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CAFÉ PEREC
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los viajes andados

Enrique Vila-Matas

Mediodía en Barcelona, horas de lectura. En un fragmento de Lettrines (que Días Contados publicará el año que viene con el título de Capitulares), Julien Gracq arremete contra la arquitectura contemporánea por haber desterrado de todas las casas los desvanes y los sótanos, esos lugares quietos y misteriosos que antaño fueron los templos de la imaginación: “Todo permite pensar que unos símbolos del movimiento (ya tenemos la carretera y el automóvil) ocuparán el lugar de las ilusiones de los lugares cerrados, con cerrojo echado…”.

Salgo a la calle, a caminar. Durante un rato, medito sobre los desvanes y los sótanos desterrados. Y voy lejos, casi sin darme cuenta voy a parar a la otra punta de la calle en la que vivo. De un tiempo a esta parte, andar se ha vuelto para mí una actividad creadora. Por los motivos que sean, caminar cada día me parece algo más útil, ayuda a pensar, a avanzar en las cosas que planeamos para el futuro. ¡El futuro! Esa figura retórica, según Nabokov, ese “espectro del pensamiento” (Cosastransparentes, Anagrama).

Sergio Chejfec dice que caminar es una manera de viajar. Hace dos semanas quedé con él en Nueva York y anduvimos durante una hora y media antes del almuerzo en el centro de Manhattan. La animada pero a veces también muy pausada conversación me recordó a las caminatas de los dos personajes principales de La experiencia dramática (Alfaguara, Argentina), su última novela. Le comenté que últimamente andar me ayudaba a organizar la estructura de un artículo, de una novela, de una carta de amor. Nada que pudiera sorprenderle. Parte de la historia de la literatura, desde sus comienzos, se ha nutrido de viajes: el desplazamiento como acción narrativa básica; después, ya llegan los acontecimientos, el viajero cambia de paisaje y de personas, pasan ciertas cosas. Ahora bien, Chejfec va más lejos y la caminata le parece la más radical de todas las formas de moverse.

No deja de ser curioso que la manera más natural y primitiva de desplazarse pueda convertirse en la actividad más luminosa; tal vez sea una actividad tan creativa porque tiene la velocidad humana. La caminata parece producir una sintaxis mental y narrativa propia.

Todos conocemos a los maestros de los viajes andados: Rousseau, Borges, Kafka, Benjamin, Sterne, Walser, Sebald. Eso en cuanto a la literatura. Pero es que Chejfec considera que la caminata es casi la única actividad no colonizada por la economía capitalista, que tiende a fragmentar el consumo y crear necesidades a partir de nuevos artículos. Para caminar, dice Chejfec, no se vende en cambio nada especial, y eso que hay todo un mercado alrededor de comer, beber agua, correr, dormir, practicar sexo, leer, etcétera. Siento una especie de orgullo íntimo al volver a casa. En el correo hay una carta de John William Wilkinson con una cita de agosto de 1911 de Kafka: “Automóvil en Múnich. Lluvia, recorrido rápido (veinte minutos). Como si mirásemos a la calle por el ventanuco de un sótano”.

Es genial, pienso, porque anula el movimiento del automóvil y porque la perspectiva que desde el ventanuco dice haber visto K. es únicamente de sótano, todo lo contrario del supuesto sentido común de Gracq, que opone automóvil y movimiento a desván y sótano.

Por mi parte, al automóvil y al desván le opongo mis piernas. Salgo de nuevo, pero ahora, como si tuviera una perspectiva de sótano, sin moverme del sillón. Imagino que camino y me pregunto si no ha llegado ya la hora de que volvamos a sentirnos todos cerca de la condición humana tradicional, siempre trágica. Después de la gran idiotez de los últimos años, de tanta burbuja y posmodernidad y progreso ficticio, ¿no se impone el regreso a la tragedia, a un cierto clasicismo, a un renacimiento del saber, a una resistencia a seguir siendo colonizados, a una sintaxis que nos devuelva la libertad?

Esto, o salir por piernas.

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