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Los fantasmas del cómic recorren el Louvre

Enki Bilal, rey del tebeo, ‘pervierte’ obras del museo en una muestra iconoclasta

Fragmento de ilustración sobre un cuadro de Delacroix de la serie de Enki Bilal 'Los fantasmas del Louvre'.
Fragmento de ilustración sobre un cuadro de Delacroix de la serie de Enki Bilal 'Los fantasmas del Louvre'.

Hace tiempo que la fama de Enki Bilal (Belgrado, 1951) sobrepasa las fronteras del cómic. También cineasta y pintor, habitual de las galerías y cada vez más también de las subastas, el dibujante figura entre los artistas franceses vivos más cotizado. Aunque lo viva “con serenidad”, dice, el premio del festival de Angoulême de 1987 acaba de dar un paso más hacia su consagración personal, y, en el proceso, la del dibujo de tebeo como arte. El reconocimiento le viene esta vez del majestuoso Louvre, que ha dado carta libre al autor para invadir in situ el lugar, como hace desde hace años con varios artistas contemporáneos. El resultado: 22 lienzos en los que reinterpreta las obras del museo más visitado de Francia, trabajo que centra la exposición Los fantasmas del Louvre, inaugurada ayer.

“No me paro a pensar que estoy en el Louvre”, explicó Bilal, durante la alborotada presentación de la exposición en la elegante sala de las Siete Chimeneas, ubicada en la segunda planta del museo, entre antigüedades griegas y romanas. En su día fue dormitorio del rey Luis XIV. “Para mí, esta exposición es simplemente la conclusión del libro”. El artista se refiere a la preciosa obra del mismo nombre coeditada por el Louvre y la editorial Futuropolis, recién publicada y que reúne los dibujos expuestos.

Viñetas de Bilal

  • 1980: Publica La feria de los inmortales, primera entrega de la Trilogía Nokopol, completada por La mujer trampa (1986) y Frío Ecuador(1993).
  • 1987: Gana el Gran Premio del 14º Salón Internacional del Cómic de Angoulême.
  • 1989: Dirige su primera película, Bunker Palace Hotel, con Jean-Louis Trintignant y Carole Bouquet.
  • 2007: La obra Sangre Azul, dibujos realizados en 1994 para un libro y una exposición, se subasta en París por 177.000 euros, récord para un viñetista vivo.

Con total libertad para llevar a cabo su proyecto, sin ninguna consigna dictada, Bilal ha optado por mezclar la fotografía con el dibujo. “No me interesaba volver a pintar algo que ya estaba en el Louvre, quería partir de fotos mías”, relata Bilal, sentado a la turca mientras atiende recostado en un lateral de la sala. De las más de 400 instantáneas tomadas durante privilegiados paseos por los interminables pasillos del Louvre en horas de cierre, ha seleccionado 22, tres de ellas de salas y el resto de obras, incluida la inevitable Gioconda. Todas impresas sobre un lienzo que sirve de base a su dibujo.

“Enseguida se me han aparecido rostros y con ellos, la vida de sus protagonistas contada bajo el formato de una ficha policial”, señala. Surgió así la idea de los fantasmas, hombres, mujeres e incluso niños, vinculados de forma más o menos directa con la obra en cuestión. Todos tienen en común un destino trágico, contado en detalle y gracias a un verdadero trabajo de documentación —“he de dar las gracias a Internet, aunque a menudo soy muy severo con sus excesos”, confiesa— en el texto que acompaña cada lienzo. “Me preguntan a menudo si las historias son reales, lo cual es un halago”, comenta el autor.

Habitual de los universos futurísticos, Bilal se sumerge así en esta ocasión en épocas remotas, que se remontan hasta varios siglos antes de Cristo. En el Louvre de Bilal rondan almas errantes como la de Aloyisias Alevratos, nacido “en condiciones de higiene ideales” en 241 antes de Cristo, muerto en una emboscada de bandidos dejando inacabada su última obra, la Victoria de Samotracia, que su mentor se encargará de finalizar. O la de Antoni di Aquila, pintor frustrado, quien asiste a la creación de la Gioconda y cuyos celos amorosos y artísticos hacia Leonardo da Vinci le precipitan hacia una muerte prematura.

El artista ha optado por mezclar la fotografía con sus dibujos

También hay mujeres como Analia Avellaneda, nacida cerca de Toledo en 1559, quien acaba trabajando para El Greco y provocando los celos de su esposa. Muere una noche en el incendio de su taller: algunos evocan un accidente, otros el suicidio y otros una venganza de la esposa del pintor. Menos misterioso es el fin de los gemelos Regodesebes, nacidos en Galicia en 1787, que a los siete años, quedados huérfanos, llegan a Madrid y mueren atropellados por el convoy que trasladaba a la condesa Del Carpio, marquesa de La Solana, cuando esta abandonaba con retraso el taller de Goya.

A pesar de lo tremendo de los destinos, planea sobre las obras un ambiente envolvente y en cierto modo plácido. Y se reconoce al instante el inconfundible trazado azulado del autor de la Trigolía de Nikopol (1980). Para Bilal, la aventura ha sido sobre todo lúdica, y quizá ese es el mejor antídoto para no sucumbir al vértigo de verse consagrado en vivo por el mismísimo Louvre. “No es un libro que se lo toma en serio, no es un trabajo sobre el arte”, aclara. Una libertad absoluta, que, asegura, es lo que mejor define al tebeo.

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