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CRÍTICA DE 'HITCHCOCK'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Anverso y reverso del gran creador

Carlos Boyero
Janet Leigh (Scarlett Johansson) y Alfred Hitchcock (Anthony Hopkins), en un fotograma de 'Hitchcock'.
Janet Leigh (Scarlett Johansson) y Alfred Hitchcock (Anthony Hopkins), en un fotograma de 'Hitchcock'.

Alfred Hitchcock, ese hombre permanente y comprensiblemente enemistado con su adiposo cuerpo y su pintoresca apariencia, comprendió antes que nadie que el director es la estrella y se lo hizo saber muy pronto no solo a la industria y a las estrellas que él dirigía, sino también al amado público. Convirtió su nombre en el mayor reclamo publicitario y fue tan coqueto y exhibicionista que se permitía el autohomenaje de que su inconfundible figura apareciera en todas sus películas desde que tuvo clarísimo que estas eran sus hijas, desde los comienzos, desde su etapa inglesa. También en sus cínicas e inquietantes presentaciones en la serie de televisión Alfred Hitchcock presenta.

Viendo su inmarchitable cine, ese apabullante lenguaje visual al servicio de historias casi siempre turbias que quedan grabadas perdurablemente en la retina del espectador, su obsesión por el lado oscuro de las personas y las cosas, su capacidad para transmitir las sensaciones más desasosegantes, deduces la potencia de su volcánico cerebro y la complejidad de su personalidad. De todo ello habla esta película reconstruyendo la creación de Psicosis, una película que aunque me la sepa de memoria me resulta arduo y amenazante revisarla en soledad. Por si acaso, porque lo que ocurre en los moteles aislados del mundo y en la placidez de la ducha está grabado pavorosamente en mi consciente y en mi subconsciente por el arte de aquel individuo tan inteligente como perverso.

HITCHCOCK

Dirección: Sacha Gervasi.

Intérpretes: Anthony Hopkins, Helen Mirren, Danny Huston, Scarlett Johansson, Jessica Biel.

Género: drama. EE UU, 2012.

Duración: 98 minutos.

Y, cómo no, presta mucha y agradecible atención a la mujer que compartió la vida de este complicado y apasionante señor desde que ambos tenían veinte años. Se llamaba Alma Reville y trabajaba como montadora. Cuenta Donald Spoto en su biografía de Hitchcock que en medio de una tormenta feroz en el mar mientras que ambos se dirigían a Estados Unidos, cuando ella estaba vomitando hasta el alma en la cubierta, Hitchcock le declaró su amor, ofreciéndole un anillo y preguntándole si quería casarse con él. Lo hizo. No se separaron nunca. Sabíamos que él ejerció de mirón toda su vida, que estuvo obsesionado por un tipo determinado de hembra, que era altamente improbable que estas hermosas mujeres le otorgaran en el mejor de los casos algo más que respeto, admiración, simpatía o afecto, que lo hubiera dado todo por tener la pinta de Cary Grant, el actor al que dirigió en cuatro ocasiones memorables enamorando a esas mujeres que a él le volvían loco, que algunas de sus películas más perturbadoras y geniales debieron de nacer de un sentimiento de desdicha.

El director Sacha Gervasi y el guionista John McLaughlin se acercan al retorcido universo de Hitchcock con notable talento e imagino que con más de una lógica licencia artística sobre lo que ocurrió en el rodaje de Psicosis. Por ejemplo, ignoran la leyenda de que Saul Bass, aquel maravilloso diseñador de títulos de crédito, dirigió la antológica secuencia de la ducha al ponerse enfermo Hitchcock. Pero lo que cuentan y lo que sugieren es tan atractivo como creíble, está muy bien contado, debió de parecerse mucho a la realidad.

Cuentan cómo Hitchcock y Alma hipotecan su lujosa casa y su bienestar para inventarse una película en la que no cree casi nadie, en la que los productores, que se han enriquecido con los numerosos taquillazos del cine de este hombre, se niegan a financiar una película en la que su estrella femenina es asesinada a la media hora de proyección. Y el rodaje de esa obra maestra estará acompañado por el miedo del hombre gordo no solo a que su extraña criatura fracase, a no encontrar el tono y la claves para que esa tenebrosa historia enganche masivamente a los espectadores, sino también a que su muy comprensiva esposa deje de comprenderle, soportarle y amarle, a que su trabajo con un guionista que trata de estimular y dar crédito público a una mujer tan inteligente como creativa que siempre ha permanecido a la sombra de su famoso marido transforme una colaboración profesional en una relación de amor. Los celos, el terror a perder al eterno flotador de su tortuosa existencia, la tormentosa convivencia con sus demonios y sus obsesiones, la vulnerabilidad extrema del hombre que sabía demasiado, su alcoholismo y su compulsiva glotonería, está muy bien retratado.

Me habían contado que Anthony Hopkins sobreactuaba dando vida a ese personaje que era excesivo en todo. Yo le encuentro perfecto. Y Helen Mirren, esa actriz siempre irreprochable, hace una creación sutil y magistral de la sufrida y sagaz Alma Reville, de lo complicado que debe ser pasar la vida al lado de alguien tan singular como atormentado, tan extraordinario en su arte como retorcido en su existencia. Sería lamentable que esta atractiva película solo encontrara eco entre los que mantenemos una fascinación inquebrantable por el cine de este hombre.

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