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Oleaje en torno a un poeta

Caballero Bonald, Félix Grande, Francisco Nieva y José Ramón Ripoll rinden tributo a la figura y la obra de Carlos Edmundo de Ory, fundador del postismo

Juan Cruz
El poeta Carlos Edmundo de Ory retratatado por Tejederas en 1999.
El poeta Carlos Edmundo de Ory retratatado por Tejederas en 1999.

Carlos Edmundo se burlaba de los solemnes, se reía de los retrógrados y desafiaba al mundo con su desobediencia. Se fue de una España que le olía a metralla, a curas y a censura y se hizo bibliotecario en Francia, en los años 50, y volvió de vez en cuando, pero siempre fue un exiliado que como patria sólo tenía Cádiz, el mar en el que nació en 1923.

Félix Grande, su colega, lo atrajo a la poesía española en 1970, cuando publicó su antología de la poesía de posguerra, y lo situó como un raro entre los que aquí practicaban el garcilasismo o la poesía social. Anoche, en el Instituto Cervantes, Grande estuvo entre los que rindieron homenaje al poeta que inventó el postismo y que murió en noviembre de 2010 habiendo siendo minuciosamente ninguneado por todos los premios oficiales de la literatura.

Era un personaje singular. Escondía en la copa de los árboles los zapatos de sus interlocutores, recitaba como si su voz viniera de una ultratumba nerviosa. Francisco Nieva, que fue uno de sus grandes amigos, lo invitó a merendar en su casa cuando lo conoció, en torno a 1945, y allí se quedó seis meses, escribiendo poemas que parecían escritos desde la experiencia del LSD. Usaba bufandas enormes, de colores muy vivos, y sus cartas también estaban escritas como si hiciera banderas anarquistas para los amigos que en algún momento pudieran creer que él mismo era uno de sus poemas postistas.

José Manuel Caballero Bonald lo vio vio desdeñoso y desobediente con los solemenes, "siempre presto al desacato", autor de una poesía que, como la buena literatura, "provenía de la dedicación fervorosa de un visionario".

José Ramón Ripoll explicó que el acto del Instituto Cervantes se llamó Oleaje porque así fue como Ory quiso, hace años, ser reconocido por un grupo de jóvenes poetas que quisieron rendirle homenaje en Cádiz. Homenaje, no: oleaje, "como el que él contemplaba mirando el mar de Cádiz". Oleaje, ruptura, una especie de terremoto personal que en el acto de anoche, mientras Víctor García de la Concha, director del Cervantes hablaba de las invenciones desobedientes del posista, miraba desde una enorme fotografía en la que Ory era dos, uno que miraba atentamente, con sus ojos chiquitos, burlones pero atentos, y otro que se iba dentro de la bruma de un lugar que parecía un pueblo francés, el lugar desde el que añoraba el mar de Cádiz.

Estaba Laure Lacheroy, la viuda, pintora, presidenta de la fundación Carlos Edmundo de Ory. A ella le complacen los homenajes que ahora recibe el poeta; no dijo ni una palabra (y todos se refirieron, sin embargo a ello) de la puntería que tuvo la literatura que da premios, que no concedió sino uno, y local, al escritor gaditano. Ahora, sin embargo, en su tierra (en su mar, más bien) se sucederán actividades en su reconocimiento. Ella leyó el texto de Nieva, que no pudo ir. Ory, dijo su amigo, "es un misterio exquisito", necesitado de exotismo, "sumergido en una Atlántida o algo por el estilo". "En un país tan desdeñoso no tuvo la audiencia que mereció".

Y la que tuvo le vino, como señaló De la Concha, gracias a la antología de Féliz Grande, publicada en 1970. Y aún entonces Grande tuvo que vencer la resistencia de la censura que quiso anular versos (contra Hitler, a favor del erotismo más desenfundado) en los que residía la enorme carga simbólica del autor de los Aerolitos. Basculó siempre, explicó Caballero Bonald, "entre la inteligencia y el disparate", "entre la anarquíaa y la inocencia", y desafió "un tiempo hostil, asfixiado de consignas posbélicas" de las que huyó aterrado en 1953. Era "un abanderado de la transgresión, un indignado de su tiempo", que escribió gran literatura porque "tenía un sacralizado sentido de la poesía". Decía Gimferrer que si quieres saber qué es poesía lee a Carlos Edmundo de Ory. "Pues eso", pareció decir Caballero Bonald bajo la atenta mirada burlona que su colega gaditano marcaba desde la fotografía que presidió el acto en el Cervantes.

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