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Viaje a la noche romántica del Prado

Un libro coral recoge la relación de la pinacoteca madrileña con los convulsos y revolucionarios tiempos de la revolución del romanticismo

'Souvenir de Velázquez', de John Everett Millais 1868, Londres, Royal Academy of Arts
'Souvenir de Velázquez', de John Everett Millais 1868, Londres, Royal Academy of Arts

“Los románticos nos enseñaron a vivir, a morir, a soñar y, sobre todo, a amar. La poesía ha exaltado el amor y lo ha analizado, lo ha recreado y lo ha propuesto a la imitación del universal”. La cita de Octavio Paz sirvió al Catedrático de Fenomenología de los Estilos y de Historia del Arte Contemporáneo por la Universidad de Bolonia, Alfredo de Paz, para introducir en su conferencia Fenomenología de la pasión y del deseo en la pintura de la edad romántica un estimulante análisis sobre asuntos como la representación del cuerpo de la mujer en el arte, cuando el arte en ese tiempo en que se opuso a la “pasión por la razón’ de las perspectivas ilustradas y neoclásicas”.

La transcripción de aquella charla está contenida en El arte de la era romántica (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores), que recoge el ciclo de conferencias que bajo ese título se celebró en el Prado, con el auspicio de la Fundación de Amigos del Museo que dirige Francisco Calvo Serraller (crítico de EL PAÍS). Para aquellos que no acudieron entre octubre de 2010 y marzo de 2011 al programa propuesto por Calvo Serraller para “acreditar la relación del romanticismo y la pinacoteca”, pueden adentrarse en las ideas y los modos de creación de un periodo trascendental en la historia, el convulso XIX, de la mano de especialistas como el escritor Félix de Azúa, que se dispone a impartir este mes un curso relacionado con el tema en el Casón del Buen Retiro, Javier Manterola --disertó sobre la ingeniería civil del romanticismo--, el historiador Jordi Canal (Entre el imperio y la nación: la construcción de la España contemporánea) o los conservadores de la institución madrileña --Manuela B. Marqués (Goya), Leticia Azcue Brea (escultura y artes decorativas) o Javier Barón y José Luis Díez (el XIX)—y de otras extranjeras: Arlette Sérullaz (Louvre) o Alison Smith (Tate).

“La pintura fue, desde luego, mucho mejor considerada por los románticos, aunque no sin someterla a una profunda transformación, que se inició con el trastrocamiento de los géneros. (…) Agitación, dinamismo, exuberante color y exotismo fueron algunos de los elementos que se impusieron”, escribe Calvo Serraller en el texto introductorio, que recurre en su título al viejo hechizo romántico de la noche.

De esa nueva pintura se ocupan también Thomas E. Crow, que se detiene en los retratos papales de los ingleses David, Ingres y Lawrence, o Carlos Reyero, y su mirada a “las raíces cosmopolitas de los pintores románticos españoles”; la música es cosa de Juan Ángel Vela del Campo y el urbanismo, de Fernando de Terán, que vence la aparente paradoja de dedicar una conferencia a la ciudad en el seno de un ciclo sobre el movimiento que más y mejor glorificó la naturaleza.

El volumen, presentado en el museo recientemente con una disertación de José María Guelbenzu sobre la literatura de aquel tiempo arrebatado (de Novalis a Shelley; de Coleridge a Fernán Caballero), viene a añadirse a una colección inaugurada en 1995 con un repaso a los Grandes museos históricos. Hasta la fecha, se han publicado17 títulos, entre otros: Tiziano y el legado veneciano, El bodegón, El Bosco y la tradición pictórica de lo fantástico, La senda de española de los artistas flamencos o El arte del siglo de las luces, recopilación en cierto modo complementaria, por oposición ética y estética, a la recién editada. El próximo volumen recogerá las conferencias que imparten desde el pasado octubre y hasta el 26 de febrero personalidades como Antonio Forcellino, Javier Portús o Gabrielle Finaldi con el título: Maestros en la sombra. La otra cara del museo del Prado.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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