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“Vivimos en la era de la vigilancia”

Tim Weiner, periodista y ganador del Pulitzer, defiende en 'Enemigos. Una historia del FBI' que la obsesión actual por el control nace con el fundador de la agencia federal, J. Edgar Hoover

Andrea Rizzi
J. Edgar Hoover, fundador y director del FBI, en 1953.
J. Edgar Hoover, fundador y director del FBI, en 1953.

Cuando fue creado, en 1908, el FBI (bautizado entonces como BOI) disponía de 34 agentes especiales. El principal objeto de sus investigaciones fue una constelación de células anarquistas que, en 1920, perpetraron un atentado en Wall Street que causó 38 muertos y unos 400 heridos. Hoy, el FBI cuenta con 35.000 hombres y mujeres, un presupuesto de 8.000 millones de dólares (6.211 millones de euros) y es parte de una titánica red de agencias de inteligencia y espionaje que constituyen un elemento ineludible para comprender el poder estadounidense.

 “Información es poder. Información secreta es poder secreto. Un arma formidable”, observa Tim Weiner, periodista de The New York Times, premio Pulitzer y autor de Enemigos. Una historia del FBI (Debate). “Por eso J. Edgar Hoover, que es el artífice del moderno estado vigilante, duró tanto [dirigió el FBI cuatro décadas]. Por eso vivimos en la sombra del mundo que creó. Vivimos en la era de J. Edgar Hoover: la era de la vigilancia total”, afirma en Madrid.

Weiner calcula que actualmente en EE UU casi medio millón de personas trabaja en las agencias de inteligencia y espionaje. “La CIA tiene unos 25.000 empleados; la Agencia de Seguridad Nacional, más de 100.000. En total hay 16 organismos, y su presupuesto ronda los 100.000 millones de dólares [un 7% del PIB español]”, dice el periodista, que cubre información de los servicios secretos desde hace más de dos décadas.

El actual tamaño del sector es, en buena medida, una consecuencia del 11-S. Un tremendo shock colectivo “que llevó, en nombre de la seguridad, a una gran compresión de las libertades civiles”, comenta Weiner. “La historia del FBI es precisamente la historia del conflicto que, en una sociedad democrática, surge entre la necesidad de seguridad y el respeto de las libertades civiles”. El libro de Weiner indaga minuciosamente en los detalles de ese gran pulso a lo largo de un siglo.

Weiner calcula que actualmente en EE UU casi medio millón de personas trabaja en las agencias de inteligencia y espionaje

Viento Estelar, un gigantesco plan para controlar el tráfico de telecomunicaciones de la Administración de George Bush tras el 11-S, representa uno de los ejemplos más escalofriantes de esa pugna. En aras de prevenir nuevos ataques de Al Qaeda, la Casa Blanca impulsó ese enorme programa de escuchas sin autorización judicial sobre ciudadanos estadounidenses. Las agencias de inteligencia recopilaron una cantidad descomunal de datos. El FBI, según indica Weiner, tiene almacenados 700 millones de archivos y fichados a 1,1 millones de sospechosos de terrorismo.

“Lo paradójico es que precisamente el FBI, una institución que en un siglo de historia ha pisoteado muchas veces la ley, haya contribuido a frenar esos excesos”, explica Weiner. “Su actual director, Robert Mueller, se opuso a Bush y consiguió frenar Viento Estelar en 2004. La llegada de Obama ha contribuido a cambiar las cosas y ahora la situación no es perfecta, pero va mucho mejor”.

Tras las décadas de caza a anarquistas, primero, y comunistas, después, el 11-S ha forzado al FBI a redirigir sus esfuerzos hacia la actividad antiterrorista. “El ataque cogió al FBI muy desprevenido y desprestigiado. En las décadas previas había sido gravemente penetrado por rusos y chinos; había malgastado muchas energías en los noventa para seguir una falsa pista que era una trampa de Pekín —según la cual, Bill Clinton y sus colaboradores habrían sido corrompidos por dinero chino—; su red informática estaba en un estado lamentable; además, no disponía de un número suficiente de empleados que hablaran lenguas clave”, dice el autor.

El gran esfuerzo tras el 11-S ha cambiado las cosas. “Sin duda sigue habiendo muchos fallos; duplicaciones entre agencias; tantas buenas pistas perdidas… pero hay un dato innegable: no nos han vuelto a atacar en nuestro territorio”, argumenta Weiner. “Esto tiene una gran importancia. Si nos golpearan otra vez como en el 11-S, creo que el sistema democrático estadounidense no sobreviviría tal y como lo conocemos. Habría enormes impulsos para recortar libertades en aras de una mayor seguridad”.

A diferencia de especulaciones frecuentes en la prensa, lo que más teme el FBI no es un ataque terrorista con armas biológicas o con bombas con material radiactivo. “Mueller [el director del FBI] dice que lo que realmente le quita el sueño de noche es la posibilidad de un ciberataque múltiple que golpee las redes eléctricas de grandes ciudades y los sistemas informáticos que gestionan sus principales servicios, como el abastecimiento de agua y los transportes”, relata Weiner. “Un ataque semejante convertiría las ciudades golpeadas en urbes de la Edad Media durante varios días. Cundiría el pánico, y el temor a que se tratara del paso previo a un ataque convencional empeoraría todo. ¿Se desplegaría el Ejército en las calles de Nueva York para mantener el orden? ¿Se dictaría la ley marcial? Todo dependería de la fortaleza de los principios democráticos del presidente de turno…”.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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