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UNIVERSOS PARALELOS

El pugilista místico

Diego A. Manrique

Voy a decirlo alto y rápido: no se pierdan la entrevista-río que ha concedido Bob Dylan a Rolling Stone; la próxima semana estará en los quioscos españoles, en su versión traducida. A pesar de sus 71 años, encontrarán a un Dylan peleón.

Las entrevistas no son su actividad habitual. Pero, buen conocedor del cuadrilátero, este correoso boxeador busca descolocar psicológicamente al adversario. En pleno verano californiano, se presenta cubierto de ropa, con gorro y peluca. También trae un libro y luego hablaremos de su explosiva teoría de la transfiguración. A lo largo de su vida profesional, Dylan ha mantenido una actitud desdeñosa hacia los que especulan con su obra y su biografía. Que se sepa que está al tanto de las principales polémicas dylanitas. Tiene escasa paciencia para los que le acusan de plagiario. En el universo moral de Dylan, ejercer de chivato es lo peor. Lo reitera cuando le preguntan por una anécdota menor: en 2009, le retuvo la policía cuando caminaba bajo la lluvia en Nueva Jersey, aparentemente buscando la antigua casa familiar de Springsteen. Sabiendo que también había visitado la casa de Neil Young, igual intentaba satisfacer una curiosidad por los orígenes de sus discípulos. Pero nada explica. Prefiere arremeter contra la persona que avisó a los uniformados: “A la gente le gusta traicionar a los demás. Quieren ofrecerte, igual que ofrecieron a Jesucristo. Yo lo he vivido. Muchas veces”.

Pelín paranoico, aunque nada nuevo. Cuando le atribuyeron el papel de portavoz de la juventud insurgente, se evaporó; tras los asesinatos de John F. Kennedy o Malcolm X, creía que eso era peligroso. Por cierto, que Dylan tiene una teoría sobre los gloriosos sesenta: “Si hubieras vivido en la época, sabrías que al principio de la década, hasta más o menos el 64 o el 65, todo era realmente los cincuenta, sobre todo sus últimos años. Todo estaba basado en aquella época. Los nuevos sesenta empezaron más o menos en el 66, y se asentaron a finales de la década. Entonces, en la era de Woodstock, ya no quedaba nada de los cincuenta. En realidad, yo no formé parte de lo que se denomina como los sesenta”. Esto es fuerte: siempre creímos que Dylan fue uno de los parteros de la revolución cultural de la década prodigiosa. No, insiste, es una criatura de los años cincuenta, que evoca líricamente.

Disculpen por el tópico: asistimos a un combate de inteligencias. Vemos un round dramático, con el entrevistador intentando sacar a Dylan su valoración de los cuatro años de Obama. Y no hay manera: evita mojarse. El golpe maestro ocurre cuando Dylan extrae un libro, La vida y época de Sonny Barger y los Ángeles del Infierno. Lee un párrafo que describe la muerte en carretera de un motero, Bobby Zimmerman. Exacto, su homónimo. Eso ocurrió en 1961. Dado que Dylan también sufrió accidente de moto en 1966, está convencido de que protagonizó una transfiguración.

¿Así que murió un motorista y, tras cinco años en el limbo, de alguna manera transformó a un cantautor? ¡Una mina de oro para la dylanología! Bob se evade: “No estamos hablando de la transmigración. Puede aprender sobre la transfiguración en la Iglesia católica, en viejos libros místicos, es un concepto real. Ha sucedido desde siempre, hay pruebas de ello por todos los sitios”.

Un planteamiento tan esotérico que, en circunstancias normales, hubiera supuesto el jaque mate para el entrevistador. Pero Dylan tenía enfrente a Mikal Gilmore. Un crítico musical que ha reflexionado mucho sobre la herencia familiar, la violencia, su castigo, la pena de muerte. Es el hermano de Gary Gilmore, aquel famoso asesino que atrajo la atención de Norman Mailer: en 1977, exigió ser ejecutado (y lo consiguió). Por lo tanto, Mikal acepta el órdago de Dylan e insiste hasta acorralarle. Resulta un gran match. Con victoria por puntos del viejo campeón.

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