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El bueno, el feo y el malo

Hollywood busca estrellas más cercanas. El público prefiere ahora actores con los que sentirse más identificado. Jonah Hill, Shia LeBeouf y Taylor Kitsch están en el camino y cuentan con padrinos de renombre.

Taylor Kitsch, en una escena de 'John Carter'.
Taylor Kitsch, en una escena de 'John Carter'.

En Hollywood, cada día nace una estrella. O varias. Eso sí, fugaces. Los tiempos en los que estos actores privilegiados cobraban 20 millones de dólares y un 20% de lo recaudado en taquilla son historia. Ahora son pocos los nuevos actores capaces de conseguir 10 millones (Kristen Stewart, Chris Hemsworth o Jennifer Lawrence). Las promesas de 2011 son sustituidas por las garantías de 2012. Y así hasta el año que viene. Quizá las estrellas no están de moda o simplemente el público busca otro tipo de actor, uno menos divino y más accesible, con el que sentirse más identificado. Ya no se busca el hombre que querríamos ser, sino alguien que refleje el hombre que somos. El bueno, el feo y el malo de la industria, un honor que les viene que ni pintado a estos tres galanes. El bueno de Shia LaBeouf, el feo de Jonah Hill y el malo de Taylor Kitsch. Tres nombres para recordar apadrinados por tres de los grandes, Robert Redford, Quentin Tarantino y Oliver Stone, respectivamente, con el estreno de The company you keep, Django unchained y Salvajes.

El bueno

Shia LaBeouf es el chico ejemplar de Hollywood. Y su mejor inversión. En 2009, por cada dólar invertido en él, la industria obtuvo 160 de vuelta. Y solo tenía 23 años. El que fue protegido de Steven Spielberg, el protagonista de Transformers, el hijo en pantalla de Harrison Ford, era la estrella. Su cara de chico bueno, del hijo que querrías tener, le favorece. Una proximidad con la que el público y la industria se identifican y que han hecho de él lo más cercano a una celebridad en las nuevas generaciones. O eso parecía hasta que hizo lo impensable: pelearse con Spielberg, el dios de Hollywood. “Cuento con la fortuna de haber tenido oportunidades que se corresponden con mi sensibilidad. Porque si le das a elegir a un chaval de 18 años entre Transformers o Lars von Trier, sabes la respuesta. Pero la sensibilidad cambia y si me lo preguntas ahora, a los 26, me decanto por Trier”, dice sin ápice de contrición por sus pecados durante una entrevista: poner verde la saga de Transformers, con la que amasó más de mil millones de dólares para Hollywood, y criticar a Spielberg por ese cuarto Indiana Jones que tanto decepcionó a tantos. LaBeouf apuesta ahora por un cine independiente del que jamás había bebido, siguiendo el método de los grandes, tipo Marlon Brando o Daniel Day-Lewis. Así se convertirá en borracho para Sin ley, drogadicto para The necessary death of Charlie countryman y en un intérprete dispuesto a tener relaciones sexuales delante de la cámara para Nymphomaniac. “No soy un ser irracional. Tengo moral, ética y disciplina. Pero si acercarme más a la verdad requiere algo de mí más allá de lo ordinario, estoy dispuesto a probarlo”.

LaBeouf no es solo una cara bonita de usar y tirar. Sus padre, drogadicto y camello, abandonó el hogar cuando él era un niño. Ya han hecho las paces. Shia se metió a actor porque era “donde mejor pagaban”, nada de vocación. “Y ahora soy un adicto a los rodajes”, asegura. “En este momento solo quiero hacer cosas que me aterrorizan. Que sean un reto. Como trabajar con Robert Redford. Y que sea el malo cuando él no es más que mi héroe. Quizá por eso nos entendimos tan bien”, resume de su próximo trabajo, The company you keep, ese que le asegura el puesto de nuevo Newman junto a un Redford veterano.

