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El extraordinario aprendizaje de Raymond Chandler

Los relatos reunidos en un volumen anticipan las grandes novelas del escritor estadounidense

Raymond Chandler fue despedido, en 1932, de la compañía petrolífera donde trabajaba por su alcoholismo y porque había desatendido por completo el trabajo. Tenía 44 años y quería ser escritor. Lo quiso siempre. Cuando sus padres se divorciaron, la madre se lo llevó a Inglaterra, donde lo matriculó en el privado Dulwich College. Aprendió latín y griego, le gustaron los clásicos. A los 19 años escribió su primer poema y publicó 26 en la Westminster Gazette. Más adelante colaboró en The Academy con artículos y críticas. El regreso a Estados Unidos interrumpió el camino iniciado. Durante más de 15 años trabajó en negocios relacionados con el petróleo, hasta que lo echaron.

Leyó muchas revistas literarias, pero durante sus frecuentes viajes con Cissy, su esposa, se decidió por los pulp, revistas de narrativa popular hechas con pulpa de madera, muy baratas. Las leía y las tiraba. Se fijó especialmente en Black Mask, considerada la mejor en la ficción dura detectivesca. Colaboraban en ella Erle Stanley Gardner, Raoul Whitfield y Dashiell Hammett, que fue su modelo. Chandler (Chicago, 1888-La Jolla, California, 1959) se lo tomó muy en serio. Tardó cinco meses en escribir y reescribir su primer relato, Los chantajistas no matan, y lo envió a Black Mask, donde apareció en 1933. Le pagaron 180 dólares, un centavo por palabra. Durante cinco años, Chandler publicó en Blak Mask, en Dime Detective Magazin y algunas otras publicaciones baratas.

Este y otros 24 relatos aparecen reunidos en Todos los cuentos (RBA), con prólogo de Lorenzo Silva. Son imprescindibles para quienes gustan del género negro y en especial para los lectores de Chandler. Adoptó el género negro pensando en literatura con mayúsculas y, desde luego, no tenía la intención de pasarse la vida escribiendo en pulps. Se marcó varios objetivos. Manejaba muy bien el inglés británico pero aprendió el norteamericano como si se tratara de un idioma extranjero, según cuenta su biógrafo Frank MacShane (La vida de Raymond Chandler); sería como Hammett o mejor. "Pensaba que tal vez podría ir algo más lejos, ser un poco más humano, estar más interesado en la gente que en la muerte violenta" (La vida de Raymond Chandler). Y, sobre todo, tuvo claro que los relatos le servirían de aprendizaje para escribir novelas.

Años después, calificó de "puro pastiche" Los chantajistas no matan. "Había suficiente acción para cinco relatos (La vida de Raymond Chandler). El primero con el que se sintió satisfecho es el tercero que publicó, El chivato (1934), en el que aparece ya el investigador privado Philip Marlowe. Politicastros corruptos, policías, juego y una pelirroja que quita el hipo. El tipo que contrata a Marlowe es asesinado y los de arriba quieren cargarle el muerto al detective.

Por estos relatos desfilan varios detectives privados, además de Marlowe, Mallory, John Dalmas, Ted Carmady, Pete Anglich o Sam Delaguerra. Todos son duros e independientes y tienen un código individual del honor, que no excluye la violencia. No les gusta la sociedad en que viven, ni la hipocresía, ni la corrupción. Sus clientes son a menudo víctimas de chantajistas, damas en apuros, hombres que quieren que busquen a sus esposas. También les contratan como guardaespaldas y con cierta frecuencia les tienden trampas para que carguen con el muerto. Se mueven por un complicado mundo de matones y de quienes los contratan, de policías, malos y buenos, y de corruptos politiqueros. Casi todos viven en hoteles, todos beben mucho y algunos de ellos son amigos de periodistas con quienes intercambian información. De la mezcla de todos ellos surgió el Philip Marlowe de sus novelas.

En los relatos hay mucha violencia y muchos muertos, los personajes no están del todo construidos ni tienen la complejidad que muestran luego en las novelas. Pero aparecen ya las características que hicieron grande a Chandler: sus excelentes diálogos, sus maravillosas descripciones, su cinismo y su ironía.

Los relatos fueron como un campo de pruebas para sus novelas. En Un asesino en la lluvia y en Telón vemos el esquema de El sueño eterno (1939), su primera novela, la que nos atrapó para siempre. En Un asesino… vemos a un Anton Dravec preocupado por su hija, Carmen, gran jugadora, que recuerdan mucho al general Sternwood y a su hija Carmen de El sueño eterno. En Telón, el general Winslow y su invernadero lleno de orquídeas nos remiten también a El sueño eterno. Prueba con la chica y El jade del mandarín son el origen de Adiós, muñeca. Lo mismo sucede con Los blues de Bay City y La dama del lago, cuyo título conservó para esta novela. Julia Melton, por ejemplo, tiene mucho de la Crystal de novela La dama del lago. Hay otros personajes, como el policía Violetas McGee o el ayudante de fiscal Bernie Ohls que aparecen en diferentes relatos y también en algunas novelas.

Todos los cuentos, su extraordinario aprendizaje, son relatos o nouvelles, como ráfagas de metralleta que no dejan indiferente a nadie y lo mejor de ellos es que anticipan las grandes novelas de Chandler.

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