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El enigma de la caja maldita

Sam Raimi, director de ‘Spiderman’, produce la historia, aparentemente verídica aunque con tintes de leyenda urbana, de un cofre que trae desgracias a sus dueños

Toni García
Natasha Calis, en un fotograma de 'El origen del mal'.
Natasha Calis, en un fotograma de 'El origen del mal'.

Leslie Gonstein levantó la liebre en julio de 2004 con un artículo titulado: ¿Una caja maldita?. Gonstein, periodista del reputado Los Angeles Times contaba con detalle la historia de una caja, “una antigua vinacoteca” según Iosif Nietzke, su propietario original, que había salido a la venta en la página de subastas eBay allá por 2002.

El pequeño baúl de madera, que protagoniza una de las películas de terror más asombrosas de la temporada (El origen del mal, de Sam Raimi), contenía dos mechones de pelo, una losa de granito, un capullo de rosa seco, una copa, dos monedas y una vela. Fue adquirido por un comprador anónimo. Este ya había sido advertido por Nietzke de que, según él, el cofre también albergaba a un dibbuk, que la tradición judía define como “el espíritu de una persona que, en lugar de pasar al otro mundo, se queda en el nuestro y es capaz de poseer a otras criaturas”. Según el relato del anónimo comprador, que volvió a poner la caja a la venta poco después de hacerse con ella, a los pocos días de tenerla en casa empezaron a sucederle toda clase de desgracias que culminaron con una caída masiva de pelo. “Algo poco habitual para un joven veinteañero con buena salud”, contó él mismo en eBay.

El cofre albergaba a un dibbuk, “el espíritu de una persona que, en lugar de pasar al otro mundo, se queda en el nuestro y es capaz de poseer a otras criaturas”

La caja cuadruplicó su precio y un director de museo, Jason Haxton, ganó la puja. Tampoco se libró, afirmó a la periodista, de los efectos del objeto: “Al día siguiente de recibirlo en la oficina ‘me desperté con el ojo derecho como si me hubieran pegado”. Eso no es todo. También sufre de fatiga, nota un sabor metálico en la boca, y una constante congestión nasal y tos. Intrigado por el asunto, Haxton rastreó la historia de la caja y dio con un currículum algo extraño para un simple baúl de tamaño reducido.

Al parecer la caja había pertenecido a un coleccionista de antigüedades y pequeño empresario de Oregón llamado Kevin Mannis, que la compró en un mercadillo organizado por sus vecinos 2000. Según el propio Mannis, su anterior propietaria fue “una anciana de 103 años”. Media hora después de comprarla su tienda de antiguedades quedó arrasada por “una fuerza misteriosa”. Entonces Mannis, sin duda un hombre con poco aprecio por sus familiares, decidió regalarle el objeto a su madre.

Al poco, esta sufrió un infarto y hasta quedó muda por un tiempo: la señora acabó devolvíendole el regalo a su hijo con una nota que rezaba “asco de regalo”. El vástago volvió a poner la caja en subasta, Nietzke la compró, sufrió una plaga de insectos, problemas de visión y todo tipo de líos con aparatos electrónicos.

La caja había pertenecido a un coleccionista de antigüedades, que la compró en un mercadillo organizado por sus vecinos

Haxton se propuso entonces averiguar qué había detrás de ese misterio y empezó a consultar a expertos en cultura yiddish dándose de bruces con todo tipo de teorías, muchas de ellas lindando en lo paranormal. Cuando el artículo se publicó, muchos mostraron interés. Hollywood no quiso ser menos. Finalmente fue Sam Raimi, el director de las trilogías de Posesión infernal y Spiderman, quien se llevo el gato al agua: “Tengo que decir que fue bastante surrealista. La mayoría del tiempo, cuando estás haciendo una película de terror lidias con una historia de ficción o una leyenda así que tener un objeto real, tangible, con el que trabajar da un poco de miedo. Nunca vimos la caja pero sí muchas fotos de ella”, cuenta Raimi vía correo electrónico a EL PAÍS.

El director acabó siendo el productor de la película, titulada El origen del mal (se estrena en España el 7 de septiembre) y dejó a un recién llegado a Hollywood, el danés Ole Bornedal, al timón del proyecto. El filme, con un innegable aroma de serie B e ingredientes para llenar la tripa a los aficionados del género, sigue solo a medias la historia de la caja y se centra en uno de los ítems sagrados del mundo del horror: una niña pequeña.

“Lo más difícil era encontrar una historia que funcionara en pantalla. Al principio hicimos que los guionistas crearan un relato íntimamente ligado con el dueño de la caja. Sin embargo, cuando nos dimos cuenta de que la historia no era tan poderosa como creíamos decidimos tomar la caja y rodearla de una familia de ficción”, explica Raimi.

La historia de este particular cofre del tesoro sigue la tradición de las leyendas urbanas, donde los datos son difusos y los relatos se escuchan en bocas de terceros sin que nadie sepa exactamente la fuente primigenia de la información que circula. El morbo inherente y el artículo de Los Angeles Times seguro contribuirán a empujar en la taquilla una película de terror con visos de “hecho real”: “Mucha gente cree en demonios y espíritus, así que cuando escuchas una historia como la de la caja, capaz de causar el caos en la vida real, es imposible no estar preocupado”, remata Raimi.

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