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CRÓNICAS SINVERGÜENZAS

Patada voladora en el Ritz

Echamos un pulso a Van Damme durante la promoción de 'Los mercenarios 2' El actor belga protagoniza la película junto a Stallone, Schwarzenegger y Chuck Norris

Van Damme ejecuta una patada en Madrid
Van Damme ejecuta una patada en MadridLUIS SEVILLANO

“Eso que has preguntado es tan estúpido que ahora mismo me apetecería matarte”. Con un rostro surcado de arrugas, el forzudo actor de 51 años conocido con el sobrenombre de El músculo de Bruselas, clava sus gélidas pupilas en el acongojado periodista. ¿Hablará en serio?, ¿está de broma? Pasan dos segundos eternos. Técnicos, maquilladores y asistentes contienen la respiración en la suite del hotel Ritz de Madrid donde ayer promocionaba la película Los mercenarios 2. De pronto sonríe. “¿Ves cómo sí que sé hacer de malo de película? Tranquilo, no te quiero matar”. Solo queda una forma de recuperar su respeto, tal y como lo hacen los tipos duros: pelear.

— Señor Van Damme, me gustaría que me enseñara algún truco para ganar echando un pulso. Pero tiene que ser con la izquierda. En el colegio era imbatible con la izquierda.

"Mata a cuanta más gente mejor' es la moraleja del filme", dice Dolph Lundgren

La mano de Van Damme engulle la del periodista: “No soy experto, pero yo haría esto”. Comienza a culebrear la muñeca sin apartar la vista. “Tenga cuidado, que es mi herramienta de trabajo”, advierte el redactor con un hilo de voz. 15 segundos. La derrota es menos amarga si quien te gana es una leyenda del cine de acción con más de 50 películas a sus espaldas. Títulos como Kickboxer (1989), Double Impact (1991), Soldado Universal (1992), JCVD (2007) y ahora este Los mercenarios 2, filme dirigido por Simon West (estreno el 24 de agosto) en la que comparte reparto con (apunten) Sylvester Stallone, Arnlod Schwarzenegger, Chuck Norris, Bruce Willis y Dolph Lundgren, entre otros.

Dolph Lundgren saluda a los fotógrafos en Madrid
Dolph Lundgren saluda a los fotógrafos en MadridAndres Kudacki (AP)

El sueco (quizá le recuerden por su papel de Ivan Drago en Rocky IV) completa junto al británico Jason Statham (Snatch, cerdos y diamantes) la pequeña embajada de forzudos que ha revolucionado el lujoso hotel madrileño.

Embutido en un traje a medida propio de Savile Row, Lundgren (Estocolmo, 1957) ha decidido estirarse. Su pierna izquierda sobrevuela el descansillo del hotel hasta el tercer peldaño de una amplia escalinata neoclásica. “Anoche nada más llegar se fue a entrenar”, comentan desde la productora. Tiene agujetas de pasar tantas horas sentado. Bronceado, este rubio ingeniero químico, becado por la Fullbright y que abandonó en los ochenta el M.I.T para obedecer a su corazón (y a la jamaicana Grace Jones), saluda en perfecto castellano al periodista. Habla al menos otras cinco lenguas. “Ya no vivo en Marbella. Tengo una casa allí, y dos hijas. Pero tuve que mudarme a Hollywood para asumir las costas de mi divorcio”. La sonrisa aria de quien en su día dio vida al muñeco He-Man indica que no le importan las preguntas personales. Se pone más serio cuando se le inquiere por la moraleja de un filme en el que abundan las decapitaciones por arma de fuego: “La moraleja es, ‘mata a cuanta más gente mejor”.

En el pasillo espera un guardaespaldas español —traje de chaqueta, cuello más ancho que la cabeza— que habla un perfecto inglés. “Pero ojo, yo no hablo”, dice Pepe (nombre ficticio). No habla, pero sí corrige al periodista. “Lundgren fue campeón del mundo de kárate. Y Van Damme comenzó haciendo ballet. Eso lo sabe todo el mundo”, añade reprobatoriamente.

