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RELACIONES IMPOSIBLES: CRISTÓBAL MONTORO - LUIS DE GUINDOS
Columna
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Me trae una ensaimada

Esto es una reconstrucción, claro, de lo que seguramente pasó por la cabeza de Rajoy la noche de la contienda electoral

Juan José Millás
CLESS

Luis de Guindos y Cristóbal Montoro ocupan dos carteras distintas, aunque las dos de Economía. Quiere decirse que tenemos dos ministros de lo mismo, solo que uno trabaja desde el interior de la tienda, meando hacia afuera, y el otro desde el exterior, meando hacia dentro. Una orgía de lluvia amarilla de la que solo se libran los defraudadores, cuyo reino no es de este mundo. Suele decirse que Rajoy creó esta absurda bicefalia económica con el objetivo de confundir al personal, quizá con el de confundirse a sí mismo a fin de no perder ese gesto de desorientación intelectual que le caracteriza y que tanta lástima produce en Europa.

Hay que ponerse en sus zapatos. Si hubiera nombrado, de acuerdo a la ortodoxia, un vicepresidente económico que se ocupara de todo aquello de lo que ahora se desocupan minuciosamente Montoro y Guindos, él habría perdido protagonismo. Tal pérdida, asociada a una carrera política más bien luctuosa, habría dañado su autoestima, impidiéndole acometer la tarea de salvación de la patria con el ímpetu que la situación requería.

Nombraremos dos ministros de finanzas, se dijo en tono bíblico, y llamaremos al primero de Hacienda y al segundo de Economía. Luego, que se maten entre ellos por ver quién logra arrebatar más competencias al otro.

Y así fue como Montoro y Guindos, sin comerlo ni beberlo, juraron ante el Rey fidelidad a un cargo que no era un cargo, ni siquiera medio cargo, pues ni ellos mismos, al cruzarse en las escaleras de camino al despacho, sabían si el que bajaba era el responsable de Hacienda y el que subía el de Economía o viceversa. Y cuando los españoles poníamos la tele, aparecía Guindos dando noticias sobre Hacienda y Montoro sobre Economía sin advertir que cada uno se había metido en el territorio del otro, ya que no había una frontera clara ni natural entre ambos.

¿De quién debía partir, por ejemplo, la decisión de amnistiar a los evasores de impuestos? ¿De quién la de subir el IVA a los difuntos? ¿De quién la de gravar “los chuches” de la niña de Rajoy? ¿De quién la de tomar venganza, por su desafección continua, de la gente de la cultura? He ahí algunas de las preguntas sin respuesta con las que comenzaban las jornadas de trabajo en aquellos dos departamentos que eran en realidad uno.

—Señor Montoro, ¿desea para desayunar una tostada con aceite de oliva o un cruasán?

—No sé —respondía Montoro— ¿Qué tomaba el anterior ministro de Economía?

—Es que estamos en el de Hacienda —le recordaba el asistente.

—Entonces tráigame una ensaimada.

Entre tanto, el espíritu de Rajoy aleteaba sobre las tinieblas, dispuesto a atribuirse los éxitos económicos del invento, si los hubiera, o a achacar a la incompetencia de sus adláteres los fracasos, si se sucedieran.

La maniobra, desde el pensamiento filosófico del político gallego, tenía su aquel, pues significaba que Montoro y Guindos eran responsables de carteras sobre las que carecían de control. En cierto modo, construyó una metáfora de lo que le acabaría ocurriendo a él, presidente de un país en el que mandarían otros (u otra, porque el genérico no siempre funciona).

Entonces, Rajoy no sabía que iba a caer tan bajo. Y como no lo sabía quizá pasó por su cabeza la idea, no ya de nombrar dos ministros de Economía, sino dos responsables también de Cultura y dos de Trabajo y dos de Agricultura y dos de Exteriores y otros dos de Defensa y dos más de Fomento, etc. De ese modo, en vez de gobernar sobre un país, gobernaría sobre dos, lo que le otorgaría frente a Europa una capacidad negociadora insólita.

Es cierto que sacar dos países de donde solo había uno, como hacen los pobres para obtener dos raciones de lentejas de donde solo hay una, podría resucitar el espectro de las dos Españas. Pero en este caso las dos Españas serían de derechas, una de ellas, incluso, de extrema derecha. Bastaría que Gallardón, por ejemplo, fuera uno de los dos ministros de Justicia, para que los derechos de las mujeres, tan duramente peleados a lo largo de las últimas décadas, sufrieran de golpe un retroceso de 30 ó 40 años. El problema era encontrar a otro ministro de Justicia que estuviera a la altura de Gallardón. El corrupto Dívar habría sido perfecto de no ser por la campaña de descrédito que había sufrido injustamente. Ni que decir tiene que en las dos Españas de derechas de Rajoy la autoridad competente podría hacer lo que le saliera del culo con el dinero público.

Había, ya decimos, un problema de selección de personal. No resultaría sencillo encontrar dos individuos como Montoro y Guindos. El primero fue secretario de Economía con Rato, de quien aprendió cómo se salía por piernas del FMI o de Bankia, lo mismo da, antes de que griten ¡fuego! A Rajoy le gustaba la gente que salía por piernas porque eso le dejaba solo ante el peligro, soledad que, bien administrada, proporciona abundantes réditos políticos. De hecho, fue quedarse solo ante el Prestige, diciendo tonterías sobre los hilillos de plastilina, lo que le permitió comenzar una carrera política desastrosa cuyo final empieza a olerse ya (“no llega a octubre”, es la frase que más se escucha en el chiringuito de la playa). En cuanto al segundo, el tal Guindos, había sido director para España y Portugal, y hasta su quiebra, de Lehman Brothers, que fue a su vez el detonante de la crisis financiera internacional en la que aún chapoteamos. Un curriculum maravilloso a todos los efectos.

Esto es una reconstrucción, claro, de lo que seguramente pasó por la cabeza de Rajoy la noche de la contienda electoral, tras la obtención de una mayoría absoluta que en principio le permitía gobernar como le diera la gana. ¿Que se le antojaban dos ministros de Economía? Dos ministros de Economía. Y ahí tenemos a estos dos pobres fingiendo que trabajan en una estructura racional, negando por la tarde lo que afirman por la mañana y haciendo como que se lleva bien y tienen claramente delimitadas sus competencias. El asunto es tan grave que a Guindos se le ha puesto cara de troll sueco y Montoro ha perdido aquella gracia andaluza que le caracterizaba en la oposición, cuando celebraba con unas bulerías cada parado nuevo.

Próxima entrega, el jueves: Isabel Preysler / Belén Esteban

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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