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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un pura sangre del periodismo español

Gervasio Sánchez recuerda a Enrique Meneses en su blog, 'Los desastres de la guerra'

El reportero Enrique Meneses, en 2011.
El reportero Enrique Meneses, en 2011.MOKHTAR ATITAR

Aunque sabía que la muerte perseguía a Enrique Meneses pensaba que la esquivaría una vez más como ha hecho tantas veces en los últimos años. Pero la fortaleza humana tiene un límite aunque este gran caballero del periodismo ha luchado hasta su último suspiro.

Le visité en su casa hace dos semanas. Le abracé y le besé durante un largo minuto. Hablamos durante casi dos horas. De periodismo, de fotografía, de la vida. Me sorprendió su entereza porque sabía que tenía los días contados. Me enseñó la maqueta de su gran libro fotográfico que no ha podido ver publicado. Me despedí acariciándole la mano consciente de que seguramente sería la última vez que lo vería vivo. En las conversaciones telefónicas recientes transmitía un gran cansancio como si todo dependiera de un hilillo, pero nunca se olvidaba de mandar besos para la familia. Me han contado que no dejó de hablar de periodismo hasta que cerró sus ojos para siempre.

Me gustaría contarles su historia. Ustedes mismos se darán cuenta por qué admiro a este gran hombre, por qué hay que admirarlo y seguir aprendiendo de sus escritos, de sus libros, de sus fotografías, de sus permanentes lecciones. Cuando se escriba la verdadera historia del periodismo español (en la que espero que no estén los escribas del poder), Enrique Meneses ocupará un lugar privilegiado.

Hace 83 años, su nacimiento coincidió con el crack de 1929. Hace más de 65 años, el 28 de agosto de 1947, cubrió la muerte de Manolete con apenas 17 años y cobró 150 pesetas por este primer reportaje aunque gastó tres veces más en la carrera del taxi que le llevó de Madrid hasta la ciudad andaluza.

Hace 60 años atravesó toda África de El Cairo a El Cabo en busca de una belleza nilótica que había visto en una revista. Hace 57 años cubrió magistralmente la guerra del Canal de Suez en la que murieron varios ilustres periodistas y fotógrafos como Jean Roy y David Seymour, uno de los fundadores de la agencia Magnum. Hace 55 años, en diciembre de 1957, se encontró con Fidel Castro y Che Guevara en Sierra Maestra.

Sus reportajes en Paris Match sobre aquellos revolucionarios barbudos son parte de la historia del periodismo. Parece que hablamos de prehistoria y, sin embargo, qué reportajes más modernos y frescos que derriban la falacia actual de que la inmediatez es más importante que la reflexión.

Si yo fuera un prohombre de la Televisión iniciaría mi primera emisión con la mejor entrevista posible: Meneses y Castro, frente a frente en la actualidad, recordando aquellos años y pasando revista a más de cincuenta años de historia. Saltarían chispas, pero sería inolvidable.

Hace más de 50 años llegó a Nueva York coincidiendo con la crisis de los misiles en Cuba, fue testigo de la marcha de la Libertad que lideró Martin Luther King y fotografió el acto de inscripción de la primera estudiante negra en una universidad estadounidense.

Hace 46 años dirigió la revista Cosmópolis acompañado por las mejores plumas de la época. Hace 40 años formó parte del equipo de Los Reporteros, un clásico de la historia de la televisión.

Hace casi 20 años llegó a Sarajevo en pleno cerco salvaje. Allí lo conocí. Tenía la edad de mi padre y seguía yendo a las guerras porque amaba el periodismo como el primer día. Me impresionó verle subir las escaleras del hotel Holiday Inn (el ascensor nunca funcionaba) a pesar de sus dificultades respiratorias. Me reí mucho cuando me contó que había engañado a su familia diciéndole que se había ido a un safari a Kenia.

Cuando hace 12 años empecé a dirigir anualmente un Seminario de Fotografía y Periodismo en Albarracín (Teruel) el primer ponente fue Enrique Meneses. Un sábado a primera hora se dirigió a 150 personas que no le conocían de nada. Estuvo una hora y media contando historias periodísticas con esa majestuosa capacidad narrativa que sólo los privilegiados derrochan. Para muchos fue un inolvidable descubrimiento y se lo agradecieron con un aplauso eterno. Porque Enrique absorbía a los que lo escuchaban, tenía el don de la palabra y manejaba el lenguaje como pocos.

Sus reportajes en Paris Match ayudaron a salvar a Abu Simbel, los impresionantes templos del sur de Egipto. Entrevistó a Abdel Krim a quien su padre había combatido, a los reyes Faisal II de Arabia Saudita y Huseín de Jordania, al Dalai Lama en seis ocasiones, conoció a Picasso, Dali y Luis Miguel Dominguín y fue testigo de la boda grecoespañola de los actuales Reyes.

Su libro de memorias “Hasta aquí hemos llegado” (publicado por Ediciones del Viento en 2006) es, sin duda, el mejor que he leído en muchos años y debería forma parte de los planes de estudios en la universidades y masters de Periodismo.

El texto, escrito con gran brillantez y un ritmo endiablado, penetra en un pozo de sabiduría sin fondo que te atrapa hasta su última línea. Es un compendio de gran periodismo.

Pero si hacemos una encuesta entre los jóvenes estudiantes de periodismo será difícil encontrar a alguien que sepa quién es Enrique Meneses. Si nos acercamos a las redacciones, quizá algún veterano comentará: “¡Pero si se murió hace años!”. Pues no: ha estado vivo, coleando y haciendo gran periodismo, utilizando los últimos avances tecnológicos, hasta el final de su vida.

Sorprende que apenas haya recibido invitaciones para explicar su visión del periodismo puro cuando es difícil encontrar a alguien que trasmitiese mejor sus experiencias.

Enrique Meneses tampoco ha tenido suerte en el frecuente reparto de premios. Deberíamos preguntarnos por qué esta bendita profesión tantas veces exalta a los periodistas mediocres y a los trinchados en la rueda del poder mediático y olvida a los verdaderos pura sangre como Enrique Meneses.

Ojalá su muerte sirva para recuperar la figura de uno de los periodistas imprescindibles de nuestra historia. Querido Enrique, me alegro de que por fin descanses en paz.

Este texto ha sido publicado en el blog Los desastres de la guerra, de Gervasio Sánchez.

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