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CRÍTICA DE 'EL FESTIN DE BABETTE'
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El sarcófago de las codornices

Veinticinco años después de su estreno, y de conseguir el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, se repone la película con copia restaurada en unas 30 salas

Javier Ocaña

¿Dónde reside la espiritualidad? ¿En el comportamiento, en el estado natural de nuestra mente, en el ánimo, en el corazón, en el alma, si es que esta existe? ¿Y cuál es el camino hacia esa espiritualidad? ¿La religión, el estilo de vida, quizá la búsqueda constante de la belleza a través del arte? No son pocas las teorías (filosóficas, religiosas, artísticas…) alrededor de tan peliaguda cuestión, pero allá por el año 1987, y a través de una obra artística, de una película, Gabriel Axel, basándose en una novela de Isak Dinesen (también llamada Karen Blixen, ya saben, el personaje de Meryl Streep en Memorias de África), llegó a la conclusión de que la espiritualidad puede residir en el sentido del gusto, en la excelencia de una buena comida compartida en grata comunión. El festín de Babette se convirtió así no sólo en una de las mejores películas de aquel año, sino también en un aspirante instantáneo a formar parte de algo que se puso de moda poco después, a partir del éxito popular de Como agua para chocolate: el cine culinario.

Veinticinco años después de aquel estreno, y de conseguir el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, una distribuidora ha decidido reponer la película, con copia restaurada, en una treintena de salas, para regocijo de los amantes del cine culinario, pero, sobre todo, para los eternos buscadores de la espiritualidad, el gran tema de El festín de Babette más allá de la comida. En un ambiente semejante al de La palabra, de Dreyer, y con un estilo cinematográfico con la vista puesta en Fanny y Alexander, de Bergman, Gabriel Axel compuso una obra sobre la imposibilidad del amor en un clima que algunos califican como “despiadado”, sobre el oscurantismo religioso, sobre la intolerancia, sobre el miedo a la diferencia, sobre las barreras al Otro, sobre la tenue línea que separa la victoria de la derrota en la batalla de la existencia. Un relato que tras una primera mitad muy bella, pero algo cojitranca por la introducción de un par de flashbacks inoportunos e innecesarios, explota en cuanto a calidad con un último tercio en el que el placer de la comida se puede hacer extensivo a cualquier ámbito de la vida, un goce para los sentidos que algunos se niegan para sí mismos y, peor aún, para los demás. El rechazo del placer es la negación del cuerpo y, parafraseando el plato estrella de la cena, el sarcófago de unas codornices que no somos sino nosotros mismos.

EL FESTÍN DE BABETTE

Dirección: Gabriel Axel.

Intérpretes: Stéphane Audran, Bodil Kjer, Birgitte Federspiel, Jean-Phillippe Lafont, Jarl Kulle.

Género: drama. Dinamarca, 1987. Duración: 102 minutos.

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Sobre la firma

Javier Ocaña
Crítico de cine de EL PAÍS desde 2003. Profesor de cine para la Junta de Colegios Mayores de Madrid. Colaborador de 'Hoy por hoy', en la SER y de 'Historia de nuestro cine', en La2 de TVE. Autor de 'De Blancanieves a Kurosawa: La aventura de ver cine con los hijos'. Una vida disfrutando de las películas; media vida intentando desentrañar su arte.

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