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opinión
Columna
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Bestiario

David Trueba

Existía un programa en el Canal 33 de la televisión pública catalana que se llamaba Bestiari. Después de tres años de emisión había logrado un rincón dotado de una estética particular. Titularlo Bestario Ilustrado ya era reconocer que quería practicar la leptidorología con personas. De Risto Mejide a Albert Pla pasando por Martina Klein, al invitado-tipo, necesariamente dotado de un grado chic, se le proponía una larga jornada de convivencia, con un escenario que ayudara a enmarcarlo o al menos a motivarlo.

En su última entrega puso en escena una ambientación a lo No es país para viejos donde el entrevistado, el guionista Jair Domínguez, podía disparar su rifle y decir rarezas a mansalva, que es lo que hacemos los invitados ante preguntas absolutas del tipo ¿cómo te definirías ideológicamente? o ¿qué nos deparará el futuro? Pero colocar la cara de periodistas, el Rey, el eterno príncipe Carlos o algún corrupto nacional en una diana y disparar sobre ellas les costó la bien merecida crítica general, la dimisión de la directora Mai Balaguer y finalmente la cancelación de entregas ya grabadas. Cayó en periodo electoral, tiempo de arenas movedizas. Nadie, ni siquiera ellos mismos, creo que piensen que acertaron con la gracia, que tenía más de bestia que de bestiario, en un tiempo donde es más inteligente moderar la agresividad que atizarla.

Merecen una penitencia particular. Quizá someter a la presentadora a la escena inicial de Belle de jour en el lugar de Catherine Deneuve o incluso algo más cruel para su acabado estético. Por ejemplo, obligarles a una entrega que reprodujera exacto el formato del A fondo de Soler Serrano sin mover la camarita ni bañar la imagen con tonos de instagram. Con una fuerte institución detrás, pides perdón, o incluso sin pedirlo, todo se arregla. Un programa de televisión puede cometer errores y debe asumirlos, y evitar el colegueo, habitual enemigo del rigor. Pero la mala televisión ni se mete en problemas, ni se equivoca, ni indigna a nadie. Es inane, estúpida y prescindible. Por eso rescatar el programa me parece urgente y racional. Habremos aprendido algo sobre los límites, pero recuperaremos calidad. Eso que a nadie parece importarle y de lo que no andamos nada sobrados.

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