que todo sea por el futuro de las bibliotecas.

Historietas

Brecht Evens (1986) vuelve a desplegar su llamativa imaginería hipercromática basada en una utilización original de la acuarela

Angulema, la capital europea del cómic, ha concedido su Grand Prix al veterano holandés Willem (Bernhard Willem Holtrop), muy conocido en Francia gracias a las vitriólicas viñetas que publica cada día el diario Libération. Entre las menciones especiales destaca la obtenida por Castilla drive, un original (y duro) thriller de Anthony Pastor (1973) cuya versión española ha publicado La Cúpula. Por lo demás, y entre las más interesantes novelas gráficas de autores extranjeros que he leído recientemente, selecciono Los entusiastas, publicada por Sins Entido, la meritoria editorial que dirige el arquitecto Jesús Moreno. Su autor, el belga Brecht Evens (1986), del que ya conocíamos Un lugar equivocado, vuelve a desplegar su llamativa imaginería hipercromática basada en una utilización original de la acuarela, y en la que, ocasionalmente, se aprecia la influencia de George Grosz. Pero mi álbum preferido es El rayo mortal (Reservoir Books), de Daniel Clowes (Chicago, 1981), una historia publicada originalmente en 2004 en la que están muy presentes algunos de los temas y motivos (la incomunicación, el desconcierto juvenil) característicos del genial creador de Wilson (2011). Por último, el mejor libro de referencia reciente sobre el cómic clásico es The Golden Age of DC Comics, 1935-1956, (Taschen, 39,99 euros), un impresionante vademécum (con historias, entresijos y making off) profusamente ilustrado de la gran factoría estadounidense de superhéroes. El texto está en inglés, pero, créanme, se entiende todo y, además, es lo de menos.

Novelón

Descanso de la tormenta del barcenazo refugiándome una vez más en las novelas (por cierto, según explica el académico José Antonio Pascual en su instructivo No es lo mismo ostentoso que ostentóreo, publicado por Espasa, el sufijo -azo solo se empezó a emplear con el sentido que quiero darle a partir del bogotazo de 1948). Y es que, como dice Julian Barnes, estamos permanentemente hambrientos de ficciones, a pesar de que la realidad no se queda corta como suministradora de historias abracadabrantes. En la última semana de zafarrancho informativo y presuntos implicados/as agitándose como lombrices en el anzuelo, he revisitado a uno de mis clásicos favoritos del siglo XX: Junichiro Tanizaki (1886- 1965), del que Siruela, en cuyo catálogo figuran sus novelas fundamentales (casi todas, por cierto, traducidas del inglés o del francés: una pena) acaba de publicar Las hermanas Makioka, una de sus obras maestras. La historia, cuya versión definitiva se publicó en 1948, transcurre en la última fase de la expansión imperialista de Japón (segunda guerra chino-japonesa) e inmediatamente antes del ataque a Pearl Harbor, pero ese telón de fondo no parece afectar demasiado a las cuatro protagonistas de esta bellísima y pausada historia de decadencia familiar tejida en torno a la búsqueda de un marido conveniente para Yukiko, la tercera de las hermanas de una acomodada familia de Osaka que se debate entre la nostalgia del pasado y un futuro en que nada será como antes. Su título original, Sasameyuki, hace poética referencia a la nieve que cae ligera, y con ese título (Bruine de neige, “llovizna de nieve”) fue incluida en la excelente edición de obras del autor publicada en La Pléiade. Si quieren leer una de las cumbres de la novela japonesa de todos los tiempos, ahora la tienen a su alcance.

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