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OPINIÓN
Columna
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Dentro de...

David Trueba

La dramaturgia de la campaña electoral norteamericana no deja de fascinar a los espectadores. Tras el primer debate, la portada del New Yorker jugó con esa imagen tan cursi como facilona que había puesto en pie Clint Eastwood en la convención republicana, cuando habló a una silla vacía fingiendo que era el presidente Obama. El primer debate donde Obama frente a Romney estuvo perezoso y pasivo revitalizó la idea de la silla vacía. Aunque seamos sinceros, la silla vacía define muy bien a los altos mandatarios actuales. ¿Dónde están cuando más se les necesita? En el caso norteamericano no nos ahorran jamás la inyección de autoestima que les obliga a definirse como mejor país de la historia mientras su visión mundial es de una pobreza rayana en lo patológico.

El segundo y tercer debate trajeron al Obama más combativo y en diez días llegaremos a las elecciones con esa ficción de lo reñido, tan necesaria como manida. Pero si algo tiene la parafernalia norteamericana en su periodo electoral es que domina todos los sectores e invita a todos los actores planetarios. Randy Newman, que es siempre un ácido cronista del subconsciente americano ha puesto en circulación una canción que parodia el clásico de Irving Berlin de la Blanca Navidad. Se titula "Sueño con un presidente blanco" y es la expresión, como ha hecho en tantas otras canciones, de la línea de pensamiento oculto de un americano posible. "Sueño con un presidente blanco como los que siempre habíamos tenido, me da igual que no sea el más brillante, pero que sea el más blanco".

El partido Republicano obliga a sus candidatos a ocupar la derecha extrema durante la fase de competición interna, pero entrada la campaña contra los demócratas les toca desmarcarse del paso que exige el canal Fox y las asociaciones del té para recuperar la moderación que por suerte aún parece despertar las simpatías mayoritarias. Por eso dentro de ese Romney enigmático y con dos almas hay algo de la fascinación de los mundos zombies, de los cuerpos invadidos por presencias extrañas, de una normalidad solo aparente. Randy Newman, como todos los maestros de la sátira, ayuda a identificar los ultracuerpos como estímulos que proceden del racismo y el fascismo cotidiano.

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