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La galaxia Cesc Gay

Juntamos a tres de las estrellas que se han puesto al servicio del director Cesc Gay Su nueva película ‘Una pistola en cada mano’, que refleja la confusión del género masculino

Gregorio Belinchón
Eduardo Noriega, Leonor Watling y Luis Tosar
Eduardo Noriega, Leonor Watling y Luis TosarSergi Pons

Cada año, a mitad de temporada, la Liga de baloncesto profesional estadounidense, la NBA, junta a los mejores jugadores en el partido de las estrellas: todos los grandes pasan por ese acto, y así acallan el gusanillo de los aficionados de saber qué pasaría si en un mismo equipo juegan, por ejemplo, Pau Gasol y Dirk Nowitzki. En el cine, los productores descubrieron ya hace mucho tiempo este morbo, el que mueve al público a ver películas con cuantas más estrellas, mejor. Más allá de su calidad cinematográfica, la saga Ocean’s eleven (y la original con Frank Sinatra, Dean Martin, Angie Dickinson y Sammy Davis Jr.), la épica El día más largo, las clásicas La Biblia y Gran hotel o la serie Los mercenarios, en la que Stallone está implicando a todo repartegalletas cinematográfico que sepa verbalizar más de dos palabras coherentes, son productos nacidos para el espectáculo de cuanto más, mejor.

"Los tíos vamos dispuestos a disparar a todo lo que se mueve. Espero que se pase con la edad"

Aparte está otro clásico del cine, las películas por episodios, un formato que permite ofrecer una pléyade de estrellas en el cartel promocional, como así hicieron El Rolls Royce amarillo o Casino Royale, versión 1967. Si el truco de muchas estrellas en un argumento sale de la manga del tahúr de Hollywood, la versión de filme por capítulos tiene su apogeo en el cine francés e italiano, es decir, se da más en el cine europeo.

Y luego está Cesc Gay. En la carrera de este director catalán (Barcelona, 1967) ha habido de todo: codirigió Hotel room (1998) –la única manera de lograr debutar, confesaba en su momento–, adaptó teatro de éxito con Krámpack (2000), y encontró su lugar cinematográfico con En la ciudad (2003), crónica descarnada de las dudas y los dilemas de una generación muy reconocible en España: la que entonces eran treintañeros urbanitas. Tras Ficció (2006) y V.O.S. (2009), en las que sus personajes han ido envejeciendo al mismo paso que el director, y en las que logró reunir a un buen puñado de actores interesantes, el próximo 5 de diciembre estrena –tras clausurar el certamen de Roma– Una pistola en cada mano, en la que aúna un reparto colosal con una estructura de capítulos: seis episodios, de los cuales los dos últimos se entrelazan, más un epílogo, que dejan al espectador con la amarga sensación de que el ser humano, sección masculina, es más tonto de lo que se cree.

Para juntar a –cojan aire– Leonardo Sbaraglia, Eduard Fernández, Javier Cámara, Clara Segura, Luis Tosar, Ricardo Darín, Eduardo Noriega, Candela Peña, Leonor Watling, Jordi Mollà, Alberto San Juan y Cayetana Guillén Cuervo, Gay hizo encaje de bolillos y encontró una solución. “Cada semana rodamos un capítulo. Dedicábamos tres o cuatro días a ensayar, y dos o tres al rodaje”, recuerda el director. Casi todos los actores son los pensados inicialmente. Casi todos, porque, en el primer episodio, a Eduard Fernández le daba la réplica Javier Bardem. “Intentamos varios cambios de fecha, pero no pudo ser porque Skyfall le requería todo el rato”. Adiós a Bardem, hola a Sbaraglia.

"Esta película no nos deja muy bien parados a los tíos. No sé cómo reaccionarán al verla"

