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OPINIÓN
Columna
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Histeria

Que la sociedad se mueve por arreones de histeria es algo que debería preocuparnos.

David Trueba

Que la sociedad se mueve por arreones de histeria es algo que debería preocuparnos. Lo hemos visto con la desgraciada broma de una radio australiana que suplantó la voces de la reina de Inglaterra y su hijo para sonsacar información sobre el estado de salud de Catalina Middleton a unas enfermeras del hospital donde estaba ingresada. El asunto no mereció más que el divertimento general, por lo tosco y eficaz de la estratagema, pero al día siguiente, el suicidio de la enfermera propició titulares candentes y la indignación popular, expresada con la retirada del programa y mensajes fieros de los oyentes contra los locutores. El error en establecer la gradación crítica sobre el acto nos muestra una cara ridícula de nosotros mismos. Si la broma nos resultó indiferente, la consecuencia dramática nos llevó a equiparar a sus autores con homicidas.

Por esa regla de tres valoramos los actos en función de su resultado final. No consideramos el acoso como un delito grave salvo cuando ocasiona una tragedia. Y la puesta en circulación de imágenes íntimas sin el consentimiento de sus protagonistas alimenta nuestra curiosidad morbosa, salvo si las consecuencias son dramáticas. Estuvimos dos años sin una mísera corrección institucional de las leyes que amparan el desahucio y bastó un suicidio para que los políticos corrieran a apagar el fuego. Pero la indignación ya no duraba cuando la ley resultante aprobada de urgencia ni tan siquiera hubiera podido aplicarse en el caso concreto de la mujer que se suicidó. Pero hasta los medios ya habían dejado de pisar el acelerador.

Relacionar la llamada falsa de la Reina con el debate de control de la prensa británica es tan disparatado como esas legislaciones redactadas bajo el choque emocional de un caso reciente. De la prensa nos tienen que proteger las leyes generales y el último suceso en la BBC, con la equivocada acusación de pederastia a un político retirado, nos proporciona dos claves interesantes. El medio actuó con presteza, acordó una compensación económica para la víctima y forzó la dimisión de su jefe de corporación. Al otro lado, los miles de tuiteros que revelaron el nombre y causaron un daño evidente, pretenden evadir su responsabilidad. Todo arreones, entre sístole y diástole, de la histeria a la indiferencia.

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