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Relaciones imposibles: Pedro Almodóvar-Carmen Maura

Te vas porque yo quiero que te vayas

Pedro y Carmen se relacionan a través del despecho, que es la forma llevadera de la nostalgia

Juan José Millás
CLESS

A veces las relaciones imposibles son más necesarias que las posibles. Si Kafka no se hubiera llevado tan mal consigo mismo, tampoco habría escrito La metamorfosis. Tiene que estar uno muy jodido para que le venga esa historia a la cabeza, y no ya para que le venga, sino para decir voy a desarrollarla, a ver cómo acaba este pobre tipo que se despierta un día convertido en un horrible insecto y que a lo mejor soy yo.

A alguien en paz consigo mismo y con el mundo, y que conoce lo que le conviene, no se le ocurre ni de coña lo de Gregorio Samsa. Y si por casualidad se le ocurre, se lo atribuye a otro, ese otro conocido históricamente como chivo expiatorio y del que hay uno en cada familia y en cada oficina del Estado y, si me apuran, hasta en cada país. En algunos sitios te quitan esas historias de la cabeza a base de terapias electroconvulsivas, o sea, de electroshocks. Si en tiempos de Dostoievski, que tenía muchas diferencias también consigo mismo, hubiera existido el electroshock, nos habríamos quedado sin Crimen y castigo.

A ver si vamos explicándonos. No siempre las dificultades jodidas, aunque estimulantes, están dentro, claro, a veces están fuera. La dificultad de Quevedo, por ejemplo, se llamaba Góngora y, la de Góngora, Quevedo. La de Freud, Jung, y viceversa; la de Larra, Dolores Armijo.

Sin conflicto no hay creación artística ni progreso científico ni hostias. Lo decía magistralmente Clarín en la primera línea de La Regenta: “La heroica ciudad dormía la siesta”. Una ciudad heroica no duerme la siesta, por favor, y si la duerme es porque le pasa algo. De esa incompatibilidad entre la siesta y la heroicidad nació una obra maestra, tomen nota.

Pedro y Carmen no se llevan. Seguramente no se llevaban ni cuando se llevaban, pero todavía no se habían dado cuenta. Se trata de una relación a todas luces imposible y, sin embargo, necesaria.

Se relacionan a través del despecho, que es la forma llevadera de la nostalgia al modo en que la belleza, según Rilke, es ese grado de lo terrible que soportamos

Ahora que la muerte, cómplice forzosa de la vida, nos ha deschavelado de un plumazo, conviene recordar que de las relaciones imposibles nació asimismo el bolero, un género literario y musical tan importante en nuestras vidas como en el cine del director manchego. Un género que, sutil llegaste a mí, ha alumbrado versos inolvidables, versos, ya me canso de llorar y no amanece, desgarradores, versos tristes, que seas feliz, feliz, feliz, versos lastimeros, di que vienes de allá, de un mundo extraño, versos no pudo ser después de haberte amado tanto, versos con los que Maura y Almodóvar podrían contar la historia de una movida alucinante alrededor de sí mismos y de sus circunstancias.

Pedro y Carmen se relacionan a través del despecho, que es la forma llevadera de la nostalgia al modo en que la belleza, según Rilke, es ese grado de lo terrible que todavía soportamos.

—Si me llama —piensa ella—, le pongo un precio y voy porque yo soy una profesional.

—Si la necesito —piensa él— le digo a Agustín que la contrate y punto.

Tras firmar el contrato, dan una rueda de prensa políticamente correcta, llena de tópicos pactados, luego hacen entre los dos, casi sin dirigirse la palabra, una obra maestra tipo Volver y cada uno se va por donde ha venido tarareando cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras. No es falta de ternura, se quieren con el alma.

¿Dónde nació esta incompatibilidad de caracteres? Lo más probable es que sea genética. No vamos a negar la existencia de un momento concreto en el que saltara la chispa, lo hubo, sin duda, pero carece de interés porque la incompatibilidad venía de antes. Quizá hubo un desaire, consciente o no, de él, para ponerla en su sitio (hay varias leyendas al respecto). Para ponerla en su sitio significa para decirle quién manda aquí porque tú al fin y al cabo no eres más que una actriz. Los actores, para Almodóvar, son un mal necesario. No se puede hacer una película sin ellos como no se puede hacer una tortilla sin huevos. Pero la distancia existente entre lo que él tiene en la cabeza cuando grita “acción” y lo que ellos son capaces de darle al ponerse en movimiento es de tal naturaleza que tampoco hay que extrañarse de que los odie. Carmen Maura es la única que se acerca a lo que él quiere, incluso que lo supera. Pero eso es insoportable también, ni una cosa ni la otra. Una tía que se lee el guion de Volver, que dice “vale”, que se pone ante la cámara y lo borda a la primera... Hija de puta.

No vamos a decir que Maura tenga de los directores la misma opinión que Almodóvar de los actores. Quizá no los considere un mal necesario, pero tampoco lleva bien el teatro que le echan. Vale que estén atormentados, que no sean felices, que tengan sus migrañas y sus moscas oftálmicas y sus ardores de estómago, pero que se corten un poco, por favor, que yo también he sufrido mucho. Esto le viene de que procede de una familia burguesa, de clase media tirando hacia arriba, donde la exposición de los sentimientos en general (se trata de una hipótesis) no estaba muy bien vista. Por eso los sentimientos le salen casi siempre en clave de comedia, como si se descojonara de ellos. De ahí le viene toda la carga transgresora que Pedro ha aprovechado hasta el paroxismo, signifique lo que signifique paroxismo.

—Quiero un fantasma de carne y hueso —le dice él.

Y ella le compone una fantasma de carne y hueso que te pone los pelos de punta precisamente por eso, porque es de carne y hueso, lo que resulta tan contradictorio como que la heroica ciudad duerma la siesta. Pero es que cuando más de carne y hueso es el fantasma, más fantasma, paradójicamente, resulta. La genialidad de la Maura llega al punto de que cuando a lo largo de la película nos enteramos de que no es un fantasma, sino su imitación, es cuando deviene en un espectro de verdad, de los que dan risa y miedo al mismo tiempo porque no sabe uno a qué carta quedarse.

Todo esto complica mucho la relación en ambas direcciones. Almodóvar, por explicarnos, es un transgresor burgués mientras que Maura es una burguesa transgresora. La heroica ciudad, por volver a Clarín, dormía la siesta. Hay ahí un conflicto de personalidades típico de quienes necesitándose a muerte darían la vida por desnecesitarse.

El problema no es lo que se necesiten ellos, que a nosotros nos la trae floja, el problema es lo que los necesitamos nosotros. Pero nos tienen a pan y agua porque se creen que la vida es un bolero y que te vas porque yo quiero que te vayas. Pobres.

Próxima entrega, el sábado: Vicente del Bosque-Florentino Pérez.

Otras relaciones imposibles

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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