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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Autoayuda

La expectación por 'Frágiles' se volvió frustración, porque sus creadores han puesto en el pastel todo el azúcar que había en la despensa

Javier Rodríguez Marcos

Un estreno en agosto es una bendición para el espectador, que a la altura del día 3 ya no sabe a qué hora vio por enésima vez la caída del Rey (sin metáforas) ni cuántos años tenía cuando sus padres le prohibieron La huella del crimen, rescatada de nuevo. En temporada de monocultivo olímpico y económico —un récord cada día—, con media audiencia en el chiringuito y la otra media pendiente de Londres y Bruselas, Telecinco lanza la serie Frágiles y la jugada le sale redonda: fue lo más visto el jueves detrás del baloncesto.

Desgraciadamente, la expectación se volvió frustración porque sus creadores han puesto en el pastel todo el azúcar que había en la despensa. Para colmo, lo han cocinado en el microondas, tal es la velocidad a la que se suceden los acontecimientos en un montaje sincopado que empieza siendo una audacia y termina torpedeando el desarrollo natural de la acción hasta borrar los matices en los personajes, condenados a evolucionar en lo que dura una secuencia: ahora amargado, ahora adorable. Poco margen le queda a un reparto que raya a buena altura.

Protagonista absoluto, Santi Millán es Pablo, un fisioterapeuta cuya mujer lleva un año en coma: cuando descubre que su hermana y su marido se han acostado juntos se va de casa y tiene un accidente. El arrepentimiento acentúa la socarrona perfección de Pablo, mano de santo para el cuerpo y el alma de sus pacientes, ya se trate de una ejecutiva parapléjica que encuentra la redención en su camilla o de un adolescente rebelde que acaba reconciliándose con su padre mientras suena la música.

La música tiene su importancia: apenas deja de sonar escena tras escena. Un enojoso subrayado que, con todo, consigue parecer bueno cuando la voz en off del protagonista se arranca a declamar sentencias con tono de autoayuda: “Porque somos nos equivocamos, porque tenemos huesos nos los rompemos”; “cuando te libres de tu culpa podrás hacer lo que quieras”. Como La pecera de Eva, dirigida también por Manuel Sanabria, Frágiles vuela en la comedia —sanamente incorrecta a veces—, pero se hunde en la tragedia y en el buenrollismo con fondo de balada. Un melodrama puede ser una bomba: siempre explota en las manos del que quiere activarla si no conecta los cables adecuados.

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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