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El cabello como material escultórico

Adrienne Antonson recicla el pelo de sus amigos para crear peculiares esculturas Compatibiliza estas habilidosas creaciones con una carrera en el mundo de la moda

Rubio, moreno, castaño, pelirrojo, teñido de un color atrevido… El pelo puede decir mucho de las personas. Cuidado, engominado o alborotado, todos los peinados tienen su intención, aunque algunos finjan no darle importancia. Se luce cuando se tiene y se añora cuando se pierde. El aspecto de una persona puede cambiar radicalmente dependiendo de su peinado.

El pelo también está presente en el mundo animal ya que es algo común a los mamíferos. Lo que no se conocía hasta ahora era de la existencia de insectos cuyo ADN se compone exclusivamente de pelo. No se trata de insectos vivos, sino de esculturas creadas por la diseñadora residente en Brooklyn Adrienne Antonson.

"Busco la sostenibilidad usando lo que tengo a mano. El pelo humano es un material extremo en el sentido de que no necesito materiales ajenos a mi cuerpo (si exceptuamos la aguja, el hilo y el pegamento)", explica Antonson.

Su curiosidad por los insectos, especialmente por su anatomía, comenzó bien temprano. También su fijación por el pelo humano, con el que lleva trabajando 10 años. "Cuando era niña, mi madre guardaba nuestro pelo por razones sentimentales. Los primeros cortes de pelo, quimioterapia, etc.

Antonson no se dedica exclusivamente a esta peculiar forma de escultura. Su carrera profesional se mueve por otros terrenos más convencionales, pero siguiendo esa vena artística y sin soltar el hilo y la aguja. Su tarea cotidiana se mueve dentro del mundo de la moda, donde diseña sus piezas para la firma State.

El valor sentimental del cabello es la primera condición de su trabajo. Lo primero que aclara es que lo usa exclusivamente para sus esculturas, y lo segundo es que necesita conocer al 'donante'. "Mi regla principal con el trabajo sobre el cabello es que el pelo tiene que proceder de mis amigos o mi familia, a no ser que esté haciendo una obra por encargo".

"Uno de mis donantes favoritos es una amiga nonagenaria. Suele guardar las trenzas de su preciosa cabellera plateada cuando se la corta".

El realismo de su trabajo es inquietante, teniendo en cuenta la dificultad de reproducir con fidelidad la robustez y tamaño de los insectos. "Depende de la especie, el rango va desde las ocho pulgadas hasta la media pulgada de la mosca casera. Hago las esculturas por partes. Trabajo en las alas, las patas, el cuerpo… cuando estoy lista para unir el puzle, a veces uso pinzas para juntar las diminutas patas y antenas, pero generalmente trabajo con mis propias manos. Durante el proceso, aplico pegamento con pinceles diminutos para juntar los pelos. Y si es un insecto muy colorido, lo pinto después de haber juntado todas las piezas".

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