Para la sesión de fotos, a El País Semanal le ocurrió algo parecido: entre enfermedades propias, familiares, estudios en el extranjero, trabajos teatrales fuera de Madrid, rodajes argentinos e imposibilidades varias, la foto se acotó a tres estrellas y su director. Pero qué tres estrellas. “Me siento muy orgulloso de estos actores. Al ir emparejados en cada cuento, cada actor tenía delante un rival, y siento que, en el buen sentido, muchas de esas parejas se tenían ganas”. El trío de fotografiados revela al alimón otro secreto: cada uno tuvo acceso solo al texto de su episodio. Eduardo Noriega: “Leí mi parte. Le respondí que estaba encantado y que, por supuesto, rodaría con un director como él. Le pedí que me dejara leer el resto para ver cuál era el tono, y se negó. Al parecer, en anteriores filmes, algún intérprete había descubierto otro personaje que le apetecía más y pidió cambiarlo. Y ahora Cesc no quería ese baile. Yo le prometí que no haría eso, que soy muy disciplinado, que era por hacerme una idea. No cedió ni un milímetro. Así que rodé, como el resto, a ciegas, basándome en su meticulosidad y, a la vez, en su manga ancha”. Noriega confiesa que se sentía acomplejado ante los nombres que le acompañaban en el reparto, y que, en su caso, quien le da la réplica, Candela Peña, fue la perfecta compañera: “Ella brilla de forma impresionante, pero a la vez me ayudó muchísimo”.

El actor cántabro también aparece en el epílogo, y ahí su personaje sufre una vuelta de tuerca: “Yo iba como mi personaje, sin entender nada en mitad de una fiesta, donde se da un dato esencial de su vida que a mí me dejó noqueado. En realidad, creo que Cesc hizo esto de los guiones para que nos sintiéramos más vulnerables, lo que enriquecía cada plano”. Gay replica: “Puede. Yo empecé el guion por la historia inicial e intenté alargar ese encuentro, hasta que desistí porque no iba a ninguna parte. Entonces me puse a escribir encuentros inesperados, cosas concretas, porque pienso que, en la vida, los momentos más importantes pasan sin que no solo los pensemos, sino que ni siquiera nos los lleguemos a plantear”. Ocurren de sopetón, “sobre todo en lo emocional”. A partir de ahí levantó la película como si fuese un disco: “Sí, porque escribí historias como si fuesen canciones, y para cada una de ellas, un artista busca el mejor productor, los mejores músicos que le acompañen… Me lo planteé igual”. Noriega aporta una pista: “Sé que escribió el guion acompañado de fotos de actores míticos en la pared, como Robert Mitchum o James Stewart, que le inspiraron para redactar a la contra. Gay coloca a los galanes en situaciones en las que no salen bien parados”.

"Cesc tiene un sentido del humor muy irónico. Y tiene una gran compasión por sus personajes", dice Leonor Watling

Así llegamos al corazón del filme: el ser humano género masculino, en versión Cesc Gay, una panda de inútiles. Luis Tosar está muy de acuerdo: “No nos deja bien parados a los tíos, es verdad, pero ha dado en el clavo porque es muy listo. No sé cómo responderá el público masculino… Sin embargo, debería verla para sacar conclusiones”. En el caso del cuento de Tosar, su réplica le llega de Ricardo Darín: ambos hablan en pantalla sobre la esposa del segundo, y el personaje de Tosar reflexiona sobre una clave masculina: “No nos gusta perder”. “Somos muy orgullosos”, explica Gay. “Nos cuesta disciplinarnos. Y no te olvides: soy un tío, me gustan las mujeres. ¡Claro que las admiro! Porque son más sanas, más directas. John Ford ya mostraba en sus películas las extrañas vueltas que tenemos los tíos. Darín me decía que, efectivamente, todo lo que dice y hace su personaje es muy de hombre, que una mujer no iría con esas tonterías”. Para Noriega hay un añadido: “Es un retrato de la cuarentena masculina casi patético. Veo a una generación muy vulnerable… y sí, me siento en algunas cosas muy reflejado. Los tíos vamos dispuestos a disparar a todo lo que se mueve, espero que con la edad desaparezca la actitud de macho conquistador [risas]. No nos ponemos en el lugar de la otra”. El realizador está de acuerdo: “La edad solo hace que esos intentos sean aún más ridículos. Yo pensé que exageraba, pero la vida te muestra que no”. Watling intercede: “Espero que no todos los tíos seáis así. Yo al menos he encontrado a alguno diferente. Lo que me gusta de Cesc es que te pone en ese momento en el que las personas ponen las cartas emocionales boca arriba en el tapete y se plantean cómo han podido llegar hasta ese instante, en qué momento empezó todo y por qué no se habló antes de ese problema. Cesc tiene un sentido del humor muy irónico y, sobre todo, tiene gran compasión por sus personajes. Como les quiere, logra que el espectador les acompañe en su viaje”. Respuesta del director: “Soy incapaz de escribir un personaje al que no pueda querer, porque pasas muchos meses con ellos entre la escritura, el rodaje, el montaje, el estreno… Yo quería que, a la salida de la película, el espectador sintiera tanta ternura por ellos que desease abrazarles”. Noriega apostilla: “El tono cómico ayuda a sobrellevar esos patinazos”.

