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Concertgebouw, sonido del tiempo

La orquesta, una de las de mayor prestigio mundial, celebra sus 125 años La formación visita Madrid dentro de su gira por los cinco continentes

Isabel Ferrer
La legendaria Grote Zaal (Sala Grande) de la orquesta del Concertgebouw, en una fotografía de 1895.
La legendaria Grote Zaal (Sala Grande) de la orquesta del Concertgebouw, en una fotografía de 1895.

“Músicos y directores han ido cambiando a lo largo del tiempo, pero el Concertgebouw es una gran familia con buen ambiente que ha mantenido la calidad de su sonido”. Gustavo Gimeno (Valencia, 1976) desvela con naturalidad el secreto de la orquesta holandesa, que cumple 125 años entre las mejores del mundo. Camino de un concierto al que acude en bici, el percusionista admite que la selección previa es durísima y muchos colegas se quedan por el camino. “Una vez dentro, sin embargo, todo el mundo contribuye a que te sientas cómodo para dar lo mejor”. La receta, en apariencia sencilla, no cuajaría sin la complicidad del director. Y el letón Mariss Jansons, titular desde 2004, es un buen ejemplo de las bondades de la distensión y confianza mutua.

Durante un reciente ensayo extraordinario abierto al público, tarareaba melodías, marcaba cadencias y pedía una vuelta más al mismo pasaje, con un estilo cercano y concienzudo. El resultado era pleno: la orquesta, vestida de manera informal, sonaba como en un día de estreno.

Unida al edificio que le da nombre, la Real Orquesta del Concertgebouw, apelativo oficial, suma 120 miembros de 22 países. Actualmente hay otros dos españoles: Lucas Macías Navarro (oboe), y Miriam Pastor Burgos (cuerno inglés). La acústica de su Sala Grande (Grote Zaal), su gran baza, suele presentarse como un misterio que nadie está dispuesto a desvelar. Hasta la documentación del centro cita, bromeando, “artes oscuras”, cuando aborda el asunto. Aunque tal vez la explicación derive de una feliz coincidencia. Adolf Leonard van Gendt, el arquitecto, carecía de oído. En su casa bromeaban diciendo que era “tan musical como una vaca”, pero logró un sonido redondo. Protegido con mimo desde 1888, cada remodelación ha exigido dejar intacto el diseño original, de 44 metros y con un aforo de 2.137 asientos. Tal es el cuidado puesto, que no se tocan ni los motivos decorativos de paredes y techo.

La descripción técnica de la Sala Grande cifra en 2,8 segundos el tiempo de reverberación del sonido (2,2 segundos, sin público). Según los expertos, “una atmósfera ideal para el repertorio de compositores como Mahler, o Benjamin Britten”, que dirigieron también sus obras en Ámsterdam. En 1983 se comprobó que el edificio entero se hundía lentamente en el suelo arenoso de Ámsterdam y cundió la alarma. ¿Cómo evitarlo sin dañar la venerada acústica? Entre 1983 y 1988 las obras de renovación mantuvieron en marcha el calendario de conciertos, y al país en vilo. Una vez controlado el hundimiento, se hizo una ampliación para acoger a un público cada vez más numeroso. El diseño, firmado por el arquitecto Pi de Bruijn, incluía cristal transparente, acero y tonos grises. Visto con la perspectiva actual, nada más adecuado para mezclar modernidad y estilo renacentista holandés. Pasado el frenesí inicial, el reto visual planteado por la nueva cristalera supone un atractivo más de la plaza de los Museos (junto al de Van Gogh, Stedelijk y Rijksmuseum), donde se ubica.

“Cuando me hicieron una prueba, en 2001, estaba en una encrucijada profesional. Si lo conseguía, mi vida daría un vuelco. En percusión somos tres. Para los amantes de la música este es uno de los lugares más apetecidos. Porque lo del sonido es verdad. Es incomparable”, asegura Gimeno, que estudió entre Valencia y Ámsterdam y viene de familia de músicos. Su padre tocaba el clarinete y su hermano es director. La actividad fraterna da pie para mencionar a su jefe. “Mariss Jansons figura siempre entre los tres mejores del mundo. ¿Qué puedo añadir? Es un privilegio”, afirma.

Una de las características de la orquesta holandesa es lo bien que parece tratar a sus maestros. En 125 años ha tenido solo seis y ha habido de todo. Desde el primero, Willem Kes, titular durante siete años, al legendario Willem Mengelberg, que permaneció 50 y consolidó a Gustav Mahler como artista de cabecera de la orquesta. Su sucesor, Eduard van Beinum, abrió la puerta a la obra de Bruckner y la música francesa, y murió dirigiendo.

Después de la experiencia de Mengelberg, estricto hasta el autoritarismo, la pérdida de Van Beinum, muy querido por los músicos, fue doblemente dramática. Bernard Haitink y Riccardo Chailly, los directores que le sucedieron, dejaron su impronta, respectivamente, con los conciertos televisados —en buena parte de Europa— y la ópera. Sin olvidar la aportación de Nikolaus Harnoncourt, con su clara querencia por el repertorio del siglo XVIII.

Mariss Jansons, al frente desde 2004, ha mantenido la tradición de Mahler, Bruckner, Richard Strauss y Brahms, y sumado obras del siglo XX, con Shostakóvich y Messiaen. A Jansons le han sido encargados también los conciertos del jubileo, que llegarán a los cinco continentes. Será el primer conjunto en lanzarse a un viaje tan largo (el Auditorio Nacional de Música de Madrid les espera hoy y mañana con dos programas distintos, en torno a Bartók, Chaikovski, Bruckner y Strauss), “en busca del poder unificador de la música”, en palabras de Jan Raes, director gerente.

En Ámsterdam, las celebraciones tendrán su momento estelar el 10 de abril con un concierto doblemente especial. La orquesta reunirá a músicos del Concertgebouw y de las Filarmónicas de Berlín y Viena. Entre los solistas invitados aparecen la violinista holandesa Janine Jansen, el pianista chino Lang Lang y el barítono estadounidense Thomas Hampson. “Suena tópico, pero esta será una larga gira que no te puedes perder”, apostilla el músico español Gustavo Gimeno.

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