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opinión
Columna
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'Coaching'

David Trueba

Tan de moda como se han puesto los profesionales televisivos que aleccionan a aspirantes no nos extrañemos si esta noche Su Majestad aparece en el discurso con un entrenador profesional que rompa los vicios habituales del mensaje de Nochebuena. Aunque tal y como vamos, la previsibilidad es un valor. La oración más rezada desde que empezó la crisis es “virgencita que me quede como estoy”. Porque van camino de quitarnos lo bailao, que es lo que va después de la sanidad, la educación...

Cualquiera diría que la televisión ha escuchado por fin las voces moralizantes que le insisten en que asuma su cuota de responsabilidad y ponga un pellizco de su negocio en hacer un país mejor. Abundan los programas de teleayuda para cantantes, padres, restauradores, hijos descarriados y hasta empresarios. Lástima que las prisas del medio no den para más que cuatro apaños de decoración y un concurso de llamadas de móvil. Si ha rodeado cierta polémica al éxito de Alberto Chicote en su versión de Esta cocina es una ruina, título aproximado, no ha sido porque los locales se cierren o no experimenten demasiada mejoría cuando vuelven a la vida real, sino porque los espectadores aún poseen esa ingenuidad maravillosa de creer que la tele va en serio. Chicote, con sus alegres camisas y la pose de ogro que se vuelve tierno con el roce, resume muy bien todas las cualidades de una supernanny, de un hermano mayor y de un jurado profesional de concurso de cantantes cuando arranca con sus frases “estas son las peores croquetas que he comido en mi vida”.

Por eso, los españoles celebrarían con entusiasmo que el Rey diera la campanada en Nochebuena y arrancara con un “estas son las peores croquetas que he comido en mi vida”. Todos podemos hacerlo mejor, eso está claro. Lo que ocurre es que nos han enseñado a corregir con más ahínco a los demás. La economía del país está aplastada en una bechamel incomestible. España necesita coaching, que es una palabra fea y que nos niega ya desde su origen foráneo. Pero es que el menú del día ha empezado a matar gente sin que nadie corrija la carta.

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