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'IN MEMORIAM'

Txomin Ziluaga, mi amigo de ETA

Tenía una impronta populista de hijo de la clase obrera que no excluía su condición de 'abertzale' radical, puro y duro

Antonio Elorza
Txomin Ziluaga, en los años ochenta.
Txomin Ziluaga, en los años ochenta.GARCÍA FRANCÉS

Cosas de la edad. Cuando mi hijo me informó de que Txomin había fallecido, lo primero que pensé fue en el disgusto que la noticia iba a causar a mi mujer, Marta. Pero me di cuenta de que ella también estaba muerta. Hasta su detención en 1968, ambos habíamos participado en una serie de reuniones de estudiantes vascos en un chalé de la colonia de Francos Rodríguez, singular centro político-cultural donde se organizaban conferencias, recitales de Lourdes Iriondo, Mikel Laboa y algún trikitixa, sin que faltase, cómo no, un cura progresista, Martín Garín. También se organizaban coros vascos a fin de sacar de los vascos ricos fondos para la causa en el día de santa Águeda y, por supuesto, íbamos a los partidos del Athletic. La pertenencia del núcleo a ETA me fue notificada por el propio Txomin, líder del mismo, en una habitación del Colegio Mayor Landirás cuando pedí explicaciones por la prohibición de asistir a misa, la actividad dominical, a uno de los habituales, de apellido Zubillaga. Eran ETA, me explicó Txomin, y el excluido pertenecía a ETA-berri.

Txomin era un tipo listo, muy cordial con sus amigos, con una impronta populista de hijo de la clase obrera que no excluía su condición de abertzale radical, puro y duro. Le detenían por manifestarse tanto en el Aberri Eguna como el Primero de Mayo en Madrid. Se tomaba en serio lo de la formación, la mía, enviándome libros de veteranos del Jagi —uno se llamaba De Euzkadi nación a España ficción— y la de su grupo, buscando un adoctrinamiento marxista. Fue el comienzo de una larga, y creo que sincera, amistad a borbotones. Ante el temor de una detención, que al producirse le llevó a sufrir la tortura, me pasó un bloque de documentos de ETA, que en el estado de excepción del setenta intenté quemar y pasé a la Hemeroteca Municipal de Madrid. Pienso que ya no existen.

Su tesis sobre Nicaragua era un alegato sobre la necesidad de sustituir la lucha armada por la política

Volvimos a vernos tras salir él de la cárcel segoviana después de la muerte de Franco. Seguí de lejos su participación en el nacimiento de Herri Batasuna y la actuación como leal a ETA al asumir la secretaría general de HASI, partido etarra-leninista, tras ser lanzados a las tinieblas exteriores los políticos, con Alberto Figueroa al frente. Una vez le encontré en un bar de Malasaña, charlando con Ramoncín. “Te querría mucho si dejaseis de matar”, le dije. La ocasión llegó cuando Txomin plantó cara a las fieras por su abierta disconformidad ante la matanza de Hipercor. Fue expulsado, como la hija de Santi Brouard, con la pipa sobre la cabeza para garantizar su silencio. Precaución inútil, ya que Txomin nunca hubiera hecho nada sin tener en cuenta quién era a su juicio el enemigo.

Era diputado al Congreso y, aun ausente de las sesiones, ello le permitía viajar gratis. Así que pensó en acabar Ciencias Políticas y esta circunstancia nos permitió a Marta y a mí reanudar una intensa relación amistosa. Venía a casa un día sí y otro también. Su tesis sobre Nicaragua era un alegato sobre la necesidad de que la política sustituyera a la lucha armada. Pronto logró un empleo como profesor en la UNED vasca, pero el regreso a la tierra, y tal vez la influencia radical de su mujer, le hicieron regresar también al pasado, según comprobé al invitarle para dar una conferencia sobre el Congreso de Burgos. Llevaba ETA en el alma. El azar nos reunió una vez en un viaje a Cuba, que para él se prolongaba hasta Nicaragua: le trataban como a alguien importante.

Nuevo distanciamiento. Cuando cerraron las sedes de Batasuna, vi por televisión a un hombre de edad peleándose a patadas con la Ertzaintza. Era Txomin. Pude verle al final de la sala en la foto de la reunión donde fueron presentados los estatutos de Sortu. Traté de localizarle en alguna ocasión sin éxito. Seguramente ha muerto políticamente feliz.

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