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OBITUARIO

Joaquín Romero Marchent, creador del wéstern español

El director y guionista impulsó el cine del salvaje Oeste en el país

Joaquín Romero Marchent, en 2002.
Joaquín Romero Marchent, en 2002.LUIS ALBERTO GARCÍA

El director, productor y guionista Joaquín Romero Marchent (Madrid, 1921) falleció en su ciudad natal el pasado 16 de agosto a los 91 años. Perteneciente a una amplia familia de cineastas, su labor abarcó muy diversas facetas pero es recordado especialmente por sus trabajos en el wéstern español, que ayudó a crear en 1955 con El Coyote y La justicia del Coyote, películas de encargo que se rodaron simultáneamente.

En colaboración con su ayudante Jesús Franco, escribía por la mañana lo que debía rodarse por la tarde, y la confusión entre ambas películas hizo que en ocasiones aparecieran personajes que ya habían muerto en algún tiroteo previo. Pero en sus siguientes trabajos, La venganza del Zorro, Tres hombres buenos, El sabor de la venganza y Antes llega la muerte, fue precisamente el cuidado en la puesta en escena lo que caracterizó su estilo, además de cierto tono moralizante.

En su opinión, en el Oeste sucedieron los mismos dramas humanos que en cualquier otra época y lugar; de esta forma el sadismo habitual del género, primordial en lo que el cine italiano convertiría en el spaghetti-western, daba paso en las películas de Romero Marchent a cierto costumbrismo no exento de ambiciones trascendentes. Es significativa en este sentido su adaptación del mito de Fedra en Fedra West (rebautizada en Italia como Yo no perdono… mato).

Los 12 capítulos que a mediados de los años setenta Romero Marchent dirigió para la serie Curro Jiménez dieron cuenta de su buen oficio en un género en el que, paradójicamente, nunca había soñado especializarse. En sus agridulces comedias con ribetes de humor absurdo El hombre que viajaba despacito (1957) con Gila, y El hombre del paraguas blanco (1958) con José Luis Ozores, próximas al cine del primer Berlanga, aunque sin la ácida ironía del maestro valenciano, Romero Marchent componía personajes buenos e inocentes, como los presidiarios condenados por error, Fulano y Mengano (1959), que tras ser liberados se topan con el rechazo social aunque también con seres amables y solidarios, tan pobres como ellos. Vistas hoy, estas películas ofrecen una información sociológica de la España del momento, no del todo involuntaria, que las enriquece.

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