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Columna
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Lumpen del siglo XXI

La obra de Owen Jones deconstruye con acierto los mitos de la revolución conservadora

Joaquín Estefanía

A mediados del siglo XIX, Marx definió la categoría de lumpemproletariado.Con la vibrante literatura que practica cuando ejerce de periodista, escribe en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Se organizó el lumpemproletariado de París en secciones secretas (…) junto a roués arruinados con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaroni, carteristas y rateros, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra toda la masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème”.

Desde aquí se acuñó el concepto de lumpen, que ha evolucionado con la sociedad de cada tiempo pero que ha aglutinado siempre, como elementos constantes de sus componentes, los de ser la clase social más baja, sin conciencia de clase (la clase en sí frente a la clase para sí) y sin organización política ni sindical. Así, la estratificación social estaba formada por los andrajosos, la clase obrera y la clase alta. Un siglo y pico después, cuando la revolución conservadora que inició Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EE UU se hizo hegemónica, irrumpieron con fuerza las hasta entonces incipientes clases medias, las sociedades de propietarios, a las que trataron de sumarse en el ejercicio del progreso social los proletarios y parte de los más abajo. El icono principal de esas clases medias era la vivienda en propiedad, para lo cual debían endeudarse para toda la vida y depender del crédito de los bancos.

Los efectos de la Gran Recesión inaugurada en el verano del año 2007, que se trata de la crisis más larga y profunda del capitalismo desde la Gran Depresión de los años treinta, suprimen la movilidad de las clases sociales y quiebran esa idea del progreso lineal. El empobrecimiento de las clases medias las está arrastrando, de nuevo, a la parte más baja de la escala social. Como el mito de Sísifo. Y ello en un contexto de desigualdad (de ingresos, de patrimonios, de oportunidades) brutal. Muchos analistas comienzan a hablar de una nueva estratificación social en esta segunda década del siglo XXI, cuyos extremos son los desafiliados (Robert Castel), aquellos que van quedándose al margen del progreso, y las elites que se rebelan (Christopher Lasch), abandonan al resto de las clases sociales a su albur y traicionan la idea de una democracia concebida por todos los ciudadanos. Estas élites, financieras, políticas o mediáticas, redistribuyen los estereotipos de la clase trabajadora a la que culpabilizan por haber vivido por encima de sus posibilidades, y los de las subespecies como la de los chavs de Owen Jones, parte del nuevo lumpemproletariado del siglo XXI: jóvenes que ni estudian ni trabajan, parados o con sueldos tan bajos que ser mileuristas es su utopía factible, poco reivindicativos pero con sensación de pertenencia a una tribu, y siempre con un teléfono móvil en su mano y ataviados con alguna prenda (original o copia) de marca. Con mucho acierto, Jones ha pretendido con su libro sobre la demonización de la clase obrera deconstruir los mitos de la revolución conservadora (todos somos clase media) y los efectos de la desigualdad extrema (como desigualdad natural) en la calidad de la democracia y en la cohesión social.

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