Gay no se siente portavoz de una generación, “aunque es cierto que necesito establecer un vínculo directo con lo contado, y hablo de lo que me rodea”. Por poco, Gay no cumple el estándar del guionista medio español. Según datos de un estudio de la Fundación Autor, el 76% de los guionistas españoles son hombres –ha aumentado el porcentaje de mujeres en los últimos 10 años–, tienen una media de edad de 47,4 años (dominando el segmento de entre 36 y 55 años, que supone el 65% del total del colectivo) y residen en Madrid (51%) o Barcelona (23%). “Curiosamente, somos una generación que ahora va poco al cine, por motivos laborales o porque estás en casa cuidando a los hijos”, reflexiona el cineasta. Es cierto, en todo el mundo, el principal consumidor de cine es adolescente, entre 15 y 21 años, justo el público que ha huido en España de las salas. El segundo gran nicho lo suponen los espectadores que superan los 50 años, un público que en España aún es más visible ante la desbandada adolescente de los cines. A mitad de 2012, las salas españolas habían perdido 12 millones de espectadores, la mayor parte, según los distribuidores, adolescentes, que además rehuían el cine español.

Cesc Gay: "Hace años había muchas películas generacionales. Hoy, sin embargo, hay un gran vacío"

Y en ese momento han llegado los brotes verdes. En mitad de los recortes salvajes de los presupuestos del ICAA, el organismo de Cultura encargado del cine; tras una subida del IVA de las entradas que el Gobierno elevó hasta el 21% –el conocido como ivazo–; cuando se está levantando a toda prisa un nuevo marco jurídico para la industria cinematográfica, y negociando esa ley y los recortes del Fondo de Cinematografía entre todos los sectores del cine; cuando más protestan las televisiones privadas con la obligación de destinar un 5% de sus ingresos a producción audiovisual europea (para más curiosas vueltas, el pasado 16 de octubre, el Ministerio de Industria, Energía y Turismo indicó que, en producción cinematográfica, el 60% se debía invertir en producto de lengua oficial del Estado, y el resto, en otras de la Unión Europea, para frenar extrañas inversiones en superproducciones rodadas en España); en mitad de la peor crisis económica de la historia de España llegan Lo imposible y Las aventuras de Tadeo Jones y elevan la cuota de mercado del cine español.

En lo que va de 2012, el cine español ya supera los 86 millones de euros de taquilla (en 2011 logró 96 millones), y, de ellos, 36 millones corresponden al drama de Juan Antonio Bayona (más de un tercio del total) y casi 18 millones a la película de animación de Enrique Gato. Son las dos películas más vistas en España este año. Y como apunta Pedro Pérez, presidente de la FAPAE, la asociación de los productores españoles, “las cosas hubieran ido mejor sin el ivazo, que ha retraído la taquilla de un 15% a un 20%”. Aun así, a estas alturas, la cuota de mercado se acerca al 17,5%, y aún quedan por estrenar filmes como Invasor, de Daniel Calparsoro, o esta Una pistola en cada mano…, aunque a cambio el cine estadounidense proyectará Crepúsculo: Amanecer parte 2, El origen de los guardianes, El hobbit: parte 1 o Los miserables: misiles en las salas, pe­lículas que gastarán un montón de dinero (más de dos millones de euros como mínimo) en la promoción de su lanzamiento, ante lo que el cine español solo puede responder con un montón de publicidad desde las televisiones que participan en su producción (el esfuerzo de Telecinco en Lo imposible y Las aventuras de Tadeo Jones es digno de estudio).

Ante todo este panorama, Cesc Gay se confiesa “privilegiado”. “No solo es que hago lo que quiero, es que tengo trabajo. Muchos de mis amigos, en cambio, lo han perdido o no lo encuentran. En el cine español se vive una sensación como la de cuando se acaba una fiesta, se encienden las luces y descubres que se ha terminado la bebida. En fin, no sé cómo le irá a mi película. Hace años había muchas películas así, generacionales. Hoy hay un gran vacío”.

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Sobre la firma

Gregorio Belinchón
Es redactor de la sección de Cultura, especializado en cine. En el diario trabajó antes en Babelia, El Espectador y Tentaciones. Empezó en radios locales de Madrid, y ha colaborado en diversas publicaciones cinematográficas como Cinemanía o Academia. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Relaciones Internacionales.

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