El feo

No deja de ser una ironía que el gordito gracioso de este trío de efebos venga apadrinado por la estrella más admirada por su belleza: Brad Pitt. “Es una especie de hermano mayor. Me quedé en su casa de Nueva Orleans mientras rodaba Infiltrados en clase, es el productor de mi próximo drama, alguien que me ha empujado a abrir mis horizontes y diversificar mi carrera”, asegura Jonah Hill lleno de devoción hacia un actor que también le ha debido de abrir los ojos a una vida más sana, ya que fue conocerle para Moneyball y perder más de 25 kilos. Desde su descubrimiento como actor y guionista de comedia –como parte de la cantera de Judd Apatow y en películas como Supersalidos–, su candidatura al Oscar como mejor actor secundario en Moneyball dejó claro que Hill sabe nadar en todas las aguas. “Puedo hacer lo que muchos no pensaban que sabía”.

Por su parte no existe ningún deseo de abandonar la comedia, solo de evitar el aburrimiento y las etiquetas, dos grandes causas de la muerte precoz de muchos alevines. Padrinos no le faltan. Detrás de la carrera de Hill se esconde la mano de Dustin Hoffman, quien le conoció como amigo de sus hijos y le consiguió su primer papel en Extrañas coincidencias. Ahora, su nuevo mecenas es Quentin Tarantino. Después de Infiltrados en clase, Hill espera el estreno de Django unchained, el nuevo filme épico de Tarantino sobre un esclavo en busca de venganza, en la que Hill interpreta “no diré que a un miembro del Ku-Klux-Klan, pero sí a un creyente en mantener a los esclavos a raya”, dice Tarantino, que esperó lo que hizo falta para contar con él. “Digamos que siempre he sido poco convencional. Y mi carrera no iba a ser diferente”, añade el aludido. “No todos van a tener las facciones de un Tom o de un Brad”, concluye metiendo tripa.

El malo

Lo de Taylor Kitsch es desastroso. En lo que va de 2012, el canadiense de 31 años ha pasado de ser la gran promesa del año, al frente de las dos las películas más caras de la temporada, John Carter y Battleship, a ser el protagonista de los mayores fracasos de la cartelera actual y hay quien dice que de la historia del cine. “Yo me siento en un momento excelente a nivel personal, y en cuanto a mi carrera, superar los 600 millones de dólares en la taquilla con tus películas es un gran logro”. Sus palabras tienen su lógica. Él lo dio todo y, aunque las franquicias no hayan funcionado, los llamados “fracasos” le han puesto en el mapa. Además Kitsch es actor por defecto porque, como buen canadiense, lo que quería era ser jugador de hockey hasta que una lesión frenó su carrera. Y las ha vivido peores que los ataques recibidos de la crítica.

Su físico le sirvió de ayuda entonces, fue modelo para Abercrombie & Fitch y Diesel, y le sigue sirviendo ahora en las revistas que venden estrellas. Pero lo que le mantiene como uno de esos posibles gigantes de la pantalla es que suena como uno más, alguien con quien te irías a tomar unas cervezas. “Es muy canadiense, callado y relajado, pero va a ser una gran estrella”, se retrata Oliver Stone, con quien acaba de trabajar en el filme Salvajes. Kitsch sabe cómo ganar amigos, incluso en la industria de la que tanto se desmarca, y ya tiene otra película en cartera, Lone survivor, de nuevo bajo las órdenes del hombre que le dio su primera oportunidad en la serie Friday night lights y con el que se rebozó por el barro de la ignominiosa Battleship, Peter Berg. “No la habría hecho de no ser por él. No me gusta jugar el juego de Hollywood”, dice quien vive en Austin, Tejas (EE UU), lejos de la industria, aunque sus mejores amigos son sus dobles de acción. Esta estrella eremita le sigue agradeciendo a Berg esa primera oportunidad y su hermandad es tan estrecha como la de esos dos compañeros de armas que tanto interpreta.

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