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OPINIÓN
Columna
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Papá no me quiere

"La película de animación 'Tadeo Jones' y 'Lo imposible' han revertido la cotidiana decadencia..."

David Trueba

El cine español ha alcanzado este año la cota más baja de estima por parte de las autoridades. La industria manejará un fondo de ayudas por debajo de los 50 millones de euros. Si se lo compara con otra industria de esa envergadura el resultado tendría que ser de escándalo, pero gracias a una presión mediática que nunca afloja, la sospecha y la dañina animadversión siguen piando contra los profesionales. La razones oscuras de ese trato tan selectivo darían para varios divanes de psicoanalista. Corren tiempos de maltrato generalizado; las reivindicaciones se acumulen una sobre otra como los pedidos en un local de comida basura, pero merece la pena detenerse en este sintomático caso de "papá no me quiere".

En las últimas semanas dos éxitos del cine español suman más de 30 millones en taquilla. La película de animación Tadeo Jones y Lo imposible han revertido la cotidiana decadencia. Ambas están lanzadas por Mediaset, la casa matriz de Telecinco, que vuelve a apuntarse al acierto desde su división de cine. Demuestra además que en un panorama sumergido entre la crisis y la invasión del producto norteamericano, cuando se tienen los recursos presupuestarios para levantar proyectos ambiciosos y capacidad para envolverlos en campañas de promoción superlativas, no hay competición que no se pueda ganar.

Las televisiones privadas se quejan de la norma europea que les obliga a invertir en la industria del cine un 3% de su balance. Lo llaman impuesto revolucionario, pero han logrado manipular la ley a su favor y reconvertirse en productoras, sin competencia con las firmas independientes que languidecen raquíticas de recursos. La obligación se demuestra no solo rentable, sino una inteligente manera de que el Estado obtenga algún beneficio de las concesiones que ha otorgado en su mercado televisivo. Son éxitos que transmiten esa esquizofrénica sensación del "papá no me quiere". Porque nadie quiere asumir que los Estados, con la regulación del mercado y exigencias a cambio de concesiones privilegiadas, ayudarían a resolver defectos industriales y potenciarían la actividad económica. Pasaríamos de ese "papá no me quiere" a un "papá se preocupa por mí". Primer paso para llegar al ideal en que los papás dejan a solas a sus hijos en un territorio justo y floreciente.

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