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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Automedicarse

David Trueba

La estupenda entrevista de Elena Sevillano con el consejero de Sanidad madrileño Javier Fernández-Lasquetty permitió valorar la respuesta política a la huelga de todo el personal sanitario de la comunidad. Y la conclusión es desalentadora. Porque lejos de permitir un debate profesional, desató un debate semiótico. Para el consejero la acción de su Gobierno no trata de privatizar definitivamente la salud pública, sino tan solo externalizar su gestión. En esto no se separa de un manifiesto publicitario insertado en todos los medios en plena protesta, donde la parte contratante de la primera parte, las empresas privadas, venían a tranquilizar a la parte contratante de la segunda parte, los pacientes, asegurándoles que los hospitales van a seguir sirviendo para curar. Vaya, solo faltaría que los transformaran en discotecas.

Va funcionando la mar de bien parapetarse tras la aterradora situación de las cuentas públicas para justificar la degollina. Como si a estas alturas no supiéramos que los balances de cuentas sirven para tomar un camino pero también para tomar el contrario. La gestión sanitaria merece una reflexión más profesional que ideológica. Si fuimos capaces de ahorrar en gasto farmacéutico con apenas un gesto político en la anterior legislatura, carece de sentido el recargo por receta, contestado por el Gobierno central porque su presunto carácter disuasorio ya incluye, de por sí, un insulto al ciudadano. Los sanitarios asumen recortes, medidas urgentes de ahorro y mejora en la gestión. El consejero en cambio se ampara en su mayoría absoluta para mostrar las prisas por poner el negocio de la salud en manos privadas. Como si estas nunca fueran corruptas o malas gestoras; que pregunten en la CEOE.

Desbaratar hospitales, y van varios, no puede reducirse a una trampa lingüística donde basta con llamarlos “unidades asistenciales” para quitarle hierro al hecho, como en el caso del Instituto de Cardiología. Los espectadores están inquietos, no quieren que un sistema fracasado en países sin nuestra tradición corrupta, negligente y aprovechada como Inglaterra o Estados Unidos, caiga sobre ellos sin debate ni aprobación de los profesionales de la medicina. Consulte a su doctor, nos dicen en caso de enfermedad. No se automedique, nos repiten. Y dan ganas de recordárselo a los responsables políticos, alérgicos a escuchar las opiniones de los facultativos.

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