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Desvistiendo a un icono

El 'sex symbol' por excelencia dejó un estilo personal que se mantiene vigente cincuenta años después y parece más bien lejos del declive. Así era Marilyn.

Cordon Press

Cincuenta años después de su muerte, la extinción es un concepto que sigue muy alejado de Marilyn Monroe (1926 - 1962). Sus frases irreverentes ("No es cierto que no tuviera nada puesto, estaba puesta la radio", espetó al ser interrogada sobre su desnudo en Playboy), su melena oxigenada, sus labios carmesí y sus curvas de mujer fatal no solo son recordados con nostalgia, sino que siempre han mantenido vigentes como icono erótico. Ella alcanzó esa misma meta en tan solo 36 años. Tras medio siglo de su fallecimiento, ninguna otra estrella ha sido capaz de brillar con tanta fuerza como para dejar una estela semejante.

En materia de moda (y aunque era aficionada a casas como Chanel, Pucci o Christian Dior), sus grandes aliados fueron los diseñadores de vestuario de la 20th Century Fox. Cuando conoció a William Travilla (responsable, entre otros, del vestido blanco que volvía loco a Tom Ewell en La tentación vive arriba), casi por casualidad, él ya había ganado un Oscar. Su amistad se desarrolló con los años y trabajaron juntos hasta en ocho cintas en las que los atuendos han pasado a formar parte de la memoria histórica colectiva. Orry Kelly, responsable de vestuario de Con faldas y a lo loco, consiguió con sus picantes conjuntos que la censura hiciera de las suyas en el estado de Kansas. Acto y seguido ganó el Oscar a mejor vestuario.

La personalidad de la diva se divide en dos. Está la Marilyn Monroe cuya melena plateada destacaba entre la multitud; aquella que, en 1962 le robó el protagonismo a John Fitzgerald Kennedy, presidente de Estados Unidos, el día de su cumpleaños al cantarle un Happy Birthday que hizo temblar las bases fundacionales del erotismo. Y luego la sencilla Norma Jean, lectora voraz que aspiraba a ser algo más que una mujer bella. Esta última solo se dejaba ver en los instantes más íntimos del mito y prefería las bailarinas y los abrigos de lana a la pompa y la pedrería. Su rastro se adivina en algunas fotografías, como las que George Barris le hizo el año de su muerte. Seguro que hay más. No hay época en que no aparezcan testimonios inéditos de su hegemonía estética. Medio siglo después, ningún dato parece indicar que el mito esté próximo al declive. Muy por el contrario, da la sensación de que aún queda mucho por descubrir. Y, por supuesto, subastar.

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