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RELECTURAS
Columna
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Horizonte Ecce homo

Seis días en la mesa de un restaurante chino en la ciudad alemana de Kassel. Es la invitación a una serie de escritores que ha hecho la Documenta. Posiblemente una estancia solitaria. Una oportunidad para preguntarse por qué olvidamos tan a menudo que pueden hallarse momentos en los que salga a nuestro encuentro algo sagrado

Enrique Vila-Matas
Mario Bellatin en el Dschingis Khan Restaurant, de la Documenta de Kassel.
Mario Bellatin en el Dschingis Khan Restaurant, de la Documenta de Kassel.Tadeo Bellatin

Cuando ustedes lean estas líneas, seguramente ya habré vuelto de la decimotercera Documenta de Kassel, donde a priori mi participación consistirá a en pasarme seis días en un restaurante chino en las afueras de la ciudad, junto a un bosque. Allí debo escribir frente al público y aceptar las conversaciones que me den los desconocidos que se acerquen a ver qué estoy haciendo. También a priori está previsto que lea una ponencia, La conferencia sin nadie, en un lugar muy alejado del centro de Kassel y también del restaurante chino, e incluso muy alejado del bosque que veré todos los días desde la ventana de mi cuarto. Esa ponencia será una de las cien que Critical Art Ensemble ha organizado para los cien días de la exposición, “conferencias a las que probablemente no acudirá nadie y no serán oídas, dada la lejanía del lugar”, dice una nota de la propia organización.

Creo que por lo general me excitan más los preparativos de viaje que el viaje mismo, quizás porque en estos la imaginación es muy poderosa y todo es posible antes de ponerse en movimiento. Los preparativos se parecen, además, a ese momento extraordinario de libertad que todos hemos vivido alguna vez al disponernos a comenzar una carta, un texto cualquiera: no ignoramos que en cuanto escribamos algo, seremos prisioneros del territorio verbal y moral que acota la primera línea.

He pasado los últimos días buscando información sobre lo que ha sido la decimotercera edición de la Documenta, y digo “ha sido” porque llegaré a Kassel cuando ya casi todo esté cerrando; estaré allí los seis últimos días de la gran muestra y no sé si veré mucho, ni creo, por otra parte, que me vean demasiado a mí, porque en el comedor chino me dedicaré sistemáticamente a ocultar a los curiosos lo que escribo.

De entre lo que he averiguado en la Red me ha interesado saber, por ejemplo, que, aunque la mayoría de los visitantes suelen pasar a lo sumo un par de días visitando Kassel, la Documenta se ha desarrollado también en Kabul, Alejandría, El Cairo y Banff (Canadá). Nadie, por tanto, ha podido estar en todos esos lugares, salvo las comisarias Carolyn Christov-Bakargiev y Chus Martínez, y tal vez algún invitado. “Nada más lejos de una actitud postcolonial, sino pura voluntad polilógica”, ha aclarado la organización.

Por lo general me excitan más los preparativos del viaje que el viaje mismo, quizás porque en estos la imaginación es muy poderosa y todo es posible

La exposición ha reunido a doscientos artistas, filósofos, científicos, teóricos culturales, críticos y escritores que han presentado un enorme número de obras y eventos, muchos de ellos simultáneos, y otros que duraron meses, así que nadie ha podido siquiera soñar en verlo todo. Sólo en Kassel mismo, la exposición se ha esparcido por toda la ciudad en todos los espacios tradicionales y en otros anteriormente nunca utilizados.

La decimotercera Documenta, he leído que decía alguien, reproduce esa condición posmoderna de lo sublime: el sentido de la propia infinitud ante una experiencia de lo desmesurado que apunta hacia lo que jamás aprehenderemos ni entenderemos.

