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La cultura despierta en Marsella

La ciudad francesa se convierte en capital europea durante un año mirando al Mediterráneo y enfrentándose a los estereotipos que ensucian su imagen

Álex Vicente
Vista de Marsella, con el edificio en construcción del Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo y, detrás, la catedral de Sainte-Marie-Majeure.
Vista de Marsella, con el edificio en construcción del Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo y, detrás, la catedral de Sainte-Marie-Majeure.gerard julien (afp)

Tras cuatro años de ardua preparación, un millar de proyectos examinados y una inversión pública cercana a los 600 millones de euros, Marsella se convirtió ayer en capital europea de la cultura. Habrá sido un largo y tortuoso camino, con conflictos incesantes dentro de su organización, acusaciones de faraonismo a sus responsables y la sospecha creciente de que la ciudad no estaría a la altura de las circunstancias, incluso en boca de unos autóctonos que reconocen que autodenigrarse forma parte del carácter local.

Pero los marselleses se echaron en masa a la calle para participar en la ceremonia de apertura, a la que fueron invitados con la consigna de gritar durante cinco minutos a las siete de la tarde. A ese clamor popular se sumaron las sirenas de las casernas y las campanas de las iglesias. La cuestión era hacer ruido, para demostrar que Marsella posee una vitalidad que muchos le niegan.

La ciudad está decidida a plantar cara a los que ensucian su reputación y demostrar que vale más de lo que insinúan los chistes parisinos, empeñados en tratar a los marselleses como exagerados patológicos con tendencia irrefrenable a la asociación en banda armada. “La mala reputación de Marsella es injusta. Tenemos 2.600 años de historia, una identidad multicultural como pocas ciudades y una facilidad natural para acoger al extranjero. Que solo se hable de ajustes de cuentas entre traficantes de droga es un sinsentido”, respondía ayer el alcalde de la ciudad, el conservador Jean-Claude Gaudin. Además de seducir a hordas de visitantes, Marsella aspira a dinamizar una escena cultural acusada de estar adormecida, cuando no de resultar directamente narcótica.

Y... Košice

[TXT-DESPI]Desde 2001, el Consejo Europeo atribuye la capitalidad europea a dos ciudades a la vez, emplazadas a lucir vida cultural ante el resto del continente e incitadas a renovar sus infraestructuras. Este año, Marsella comparte el honor con Košice, la segunda ciudad de Eslovaquia. Capital de la metalurgia con pasado austrohúngaro, dará el pistoletazo de salida el próximo fin de semana a su programación, que incluye desde una exposición sobre las vanguardias eslovacas hasta la transformación de una piscina en centro cultural, lecturas de autores europeos en lugares insólitos o un concierto de Jamiroquai.

Si era cierto, la ciudad ha decidido despertar de su sueño. Lo hará con un programa de 500 exposiciones y actividades, acompañadas de un extenso programa de renovación urbanística. En primera línea de mar, se inaugurarán museos de primer orden con la voluntad de terminar con su histórico retraso en infraestructuras, consecuencia del secular centralismo francés. “No era normal que la segunda ciudad francesa dispusiera de tan pocos equipamientos para la cultura”, explica Jean-François Chougnet, director general de la plataforma que ha orquestado los actos de la capitalidad. Chougnet ha ideado una programación “que mira hacia el Mediterráneo y sus distintas culturas”, a imagen y semejanza de la ciudad, con el sueño de recuperar el atractivo del que gozó a principios de los noventa. “Hay que volver a generar una movida marsellesa”, sonríe el programador.

La mayoría de los nuevos espacios fueron proyectados antes de la concesión de la capitalidad, pero serán terminados a tiempo para darle más brillo. El más esperado es el Mucem, nuevo Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo, aún inacabado y que abrirá en mayo. Se trata de un espectacular cubo de cristal protegido por un cautivador arabesco, proyectado por el arquitecto marsellés Rudy Ricciotti, cuyo proyecto batió a los de Rem Koolhas y Zaha Hadid. “Mi edificio aspira a proporcionar un poco de serenidad a una ciudad perjudicada por sus políticos nefastos, por una economía catastrófica y por el habitual baño de sangre”, asegura Ricciotti. Sin embargo, no quiere oír hablar de un posible efecto Bilbao: “El Guggenheim es un acto de colonización, mientras que mi proyecto supone una alternativa a la hegemonía anglosajona. Ha sido construido por obreros y materiales locales y aspira a redistribuir en Marsella los beneficios que logre generar”. Enemistado con las autoridades locales, Ricciotti apoya al grupo de artistas marselleses rechazados por la organización, que conducirán un programa off este año.

En las inmediaciones del Mucem se erige la espectacular Villa Mediterranée, centro con forma de trampolín pensado para muestras sobre asuntos políticos y sociales de la cuenca mediterránea. Los antiguos almacenes portuarios del J1 han sido transformados en gigantesco espacio de exposiciones temporales. Y, en el empobrecido barrio obrero de la Belle-de-Mai, la antigua fábrica de tabaco de La Friche ha sido renovada y ampliada. Su primera exposición invita a 40 artistas —entre otros, Mona Hatoum, Kader Attia o el bilbaíno Javier Pérez— a reflexionar sobre asuntos inherentes a su geolocalización, como la guerra y el exilio; el diálogo intercultural y la mutabilidad identitaria. “No importa dónde hayamos nacido. En el fondo, todo venimos del mismo mar”, sostenía ayer la artista francesa Annette Messager, otra invitada a una cita que aspira a cambiar el rostro de Marsella para siempre. Los escépticos se acumulan, pero nadie parece querérselo perder.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.

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