_
_
_
_
_

Los rostros detrás de las máscaras

Pasamos una jornada en el estudio de grabación de ‘Tu cara me suena’, el programa de Antena 3 en el que famosos se transforman en otras celebridades

Silvia Hernando
Concursantes y presentador, en la octava gala del programa
Concursantes y presentador, en la octava gala del programa

En un espacio de unos pocos, muy pocos metros cuadrados, pululan como un afanoso enjambre una veintena de personas. Acercarse a la puerta supone atravesar una barrera invisible pero no por ello imperceptible, levantada por un pesado olor a una mezcla de laca con quién sabe cuántos otros productos. En las paredes, los clásicos espejos de los camerinos de los artistas, con sus grandes bombillas alrededor. En las repisas, brochas, pelucas, extensiones, sombreros, pintalabios, sombras de ojos… Y sobre las sillas —y detrás de una gruesa capa de chapa y pintura—, ellos, los concursantes de Tu Cara me suena, el programa de Antena 3 en el que semanalmente un grupo de famosos obra el milagro de transformarse en otro grupo completamente diferente de famosos, eso sí, siempre cantantes, para imitarlos y ganarse el favor de un jurado. Por su osadía, el ganador de cada gala se lleva 3.000 euros, que debe destinar a una ONG de su elección.

Santiago Segura, Arturo Valls, Anna Simon, María del Monte, Javier Herrero, Ángeles Muñoz, Daniel Diges y Roko son los rostros que se esconden tras las máscaras de otros en esta segunda edición, que emitirá su novena gala este lunes. Para cuando el producto llegue a la pantalla, todo lo que trascenderá serán risas, chascarrillos y buen rollo, que también completan el jurado –Àngel Llacer, Mónica Naranjo, Carlos Latre y Carolina Ferre, que sustituye a la reciente mamá Carolina Cerezuela-, además del presentador, Manel Fuentes.

Nada del arduo trabajo que conlleva no solo la asombrosa caracterización que obran los trece peluqueros y maquilladores del programa (ocho y un ayudante se encargan de los concursantes, y otros cuatro de los bailarines, jueces y conductor), sino de lo tedioso que en muchas ocasiones puede resultar producir televisión. Aunque cada capítulo se graba en una tarde –a eso de las 17.30, el paciente público que ya llevaba rato haciendo cola a las puertas del estudio en Sant Just Desvern, Barcelona, comienza a tomar posiciones-, los protagonistas tienen que invertir bastantes más esfuerzos para preparar sus apenas tres minutos de actuación. “La semana entera es muy dura”, asegura Del Monte. “Casi no hay tiempo para hacer otras cosas”.

El espacio cuenta con un equipo de trece peluqueros y maquilladores

El día anterior, los concursantes han tenido que desplazarse al estudio (algunos llegados de Madrid) desde por la mañana. “Empezamos con los tonos para la próxima semana, y probamos la ropa del personaje, las pelucas…”, cuenta Herrero. Después, llega el ensayo por triplicado de la canción que se les ha asignado, grabación de las entrevistas previas a sus actuaciones, en las que van vestidos de calle, descanso nocturno, y vuelta al día siguiente a ensayar. Eso sin contar los gorgoritos en casa (“A mí mi hijo no me deja, me dice todo el rato ‘¡papá, calla!”, cuenta divertido Valls).

A quienes tengan disfraces menos complicados, se les comenzará a aplicar el maquillaje desde por la mañana. Los que sufran una transformación de 360 grados –véase, por ejemplo, la vez que Diges pasó a ser Montserrat Caballé-, esperarán hasta después de comer. “Una vez vestidos, en la sala común les damos el último retoque”, explica Raquel González, la directora de caracterización, que apunta a las calvas postizas como uno de los mayores retos a los que se enfrenta su equipo.

Esa sala es la cueva en la que los concursantes hibernan en las largas esperas entre actividades. A ratos, los ocho están reunidos en ella, bailando y cantando sus temas, gastándose bromas mutuamente y sacándose toneladas de fotos con móviles y cámaras, que atestiguan su proceso de transformación: primero con la cara pintada, luego con la peluca incluida, por último, con el atavío completo. En otros momentos no está ninguno, y en la habitación rebota el eco del sonido en el plató, siempre en ebullición, envolviendo el frugal cáterin de bocadillos, fruta, agua, refrescos y café con el que son agasajados tanto ellos como los familiares y amigos que les acompañan estoicamente durante la jornada. Cuando comienza la grabación, a eso de las siete, y tras el pertinente calentamiento del público a manos de un esforzado equipo capitaneado por un cantarín animador, los protagonistas van goteando poco a poco, acompañados por el personal de producción, hasta el ascensor que les catapulta al escenario.

Antes de que comiencen las actuaciones, el equipo se reúne durante unos minutos para hablar de temas en los que la prensa no puede estar presente. La conversación dura poco, y el primer concursante salta al ruedo. En cuanto acaba, dos limpiadoras corren a pasar la mopa por el suelo, mientras un grupo de chicos mueve los instrumentos que acompañarán al siguiente cantante, y que se guardan detrás del escenario. Así cada vez, durante más de tres horas. Llegado el descanso, de una media hora, el público puede comer los bocadillos que les han repartido, y se sortean varios premios entre los presentes. Ya solo falta grabar las deliberaciones y puntuaciones de los jueces, y a desmaquillarse. Otra horita, y como señala González, la jefa de caracterización, “a casa agotados”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Silvia Hernando
Redactora en BABELIA, especializada en temas culturales. Antes de llegar al suplemento pasó por la sección de Cultura y El País Semanal. Previamente trabajó en InfoLibre. Estudió Historia del Arte y Traducción e Interpretación en la Universidad de Salamanca y tiene dos másteres: uno en Mercado del Arte y el otro en Periodismo (UAM/EL PAÍS).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_