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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Querer saber’

David Trueba

Los duros comentarios sobre la confesión de Lance Armstrong a Oprah Winfrey de su dopaje para ganar siete Tours, ridiculizan la tan norteamericana dinámica de culpa y redención. Pese al puritanismo, uno siente cierta envidia. Si escuchamos a esos escritores que ganaron el Planeta y cobraron durante años por ser jurados, que de pronto despotrican contra quien gana después de ellos y sufren una sobrevenida pureza literaria para mostrarse críticos con el tejemaneje, comprobamos lo fácil que es la indulgencia con uno mismo y la inquisición con los demás. Lo peor de Armstrong es que fue dueño y señor del pelotón, marginando a quien osaba contradecirle e involucrando en su corrupción a todos para liberarse de testigos incómodos.

En la política española sucede lo mismo. Los partidos son incapaces de aplicar a su mecanismo interior el mismo rasero que claman para que se aplique en el partido de enfrente. El problema es mayúsculo, porque genera la impunidad por contagio. La corrupción es una plaga, imposible de erradicar mientras nadie afronte la transparencia en la financiación de los partidos, en la proliferación de fundaciones de los partidos, en la bolsa de empleo parásito que generan los partidos y en la deuda financiera de los partidos. No podemos olvidar que si trasciende la pestilencia del caso Bárcenas no es debido a investigaciones internas y a la limpieza en casa, sino a la batalla cainita y las guerras intestinas dentro del partido.

Para entrevista demoledora, la que le hizo Gonzo en El intermedio a José Luis Peñas, antiguo concejal del PP en el territorio Gürtel. No hubo lágrimas ni ternura impostada, solo la percepción de que nadie quería saber dentro del partido cómo se desviaba dinero público para intereses bastardos. Nosotros dejamos mal acabadas las redadas, enfangadas las investigaciones y preferimos contrarrestar las sospechas fundadas con ejercicios de patrioterismo y fe inquebrantable. En política, en negocios y en deporte. O hacemos como con aquel esquiador al que llamábamos entrañablemente Juanito hasta que cayó sobre él el peso de la prueba y corrimos a recordar que era alemán de origen y a llamarle fríamente Johann Mühlegg. Como quien dice, ese señor no era del partido, aunque usara despacho y coche oficial hasta el miércoles pasado.

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