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'IN MEMORIAM'| OBITUARIO

Chris Marker, imágenes del cineasta de la verdad

El director francés se situó frente a los supuestos del 'cinema-verité' y frente al mito de la objetividad documental

Chris Marker.
Chris Marker.

El pasado 29 de julio falleció en París el cineasta francés Chris Marker, a los 91 años de edad. “Cineasta” es, sin embargo, un apelativo que se queda corto. Con él desaparece un testigo atento de los avatares del siglo, siempre cámara en mano, un viajero infatigable y un cronista combativo e irónico que acompañó las mareas políticas y sociales de su tiempo y que nunca dejó de reflexionar sobre el extraordinario poder de las imágenes; su poder de revelación y también de falsificación. Si algún cineasta ha podido considerarse libre en su oficio y autor genuino y completo ese es Chris Marker; escritor, filmaker, montador, creador de la banda sonora y hasta distribuidor a veces de sus más de cincuenta películas. Libre también porque huyó siempre de las fatuidades del artista, ocultando su rostro y su privacidad entre múltiples heterónimos.

Chris Marker nació en Neuilly-sur-Seine (Francia) el 29 de julio de 1921. Ejerció de crítico de cine en los primeros pasos de la legendaria revista Cahiers du Cinéma y en 1954 se convirtió en uno de los pioneros de la edición moderna al fundar y dirigir la colección Petite Planète, que revolucionaba el libro-reportaje. Debutó en el cine con Olympia 52 (1952), sobre los Juegos Olímpicos de Helsinki, al que siguió Les Statues meurent aussi (1953), obra ésta correalizada con Alain Resnais y que reflexiona sobre los efectos de la colonización en el arte africano. Sus imágenes fueron censuradas en Francia hasta 1963, pero ya la crítica había incluido a Marker, junto a Resnais, Agnès Varda, en el grupo Rive Gauche, que trataba de abrir una vía literaria y documental en el cine.

Con Dimanche à Pekin (1956) inició sus relatos de viajes, el aunténtico género reinventado por Marker, donde cabe destacar Description d´un combat (1960), sobre Israel y los kibutz, Cuba sí (1961), retrato del país durante los primeros años del castrismo, y, sobre todo, Lettre de Sibérie (1958), un viaje sentimental de muchos miles de kilómetros cuyo resultado no se parecía en nada a los documentales realizados por anteriores viajeros; una superposición de imágenes filmadas por él mismo, fotografías, grabados, dibujos animados y texto. André Bazin tratando de definir la originalidad de la obra acuñó el término “ensayo documentado por el filme”. “Ensayo a la vez histórico y político, aunque escrito por un poeta”. Esa voluntad ensayística está presente en toda la obra del cineasta: encontrar para cada película un dispositivo nuevo, una forma nueva.

Hay que situarse en los años cincuenta, en Francia, cuando una serie de cineastas abren nuevas perspectivas al cine-ensayo (G. Franju con Le sang de bêtes, 1949, o Alan Resnais con Van Gogh, 1948), participando con Marker de esa ruptura con los sistemas de creación y producción dominantes. Con el recuerdo de la guerra aún sin cauterizar, se estaban produciendo en el seno de esa nueva generación de cineastas debates terribles en torno a una ética y una política de las imágenes. Raymond Bellour comentó que Marker eligió escribir y filmar en el momento en que la memoria de los campos de concentración se convirtió en su tema, casi en su único problema. Marker se situaría frente a los supuestos del cinema-verité de esos años y frente al mito de la objetividad documental, adoptando en adelante un punto de vista subjetivo con el que logró esquivar los rígidos tics del cine militante e ideologizado. De la caduca militancia siempre le salvaron sus dos armas principales: un permanente cuestionamiento de la verdad que contienen las imágenes y una ironía insobornable en el discurso, lleno de conciencia cinematográfica. Esa conciencia que una vez le llevó a aventurar: "En el futuro, la guerra de las imágenes acabará convirtiéndose en la guerra misma" ¿Pero cómo combatir a las imágenes con otras imágenes? Marker nos enseña que no basta con oponer una imágenes a otras o cambiar el discurso. Es necesario interrogar la mirada del espectador, cuestionarla. Una misma imagen puede decir cosas diferentes y hasta contrarias.

En 1977 Chris Marker acometió en Le Fond de l´Air est rouge un denso material fílmico y sonoro, propio y ajeno, sobre los movimientos sociales de toda una década, de Vietnam y el Mayo del 68 al golpe de Pinochet: un completo memorándum de la época, un ensayo sobre el poder de las imágenes y un esfuerzo por ponerlas a salvo, al mismo tiempo, de la leyenda épica y del olvido. Marker señaló sobre este filme: “He intentado por una vez darle al espectador, por medio del montaje, su propio comentario, su poder”. Frente a la inmediatez del cine directo, Marker nos muestra cómo esas mismas imágenes de las luchas políticas adquieren otro significado, otra lectura con el paso del tiempo. Como él dice, las imágenes de la batalla se han puesto a temblar.

En 1982, con Sans Soleil, Marker retomó sus relatos de viajes. Sans Soleil es quizá su filme más especulativo y hermoso. Un diario de viaje confidencial que mezcla voces heterónimas sobre la estructura de un prisma epistolar, sostenido por la imprescindible voz de Florence Delay y cuyas imágenes navegan por un itinerario que recorre los polos opuestos de la supervivencia humana, de África a Japón. Una exploración sobre las leyes de la memoria.

Mención aparte merece La Jetée (1962), ficción a base de voz y fotografías fijas, una pesadilla que contiene una anticipación del futuro, un sueño visionario y apocalíptico, un cuento de horror. Con su técnica pura, La Jetée demuestra que una reducción a los elementos mínimos del cine puede comunicar lo más difícil: el vértigo del tiempo y la materia privada de los sueños.

Marker no dejó de investigar hasta el final con los diversos lenguajes del cineasta y los últimos formatos abordando la reinvención de la propia memoria y jugando a cruzarla con la memoria colectiva. Nos enseñó mucho, y a varias generaciones de cineastas, y, sobre todo, una lección importante: las imágenes no son inocentes, están dentro de una historia de las imágenes y para romper con la retórica del poder es necesario una revolución del lenguaje, de la forma. Siempre estará ahí, el maestro de quien una vez dijera Henri Michaux: "Habría que derribar la Sorbona y poner a Chris Marker en su lugar".

Mercedes Álvarez es cineasta y directora de una retrospectiva sobre Marker en el Festival de Creación Audiovisual de Navarra en 2000.

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