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Wert-Lassalle: una relación gélida

El binomio ministro-secretario de Estado vive uno de sus peores momentos

José Ignacio Wert y José María Lassalle, en su primera comparecencia pública a finales del año pasado.
José Ignacio Wert y José María Lassalle, en su primera comparecencia pública a finales del año pasado.LUIS SEVILLANO

Los dramáticos recortes llegan en un momento en el que la relación entre el ministro José Ignacio Wert y el secretario de Estado de Cultura, José María Lassalle, atraviesa por sus horas más bajas. “Wert le está mandando al matadero”, dice el director de una importante institución cultural. “Lassalle está como anulado”, añade otro. “¿Dónde está el secretario de Estado?”, se preguntan muchos. Casi los mismos que se aventuran a elucubrar que Wert, el ministro peor valorado del gabinete de Rajoy, será uno de los primeros en ser sacrificado en una hipotética crisis de gobierno.

Pero... ¿cómo hemos llegado aquí? Cuando Mariano Rajoy diseñó su Ejecutivo pocos pensaron en Wert como ministro. Él iba, según apuntaban las quinielas, a dirigir RTVE. Lassalle, profesor universitario santanderino bregado en la esgrima parlamentaria, tipo respetado por el mundo cultural madrileño, parecía la opción obvia para dirigir la cartera. Y entonces Rajoy decidió juntar Educación, Cultura y Deporte, práctica afín por otra parte a los Gobiernos del PP, dados históricamente a la integración de estas áreas; así fue en tiempos de Aznar, cuando el elegido fue Miguel Ángel Cortés, quien, de facto, actuó como un ministro in pectore.

Pero aquellos eran otros tiempos y los de esta obra son distintos actores. Wert se topó al llegar al Ministerio con un equipo cerrado, pese a lo cual mostró un educado respeto por Lassalle, veterano en la cosa cultural y bien relacionado con la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría y con el propio Rajoy. Al comenzar el trabajo, Wert comprobó, según afirman ahora quienes conocen la relación, su escasa química con el secretario de Estado.

La situación no mejoró precisamente con las malas noticias. No le sentaron bien al ministro unas declaraciones del secretario en las que reconocía que la subida del IVA cultural (en muchos casos dramática, del 8% al 21%) era “difícilmente explicable”. Llovía sobre mojado: Lassalle ha ido encajando mal los sucesivos recortes, que privilegiaban las partidas de educación frente a las instituciones culturales. Este tira y afloja se traduce, según varios responsables de grandes instituciones, en una simple fórmula: a mayor pérdida de peso político de Lassalle, más fortalecido se ve Wert para desentenderse de sus obligaciones presupuestarias con el mundo cultural.

Las declaraciones de Lassalle sobre el IVA cultural no sentaron bien a Wert

Y en peor situación se encuentra el primero. Después de todo, es el secretario quien tiene que lidiar en el día a día con los organismos directamente afectados. O no. Los prominentes representantes de la cultura institucional consultados se dividen entre los que justifican al secretario (“al menos da la cara”) y los que le acusan de haberse esfumado: “En estos meses rara vez ha estado garantizada su presencia en reuniones, ni siquiera en las convocadas dos meses antes”, afirma uno. “Ha pasado de verse con todo el mundo cuando era parlamentario a hacerse prácticamente invisible”, apunta otro.

Sobre su papel en la dramática negociación de los presupuestos, también hay división de opiniones; las que van entre su actuación en el Prado, institución en la que hablan de implicación total, y el Real, donde le afean no haber dado la cara lo suficiente.

Los asistentes a un reciente encuentro con galeristas “para hablar del plan estratégico de las artes” pintan a Lassalle como a alguien ausente, que achacaba a “un problema de Hacienda” (y, por tanto, fuera de su control) el hecho de que su propuesta estrella, la Ley de Mecenazgo, siguiese aún en el limbo de las buenas ideas. Y los que pudieron ver a ambos esta misma semana durante la cesión de un legado de Eduardo Arroyo al Reina Sofía hablan de una “relación gélida”. Debe de ser una de las pocas cosas que se mantienen frías en este otoño al que el desgraciado cliché ya bautizó como caliente.

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