Van Damme saluda a los lectores de EL PAÍS

Un hombre intenta colarse en la habitación donde Van Damme sigue a lo suyo. El brazo de Pepe agarra el del espontáneo justo cuando este comienza a cruzar el umbral de la suite. “Soy un gran amigo de Van Damme. Tiene mi móvil”. A Pepe le parece superbién. Toma sus datos y promete que pasará el contacto a JC. (Cuando uno ya le ha echado un pulso a Van Damme le puede llamar JC).

A la puerta de la 127 un plátano aguarda sobre un plato de porcelana, junto a una servilleta de hilo y un cuchillo de plata. El plato lo sujeta un miembro de la productora. Es la una menos veinte del mediodía. Son los últimos minutos del plátano. Van Damme está eufórico, acelerado, repartiendo tarjetas de visita a diestro y siniestro. “No me hace falta comer. Luego me subís a la habitación otros dos plátanos y que le jodan a mi comida”. “¡Ginoooo!” Grita a su maquillador, que lo persigue por el pasillo. Ha necesitado una hora de maquillaje y pide un retoque tras comerse el plátano. “Gino sabe cómo quiero el café”, patada voladora. “¿Está bien la luz aquí para fotos? ¿Sabes lo que tienes que hacer para fortalecer el tríceps? Mira”. Se apoya en un armario y hace un ejercicio sorprendentemente simple.

Van Damme no pierde el buen rollo ni cuando se le pregunta por su polémica presencia en 2011 en el cumpleaños del entonces presidente de la república de Chechenia, Ramzán Kadirov, a quien organizaciones de derechos humanos acusan de secuestros, torturas y ejecuciones sumarias. “Eso de que es un asesino de masas son cosas de la CNN y la Fox. Kadirov es un deportista, no creo que sea mala persona. Logró unir a todas las tribus de Chechenia. Ahora bien, a veces para salvar un brazo hay que cortar dos dedos”. Un velo sombrío le cruza la mirada. “Y que conste que nunca cobré nada por acudir a esa fiesta”.

Otra fiesta muy distinta se cuece en los jardines del Ritz (esos en los que en las calurosas noches de verano se colgaba un enorme búho de metal para espantar a los roedores). Allí un enjambre de fotógrafos espera el posado de los actores. Lundgren y Statham aguantan el tipo mientras Van Damme llega repartiendo patadas voladoras. “Aquí, el campeón de la ingeniería química”, grita señalando al sueco; “aquí, el campeón del mundo de salto de trampolín” (en realidad Statham quedó número 12 del mundo, en 1992), “y aquí, el campeón de los gofres de Bruselas”.

El guardaespaldas Pepe y sus compañeros reaccionan como el rayo cuando Van Damme se lanza hacia la verja del jardín, donde un centenar de fans gritan eufóricos. El belga firma fotos, libros, posters... En un Mercadona de Barcelona trabaja Juan Antonio López, de 23 años. El martes hizo el turno de noche. Al día siguiente cogió el avión (500 euros de billete) y aquí está. Pertenece al Van Damme Forum, un club de fans, y lleva siete años practicando kick boxing: “El me inspiró. Este es uno de los días más felices de mi vida”. Por la noche les aguarda la premiere en la Gran Vía. Todos tienen entrada.

Juan ha pagado 500 euros de avión para ver a su ídolo

A la puerta del Ritz también aguarda Diego Arjona, cómico del Club de la Comedia, es además autor del reciente ensayo Los brazos fuertes del cine de acción de los 80 y 90 (T&B editores). Admirador él mismo de Van Damme (le ha regalado el libro), se fotografía con otros congéneres y cuenta su chiste (casi) más conocido, fácil de hallar en YouTube. “Oye Paco, que Juan, el de la fábrica de cerveza, se ha muerto. Se ahogó en un depósito de 50.000 litros de cerveza’. Paco, horrorizado, responde: ‘Qué muerte más horrible’. ‘No creas, salió a mear tres veces”.

También está en YouTube el montaje de Van Damme, en Kickboxer (1989), bailando al ritmo de Una vaina loca, el reciente éxito latino del estadounidense de origen dominicano Fuego. Tiene más de un millón de visitas, pero JC no lo conocía. Se lo muestran en un iPad. “Es buenísimo. Vaya, qué joven estaba...”. Coquetuelo.

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