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A celebrar, y que se jodan

Carlos Boyero

Creo recordar que en mi infancia el pueblo llano asociaba frecuentemente la distinción, genética elegancia, síntomas de cuna excelsa, a determinadas y dionisiacas profesiones. Al parecer, consideraban la aristocracia como una profesión, aunque nunca he tenido claro en que consistía su épico trabajo, pero cuando creían reconocer esos dones ancestrales en la apariencia de alguien exclamaban: “Parece un marqués”. Igualmente identificaban a un ser superior, poniendo los ojos en blanco y abriendo excesivamente su plebeya boca con esta revelación: “Parece un diplomático”. O sea, pertenecer a ese gremio, aunque la cruel naturaleza se hubiera empeñado en dotarte con los rasgos de Quasimodo, te convertía inmediatamente en Petronio.

Me informan de que ese señor que muestra delante de las cámaras indescriptible euforia y un exultante y ¿etílico? sentido de la patria es el embajador español en Polonia y que lleva cuarenta años practicando tan distinguido oficio. Pero no acabo de pillarle el punto aristocrático a este eximio y longevo representante de la diplomacia española. Este excelso anfitrión invita a comer en su patriótica morada a un montón de periodistas deportivos. Corre el vino, el champán e imagino que una reserva inagotable de selectos licores eslavos. Y llega el esplendor de los efectos desinhibitorios del alpiste. El racial embajador se pone la camiseta de la selección, da unos pases toreros con la bandera española, grita: “Yo soy español, español...”, reparte puros, manosea con ademán rijoso a una señorita que se ha embutido en una ceñida camiseta mientras comenta: “Cualquiera se pone a registrar aquí” y arenga a sus invitados con un imperial “Vamos a dar por saco a los franceses”.

Si la actitud de ese hortera patriótico provoca vergüenza ajena, la traición que sufre el subconsciente de una rubia y pepera diputada apellidada Fabra acojona directamente a cualquiera que posea más de un par de neuronas y un mínimo de conciencia. Después de que Rajoy anuncie en el Parlamento que los parados que cobran el desempleo lo van a tener cada vez más crudo, los labios de la dama susurran algo tan salvaje como: “Que se jodan”. Posteriormente aclara, cómo no, que se refería a los diputados sociatas que habían protestado por esa medida. No se si siento más asco que terror.

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