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El joven flamenco alumbra las Minas de la Unión

Marina Heredia, Dorantes y Joaquín Grilo ‘rescatan’ al certamen murciano

La cantaora Marina Heredia, en La Unión.
La cantaora Marina Heredia, en La Unión.PEDRO VALEROS

Con la actuación, anoche, de Pasión Vega concluía el ciclo de las llamadas galas flamencas del Cante de las Minas. Desde hoy hasta el viernes se celebran las semifinales del concurso en sus apartados de cante, guitarra, baile e instrumentistas, y el sábado será la gran final, que desde hace años supone el alumbramiento de nuevos y valiosos nombres, en especial en cante, con la prestigiosa Lámpara Minera como máximo galardón.

Antes, el pasado lunes, dos excelentes cantaores, todavía muy jóvenes pero ya con madurez y dominio de los estilos, protagonizaron una de las mejores noches de esta edición. Y ello pese a que uno de los artistas, el onubense Arcángel, actuó mermado de facultades por una afección de garganta inesperada. Contra esta circunstancia consiguió momentos sublimes, doloridos y quejosos, como corresponde a ese palo, en la seguiriya. Y no faltaron otros fogonazos puntuales como prueba de su enorme calidad. Lástima que no pudiésemos disfrutarlo en plenitud.

Pero el listón ya lo había puesto muy alto esa noche la granadina Marina Heredia, con una actuación que ella quiso presentar como “de corte clásico” y que lo fue verdaderamente, con todos los cánones de pureza y hondura derramados sobre el escenario del antiguo mercado público de La Unión. Una soleá de muchos quilates, una buena seguiriya o unos tangos y bulerías llenos de chispa y pellizco, entre otros cantes, redondearon una de las mejores actuaciones de este ciclo del festival minero.

La crisis, que está haciendo estragos en muchos festivales de música en toda España, se ha ido esquivando aquí a base de imaginación y gestión, aunque estas virtudes no logran paliar del todo el pavoroso panorama económico, que ha repercutido algo en la asistencia de público, no todos los días han sido de llenos absolutos, como suele ser habitual en este certamen desde hace bastantes años, aunque la asistencia está siendo más que notable pese a la situación tan adversa.

Es más, el desánimo social parece que se ha trasladado a los visitantes del certamen, que se han mostrado más fríos en el seguimiento de las actuaciones. No obstante, la repleta agenda de actividades paralelas ha convertido estos días a La Unión, de nuevo, en la verdadera capital mundial del flamenco.

La organización ha continuado con la costumbre de las últimas ediciones de dar el Castillete, máximo reconocimiento no competitivo del festival, a nombres conocidos de la cultura o la vida social. En esta ocasión lo han recibido el cineasta Bigas Luna, el torero José María Manzanares, el cocinero José Andrés y la bailaora Sara Baras, que abrió el pasado día dos la serie de actuaciones estelares y a la que, además, se ha dedicado en conjunto esta edición del Cante de las Minas. Pero tal vez el Castillete más valioso es el que se ha concedido a Manuel Navarro por sus 25 años de dedicación al certamen como coordinador, pues resume el verdadero sentido de estos premios, reconocer a quien durante mucho tiempo ha trabajado en pro del mismo. Navarro ha sido en el último cuarto de siglo un personaje discreto y eficaz en la trastienda de la organización.

Otra seña del festival es la notable lista de carteles, desde 1992 encargados a artistas de prestigio. Este año ha sido obra de Luis Gordillo. Y se ha recuperado otra costumbre, la de decorar el fondo del escenario con una obra artística, pero en esta ocasión no con el cartel, como era lo habitual, sino con un mural con varias piezas del artista murciano Esteban Bernal, que resume su exposición sobre el paisaje minero que también puede visitarse en la ecléctica Casa del Piñón, donde una serie pictórica espléndida evoca la hoy desvencijada sierra, la que en el pasado fue considerada la Nueva California de todo buscador de fortuna.

Bernal es hijo del alcalde del mismo nombre, que, en 1961, animado por personajes como Valderrama, Antonio Piñana o Asensio Sáez, entre otros, hoy todos desaparecidos, impulsó el festival para recuperar unos cantes entonces casi olvidados. Esteban Bernal, el antiguo alcalde, el único que sigue vivo de esa época, ha recibido este año el título de Hijo Adoptivo de La Unión.

Precisamente Valderrama hijo, como cerrando el círculo de la memoria, protagonizó la anécdota de esta edición durante su actuación, el pasado sábado día cuatro, junto al guitarrista Carlos Piñana, a su vez nieto de Antonio Piñana. El hijo del creador de El emigrante se esforzaba esa noche por estar “a la altura de este festival”, según dijo, y cantó por derecho, flamenco-flamenco. Pero avanzada su actuación el público comenzó a pedirle las coplas que popularizó su padre. “Pero…, si me está ocurriendo lo mismo que a él”, exclamó sorprendido.

Efectivamente, medio siglo antes, a finales de los años cincuenta del pasado siglo, su padre actuó en La Unión, y quiso cantar una taranta, ya que se encontraba en una de las tierras matrices de esos cantes. El público lo silbó y le pidió las coplas más conocidas de su repertorio. Valderrama se indignó y se puso en contacto con Piñana; de ese incidente, hoy conocido, y para paliar esa situación de olvido de este rico patrimonio musical, nació poco después el certamen.

A la espera de lo que depare el concurso (no siempre es posible descubrir un nuevo talento, y eso que el festival ha dado muchos, desde Luis de Córdoba a Poveda o Mayte Martín, Vicente Amigo o Israel Galván) la edición de este año nos ha dejado momentos excelentes: el baile de Sara Baras o de Joaquín Grilo, el piano de Dorantes, el cante de Marina Heredia o la guitarra de Carlos Piñana. La historia continúa.

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