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CRÍTICA: 'LA PARTE DE LOS ÁNGELES'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un ‘loach’ tierno y reconocible

En el universo de Ken Loach los personajes, las voces, las actitudes, los dilemas y la atmósfera, todo, resulta creíble, humano y cercano

Carlos Boyero
Fotograma de 'La parte de los ángeles', de Ken Loach.
Fotograma de 'La parte de los ángeles', de Ken Loach.

Un friqui con gafas, desmesuradamente ebrio y con gesto feliz camina por los raíles del metro desoyendo los avisos de que no va a quedar de él ni los huesos. También hay una cría de pelo morado que no puede evitar la tentación de robar lo que sea, aunque no le sirva para nada. Y un chaval diminuto que responde a los matones del barrio con violencia aún más salvaje (no nos engañemos, en un enajenamiento de coca también puede desfigurar a patadas a un pobre hombre por una discusión de tráfico) y con el rostro marcado por una de esas cicatrices que solo puede dejar la supervivencia del marginal en las calles más duras. Son pequeños transgresores de la ley, gente con tembloroso presente y ausencia de futuro, niños perdidos de Glasgow, condenados por un juez comprensivo a la pena de trescientas horas de trabajos sociales.

LA PARTE DE LOS ÁNGELES

Dirección: Ken Loach.

Intérpretes: Paul Brannigan, John Henshaw, Gary Maitland, Jasmin Riggins, William Ruane, Roger Allam.

Género: comedia. Reino Unido, 2012.

Duración: 101 minutos.

Así arranca La parte de los ángeles y cualquier espectador que haya seguido el cine de Ken Loach sabe que estamos en una geografía física y emocional que este hombre suele hacer veraz y compleja. Es el retratista de parias urbanos y a punto de desesperación de las emotivas y desgarradas Riff-raff, Lloviendo piedras y Mi nombre es Joe, o de algunos títulos de los últimos tiempos en cuyos guiones ha participado Paul Laverty. En ese universo los personajes, las voces, las actitudes, los dilemas y la atmósfera, todo, resulta creíble, humano y cercano. Nada que ver con la demagogia gritona, el izquierdismo de manual, el moralismo forzado, el maniqueísmo pobretón, las conclusiones previsibles, el tono histérico, que tanto me irritan en otra parte notable de su cine.

Loach y Laverty le ofrecen a estos precoces perdedores una oportunidad de salvación provisional o duradera. Lo hacen a través de un hombre bueno, cálido, justo y generoso que debe tutelar el cumplimiento de la sentencia que han impuesto a los transgresores, o de algún personaje episódico que ayuda al desamparado sin pedir nada a cambio, porque también sintieron la solidaridad ajena cuando alguna vez les acorraló la vida. Pero la receta más eficaz para huir del pozo se la proporcionará su ingenio, la posibilidad de hacer picaresco negocio gracias a su progresivo conocimiento de ese invento de los dioses llamado whisky de malta.

Si la descripción de alguno de estos disparatados personajes es inicialmente trágica, en el desarrollo posterior de la historia Loach utiliza la comedia y el tono se vuelve amable. Te hace sonreír y reír con las aventuras de esta cuadrilla lumpen intentando buscarse la vida. Y te contagia su deseo de que sus aparentemente surrealistas planes les salgan bien. Exigirle profundidades sería excesivo. Es una película más dulce que agria, divertida, bonita, interpretada por gente que parece no interpretar, que huelen a calle, a realidad sin adulterar.

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