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‘True blood’ alimenta su circo

La serie vuelve a Canal + con el estreno de su controvertida quinta temporada, marcada por la política y el fundamentalismo

Alexander Skarsgård y Lucy Griffiths, en un momento de la quinta temporada de 'True blood'
Alexander Skarsgård y Lucy Griffiths, en un momento de la quinta temporada de 'True blood'

Los hay que dicen que la televisión es como chicle para los ojos, divierte pero no alimenta. Eso sin haber visto True blood. Como bromea Stephen Moyer en nombre de esta serie de vampiros, licántropos, hadas y otras criaturas fantásticas cargadas de libido, True blood es “chicle, diversión, entretenimiento, una montaña rusa sin frenos” con la que dejar el cerebro en casa. “Claro que también tienes esa otra lectura llena de alegorías y referencias”, añade el actor británico, protagonista junto con Anna Paquin y Alexander Skarsgård de una serie que hoy vuelve a Canal + 1 (a las 21.30 en los diales 1 y 150) con su quinta temporada.

Desde su llegada a las pantallas, True blood fue una anomalía. “Hablamos de la era pre-Crepúsculo cuando no había nada remotamente parecido a nuestro show en antena”, añade Moyer distanciándose del boom de vampiros y otras criaturas nocturnas que existe en la cultura de masas actual. Parte de la programación veraniega de la estadounidense HBO, True blood comparte con otras series de la misma cadena de pago la falta de pudor de sus tramas junto con la cantidad de sexo y violencia de sus imágenes. Pero donde Los Sopranos o The wire fueron unas series de culto, True blood cae dentro de los placeres vergonzantes, una ficción donde cada episodio es más absurdo y frenético que el anterior.

La nueva tanda de 12 capítulos, otra anomalía dentro de las últimas series de HBO que tienden a quedarse con temporadas de 10 entregas, llega marcada por la política y el fundamentalismo. Como confirma Alan Ball, creador de la serie, no es coincidencia que esto ocurra en un año electoral como es este en Estados Unidos. “La temporada es un reflejo de los aspectos que polarizan nuestra política actual, del fanatismo que nos rodea ya sea islamista o cristiano”, describe Christopher Meloni, nuevo en la serie y muy apartado de su anterior trabajo televisivo como el detective Elliot Stables de Law & Order: SVU. El actor interpreta ahora a Roman Zimojic, un vampiro de más de 500 años que es la máxima instancia en el mundo de los vampiros. Una comunidad que vive una época convulsa por la lucha entre aquellos que ven a los humanos como mera fuente alimenticia y los fieles a un gobierno que quiere mantener la coexistencia entre ambos grupos. Pero como dice Moyer, esta es solo una de las “11 o 12 tramas” de una serie donde el reparto sigue aumentando lo mismo que la variedad de criaturas nocturnas. “En mi caso, Sookie y su hermano indagan más sobre el pasado de su familia”, desvela Anna Paquin sin dar más pistas. Tampoco faltará el sexo. “Contamos con una de las mejores escenas de sexo jamás filmadas”, apunta bromista un Ball consciente de las muchas metáforas sexuales que esconde a la vista el mundo de True blood en el continuo “intercambio de fluidos de sus protagonistas y en lo fálico que son los colmillos de un grupo de criaturas nocturnas por naturaleza”.

El gancho funciona y la serie tiene garantizada una sexta temporada, tras un arranque que en Estados Unidos obtuvo uno de sus mejores índices de audiencia, alcanzando los 6,3 millones de telespectadores tras repetir su emisión. Lo que True blood parece haber perdido es el apoyo de la crítica. Tras defender el pasado año su primera candidatura al Emmy como mejor drama, la última lista de candidatos al principal premio televisivo se olvidó esta vez de una serie que pese al apoyo del público está recibiendo algunas de sus peores críticas. Esto no parece importarle a nadie. Ni tan siquiera a HBO, contenta de contar con el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, entre sus fieles seguidores y de que True blood se haya convertido en uno sus dramas más longevos.

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