Dado que desplazarse a Kassel significa viajar a un lugar donde previsiblemente estaré muy solo durante seis días, he buscado alicientes que me ayudaran a salir de casa y me ha animado hoy bastante saber que esta 13ª Documenta ha sido la más teórica de todas. Enterarme de esto me ha hecho entender –con cierto pavor, no exento de ciertas dosis de buen humor- que no sólo tendré que acudir a ella bien pertrechado de conocimientos de historia y teoría, sino que necesitaré estudiar mucho durante y después. No será problema. Tengo pensado acercarme, por ejemplo, a la filosofía de uno de los pensadores de referencia de la gran muestra, Christoph Menke, cuyo discurso me interesa desde hace tiempo. Para él, la filosofía está entre nosotros para desordenar el área del sentido común y contribuir al nacimiento de un nuevo mundo, cuyo sentido todavía no captamos; entiende por investigación artística meditar filosóficamente el pensar artístico contemporáneo, es decir, explorar a través del arte lo totalmente otro, aquello que está en las afueras del pensamiento y los discursos ya establecidos: la investigación artística así entendida no arroja tesis enunciables en el lenguaje que ya compartimos, sino “vacilaciones del conocimiento”, “viajes al escepticismo”, desórdenes del lenguaje y del sistema de disciplinas, giros en las reglas de juego, perplejidad.

Al final, el balance de todo lo leído acerca de la Documenta me ha parecido que por suerte encajaba con experiencias que he tenido en los últimos años, cuando he estado trabajando a tope en dirección a las incertidumbres, dudas, vacilaciones del conocimiento, lo que ha provocado que en mi última novela, por ejemplo, haya terminado por descubrir la extraña coherencia de estar de acuerdo con el punto de vista de al menos siete personajes del libro, personajes que sostenían ideas totalmente opuestas las unas a las otras y, a pesar de eso, se presentaban todas ante mí cargadas de razón. No es extraño pues que a veces me considere el hombre de los siete puntos de vista.

Para no asustarme ante la fría perspectiva de estar seis días en total soledad en una ciudad que me han dicho que no es atractiva, me he dicho que nada me convenía más que construir mentalmente una cabaña, un refugio humano dentro del sistema filosófico de Menke. Eso, sin duda, me va a dar mucho trabajo. Pero ya se sabe que el trabajo creativo hace que pase el tiempo volando. He decidido viajar a Kassel sabiendo que, como la ventana de mi cuarto de hotel estará cerca del restaurante chino y seguramente dará al bosque cercano, podré contar con la suntuosidad luminosa del paisaje exterior, el lento crecer de los árboles, aunque sólo me ocuparé de la naturaleza cuando mi propia existencia se encuentre en pleno trabajo.

Ha sido como si me hubiera propuesto de algún modo hundir mi trabajo en el bosque de Kassel y que éste, el trabajo, me ayude a combatir sin pausa la soledad que me espera. El trabajo y también desde luego la idea de estar en una cabaña. En una cabaña para pensar. Para hacer un alto en el camino y reflexionar en torno a la creación, más concretamente a la alegría que puede estar en el núcleo central de toda creación. Uno de los libros que me llevaré tiene unas páginas en las que habla de esto, Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán, de Rüdiger Safranski. Suelo volver a los fragmentos en los que el autor explica el mundo de Nietzsche y cómo éste pensaba que es preciso vivir sin ilusiones y a la vez, a pesar de haber descubierto su gran futilidad, estar apasionadamente enamorado de la vida. ¿Por qué olvidamos tan a menudo que en nuestro horizonte pueden hallarse todavía momentos en los que salga a nuestro encuentro algo sagrado? Es lo que podríamos llamar horizonte Nietzsche o, quizás mejor, horizonte Ecce homo, en honor de uno de sus libros más famosos, aquel que nos confirma que para poder valorar verdaderamente la alegría estética, antes hay que abrirse en primer lugar a la consternación y a los horrores, y luego poder olvidar la angustia al confiar en la posibilidad de que en un momento determinado pueda salirnos al encuentro la vida plena, la vida en su núcleo duro más intenso, más vívido. Eso puede ocurrirnos en cualquier pequeño instante, en el más breve átomo del curso de nuestra existencia. No creo engañarme al pensar que el instante estético es un átomo de felicidad de este tipo, una partícula que equilibra toda lucha y toda penuria.

Quién sabe, quizás vaya a Kassel sólo a buscar el átomo.

Romanticismo.Una odisea del espíritu alemán. Rüdiger Safranski.Traducción de Raúl Gabás. Tusquets. Barcelona, 2009. 384 páginas. 24 / 9,95 euros.

Ecce homo.Friedrich Nietzsche. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Alianza Editorial. Madrid, 2011. 208 páginas. 9 euros.

www.enriquevilamatas.com/

 

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