_
_
_
_
_

A la vejez, viruelas cinematográficas

José Sacristán logra su primera candidatura a los Goya con ‘El muerto y ser feliz’

Gregorio Belinchón
José Sacristán, el martes por la mañana en la Academia de Cine.
José Sacristán, el martes por la mañana en la Academia de Cine. SAMUEL SÁNCHEZ

El movimiento tiene tanto de promoción como de reconocimiento cinematográfico. José Sacristán estrena mañana viernes El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, con la que obtuvo su segunda Concha de Plata en San Sebastián, tres días después de lograr su primera candidatura al Goya; él, que es uno de los nueve fundadores de la Academia de cine. Y la estatuilla a mejor actor parece segura para este madrileño de 75 años. Delante de unos calamares a la plancha, horas después de la lectura de la selección, y de ponerse ciego en la sede de la Academia a conceder entrevistas, este madrileño —en realidad, se define como “mitad de Chinchón, mitad de Bariloche [Argentina]”— insiste: “No es bueno para el hígado el rencor, de verdad. Yo he hecho más teatro que cine estos años... Claro que quiero ganar el premio, pero que no me muero si no me lo llevo, ¿eh?”.

En la comida le da tiempo a hablar apasionadamente de su maestro y amigo, Fernando Fernán-Gómez: ahora es Sacristán quien ostenta el título de vozarrón de cine español. “Bueno, es que ya estoy en segundo de Fernando”, ríe antes de mostrar su próximo proyecto: la dramatización del primer volumen de las memorias de Fernán-Gómez, El tiempo amarillo.

Porque Sacristán vive atado al teatro —sigue de gira con Yo soy Don Quijote y le duele la poca repercusión de su obra con textos de Antonio Machado, con 80 representaciones en Argentina y solo seis en España—, pero de repente se ha convertido en el apóstol del cine arriesgado con sus protagonistas en Madrid, 1987, de David Trueba, por la que es candidato a los premios Forque, y El muerto y ser feliz, de Javier Rebollo, con la que parece esperarle el cabezón de los Goya. “A mí, del guion de Rebollo me atrajo el parecido de mi papel con mi pobre diablo de Cara de acelga”. Eso, y que su personaje, un asesino a sueldo español que lleva décadas en Argentina y que al saber que va a morir se lanza a devorar kilómetros en su viejo coche, le permitía rodar en su amado país de adopción. “Yo di el tono de bondad que me parecía pedía, y nunca recibí una indicación contraria”. Y de repente vio la película acabada: dos voces en off cambiaban por completo el tono. “Le dije: ‘Habedme avisado’. Porque yo había hecho otra película”. Nunca le había ocurrido eso. “Pero es lo que él quería hacer y yo estoy a sus órdenes. Javier es un tipo muy especial que tenía en su cabeza esa película”. Aunque el presupuesto fue exiguo, Sacristán no lo notó. “Y mira que hicimos kilómetros”. Claro, como era en su amada Argentina...

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_