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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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El primer sillón del 13

Manuel Rodríguez Rivero
MAX

Leo en la prensa que Amazon, la multinacional de comercio electrónico, habría eliminado en los últimos meses miles de “falsas reseñas” de su página web, a resultas de una campaña contra el fraude en las valoraciones “espontáneas” de los libros que comercializa. Siguiendo su estrategia de extremo (y patológico) secretismo, la voraz compañía de Seattle no ha revelado ni la cantidad, ni los métodos, ni los criterios, pero la movida se ha hecho pública a partir de los comentarios de muchos lectores. Amazon, que (atención) ya percibe casi un tercio de cada dólar gastado en productos de la industria del libro en Estados Unidos, comprendió desde el principio el poder suasorio que las recomendaciones y las valoraciones (de 1 a 5 estrellas) de lectores y críticos espontáneos podían tener en la promoción y venta de los libros. Sobre todo en una época en la que la auctoritas de la crítica tradicional está en entredicho y cualquiera puede erigirse en juez desde su propia tribuna online o desde las que interesadamente se le brindan (y conste que estoy convencido de que una parte nada desdeñable de la crítica literaria más exigente que hoy se escribe se encuentra en la Red). En todo caso, y volviendo a Amazon, los escándalos no tardaron en aparecer: pronto se hizo evidente que en su web se publicaban críticas ditirámbicas de amigos o parientes del autor y, también, reseñas de escritores que alababan sus propios libros y ponían a caer de un burro los de sus colegas (como hizo el historiador Orlando Figes). Los espontáneos todavía pueden concederle cero o cinco estrellas a libros que ni siquiera han leído, y en el propio Hall of Fame de reseñistas de Amazon figura en el primer puesto la “crítica” Harriet Klausner, que presume de haber escrito (atención) más de 25.000 reseñas en Amazon y tiene su propio club de fans. Las sospechas de fraude se agravaron aún más cuando comenzaron a aparecer en la Red agencias que ofrecían a autores y editores la colocación en las librerías online de comentarios favorables a libros concretos, incluyendo paquetes de 20 reseñas por 499 dólares. Uno de los que recurrió a esos servicios fue John Locke (nada que ver con el padre del empirismo), célebre durante el tiempo de un suspiro por haber sido el primer autor digital autopublicado que vendió un millón de ejemplares en Amazon. En cuanto a este país de nuestros sobresaltos, y a pesar de que, según los datos proporcionados por las encuestas de hábitos de lectura, las reseñas y críticas no son ni mucho menos el primer criterio que impulsa a la compra y lectura de un libro, los editores españoles, que siempre han sido especialmente tacaños a la hora de pagar anuncios en los medios, siguen valorando como una variante de publicidad gratuita las críticas y reseñas de los suyos. Por supuesto, más las positivas, aunque lo importante sea aparecer como sea. Muchos editores están suscritos a agencias “de seguimiento de los medios” que les proporcionan cumplida información (con fotocopia incluida) de las noticias y reseñas sobre sus libros publicados en la prensa escrita. En cada una de esas fotocopias (conservo muchas en mi rebosante archivo) aparece no sólo la crítica (o noticia) completa y el nombre de su autor, sino el medio (con su tirada y difusión) en que se publicó, la sección del periódico y el tamaño (en centímetros cuadrados y tanto por ciento del total) que ocupa en la página, así como una indicación del número posible de lectores. Y, sobre todo, una estimación del precio que les hubiera costado un anuncio que tuviera la misma extensión que la reseña o noticia (y que los editores se han ahorrado). Ya ven, la picaresca implícita en el sistema de procesamiento de la literatura puede adoptar distintas formas, complicidades y ahorros. Por eso a menudo me parece milagroso que todavía existan (tantos y tan buenos) críticos que realizan su trabajo con independencia.

Relectura

Terminé el año con un inoportuno (y psicoanalizable) enfriamiento y una breve convalecencia que me vino muy bien para repasar Orgullo y prejuicio, uno de esos clásicos que ganan en frescura con la edad. Austral ha publicado una edición conmemorativa de su bicentenario que incluye el libro y un estuche de deuvedés con la adaptación que realizó para la BBC Andrew Davies, seguramente la más fiel al espíritu de la novela de todas cuantas se han filmado. A estas alturas ya se ha dicho casi todo sobre esa magnífica comedia romántica de costumbres en la que se han inspirado todas las posteriores (incluyendo la muy rentable franquicia de Bridget Jones). En 1813, cuando apareció, el público (especialmente el femenino, más consumidor de ficciones) parecía haberla estado esperando: la independiente, inteligente, divertida y rebelde Elizabeth Lizzy Bennet, su personaje central, logró con su sola presencia que todas las demás heroínas de la narrativa del primer romanticismo parecieran de cartón piedra. Jane Austen había escrito la novela dieciséis años antes de su publicación, pero la había dejado dormir en un cajón para, más tarde, cambiarle el título (se iba a llamar Primeras impresiones) y corregirla concienzudamente. Apunto la fecha de su primera composición porque hasta ahora no había sido del todo consciente de que el señor Darcy, el contrapunto de Lizzy en la novela, constituye un perfecto antecedente de lo que luego se llamaría héroe byronico, a partir del protagonista de Las peregrinaciones de Childe Harold, publicado por el poeta romántico entre 1812 y 1818. Darcy es orgulloso, arrogante y un punto atormentado, de ánimo cambiante (a veces parece bipolar) y, sin embargo, íntegro y capaz de afectos profundos, características todas ellas que exhibirán más explícitamente sus descendientes Rochester (Jean Eyre, Charlotte Brontë, 1847) y Heathcliff (Cumbres borrascosas, Emily Brontë, 1847). Reconozco que esos rasgos byronianos del señor Darcy están más enfatizados en la versión televisiva de la novela y se apoyan en la excelente interpretación del personaje que consigue Colin Firth, que se muestra permanentemente malcontento. El pack de Austral se vende por 19,90 euros.

Epifanías

A estos Reyes Magos que llegan sin camellos (se han visto obligados a empeñarlos al entrar en la Península) y abrumados por el peso del carbón destinado a tanto Gobierno de recorta y tentetieso, solo les he pedido que consigan que se largue Ignacio González, el último azote que nos dejó a los ciudadanos de Madrid la señora Aguirre, la (otra) cólera de Dios. Cada vez que abre la boca y produce una de sus boberías extremo-derechosas me dan vengativas ganas de promocionar dentro del ámbito madrileño la APHLVI (Asociación Para Hacerle La Vida Imposible). A propósito de los Reyes Magos tengo un deseo y una certeza. El deseo es que, a pesar de su penuria, traigan buenos libros para los buenos lectores. La certeza es que, a partir del día 8, el número de ejemplares devueltos a los editores batirá todos los récords históricos. A lo mejor en el año 13 de este milenio aprenden a contenerse un poco.

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