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Memorias desde un riñón

El escritor Juan Gracia Armendáriz culmina su trilogía de la enfermedad con 'Piel roja', un diario íntimo tejido mientras esperaba su segundo trasplante

Tereixa Constenla
El escritor Juan Gracia Armendáriz, en Madrid.
El escritor Juan Gracia Armendáriz, en Madrid.Samuel Sánchez

Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965) es al fin un piel roja. Hace un año le trasplantaron un riñón que mató al hombre pálido que llevaba fuera. Corrió al Cantábrico para poner fin al ayuno de mar. En los últimos cuatro años tenía unos forzosos puntos cardinales: dieta estricta, movilidad reducida, ducha constreñida, mar prohibido. Sus escapadas se oprimían entre una sesión de diálisis y otra. Alejarse de la máquina más de 48 horas le acercaba a la muerte. Se convirtió en un enfermo profesional, capaz de interpretar las señales de humo que desprendían los tocados por la muerte y atisbar las langostas imaginarias que apuntaban hacia la próxima baja en la sala de hemodiálisis.

Lo que distingue a este enfermo de otros es su capacidad para describir el dolor con poesía y el miedo con humor. El piel roja escribe diarios, “barridos de hojarasca”, donde detalla sus altibajos, desvela sus fobias, confiesa sus desamores. Memorias de un riñón. Testimonios del alma. La nefrología ya tiene su literatura: depurada, sincera, incontenible. El último libro de Juan Gracia Armendáriz, Piel roja (Demipage), es el punto final de la trilogía de la enfermedad, iniciada con La línea Plimsoll (Castalia) y continuada con Diario de un hombre pálido (Demipage). “Literariamente, es la despedida porque la enfermedad no se cura: una donación te permite tener calidad de vida pero no deja de tener una fecha de caducidad”. Sentado en el Círculo de Bellas Artes, el escritor rehúye franquear puertas peligrosas: “No pienso en la fecha de caducidad”.

—¿Cuántos trasplantes se pueden asimilar?

—Tres. Me queda una bala en la recámara.

A Juan Gracia le colocaron el órgano de otro cuando tenía 20 años. “Era un riñón fórmula uno. Recuperas toda la energía de los 20 años. Un caballo desbocado. Ahora uno es consciente de sus limitaciones, aunque hago una vida normal”. En 2008 el riñón prestado se agotó. Obsolescencia biológica programada. Le fue extirpado y comenzó una relación de dependencia con la máquina que suplía su insuficiencia renal mientras aguardaba por un sustituto compatible. De aquellos días nació el Diario de un hombre pálido donde el escritor creía haberlo contado todo: los vaivenes de pacientes, la entrega de enfermeras, la suficiencia fría de doctores. Historias que necesitaban ser contadas: “Hay experiencias que son tan potentes que solo tienes que utilizar tus herramientas de escritor para darles el relato. Lo que estás contando es un puñetazo”.

Durante el 70 cumpleaños de su madre en Navarra, acunado por el tequila y los falsos mariachis contratados para una juerga chidísima, recibió la llamada que añoraba desde 2008. Había un donante idóneo. A quince días de un trasplante programado para recibir un riñón de su prima Cris. De repente, el horizonte amanecía con dos órganos para elegir. “La vida es muy rara. O tiene mucho sentido del humor”.

En Piel roja se cuentan esos días previos, que el autor intercala con chasquidos de historia familiar: un atentado de ETA en los ochenta, el paso por la cárcel de su padre, los años de vida en México que les deja tanta huella que festejan cumpleaños con corridos. “No quería repetir el libro anterior. Y, además, hace tiempo que quería escribir sobre mi padre”.

Un padre de legendarios triunfos y fracasos. “Era un personaje cinematográfico”. Capaz de vivir en la cima e incapaz de malvivir más abajo. Hay episodios duros que su madre no ha leído. “No ha pasado la censura familiar. No quería condicionantes. Quizás determinados acontecimientos no sucedieron exactamente como yo los cuento, pero yo me reconcilié con mi padre mientras vivía, leía mis textos y hablábamos de literatura y filosofía”.

Piel roja sí es fin de ciclo: nuevos amores, nuevos órganos, nuevos libros. El autor está ya sumergido en una futura novela de ficción, aunque su aproximación puede ser singular: “La pituitaria se me ha afinado mucho para detectar la impostura. Puedo disfrutar un texto con músculo literario, pero la frivolidad se me cae de las manos”. Al final de Piel roja escribe: “Gracias a la enfermedad puedo contar algo que traspasa las formas cotidianas y a veces neuróticas del diario íntimo. A ella le debo estas páginas. Lo mismo habría hecho si en lugar de experimentar la enfermedad hubiera estado en la guerra de Irak o cruzado el Atlántico en una lancha zodiac”.

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Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Lisboa desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera en Andalucía. Es autora del libro 'Cuaderno de urgencias'.

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