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FERIA DE SAN FERMÍN 2012

El gran momento de Castaño

Miura / Rafaelillo, Castaño y Robleño. El leonés es un torerazo de los pies a la cabeza La corrida de Miura fue decepcionante, como es habitual b>

Antonio Lorca
Javier Castaño durante la lidia de su primer toro.
Javier Castaño durante la lidia de su primer toro. LUIS AZANZA

El gran mérito de Javier Castaño es que muleteó al tercero de la tarde como si fuera un toro artista, dulce y bobalicón, de esos que tanto estiman las figuras. Pero no lo era, no, sino un miura que manseó en el caballo, esperó con sentido en banderillas y llegó al tercio final con todo el crédito perdido. Tampoco Castaño es un exquisito, pero sí un torerazo de los pies a la cabeza que vive un momento pletórico de seguridad, firmeza, claridad de ideas y confianza en sí mismo. Nadie daba un duro por ese toro hasta que el matador lo esperó pegado a tablas sentado en una silla de enea, lo pasó por alto hasta en cuatro ocasiones, y lo citó, después, con la mano derecha, asentadas las zapatillas, la mente despejada y el valor seco, para hacer, sin truco alguno, un juego de magia consistente en tirar de la embestida, templarla y convencer a su oponente de que entre ambos podía surgir el toreo emocionante. No fue la suya esa faena moderna de cientos de pases anodinos, sino una sucesión de momentos poderosos, de dominio, de entrega y de una fe sin límites. Tiró la espada al final e inició una tanda cambiando de mano tras cada muletazo que precedió a una buena estocada.

Intentó en el sexto que se abriera la puerta la grande, pero ‘Navajito’, que tanto corrió en el encierro matinal, tiraba secos derrotes al aire y dificultó en demasía la labor el torero. Aún así, le robó muletazos de buena factura por ambas manos, pero la faena no llegó a cuajar.

MIURA/RAFAELILLO, ROBLEÑO, CASTAÑO,

Toros de Miura, bien presentados, mansos, broncos y deslucidos.

Rafaelillo: estocada contraria (ovación); casi entera (silencio).

Fernando Robleño: media y dos descabellos (ovación); pinchazo y bajonazo (silencio).

Javier Castaño: estocada (oreja); estocada (ovación).

Plaza de Pamplona. 8 de julio. Segunda corrida de feria. Lleno.

No salió a hombros Javier Castaño, pero quedó claro que vive un tiempo de extraordinaria madurez. No es un artista, y se supone que conoce su sino, pero el poder, el valor y la entrega son credenciales suficientes para alcanzar el honor de figura.

La corrida de Miura, decepcionante, como es habitual. Mantiene el tipo y la leyenda, pero en esa ganadería abunda la mansedumbre, la ausencia de casta y de clase, la brusquedad y la dureza. No son toros para el toreo, sino para la lidia, para el enfrentamiento entre un peligroso animal y un hombre con la cabeza bien puesta.

La tienen, sin duda, sobre los hombros los tres toreros de ayer. Cantada queda la gesta de Castaño, y ahí va todo el respeto y consideración hacia Rafaelillo y Robleño, dos especialistas en los toros de antes.

A Rafaelillo le tocó un lote infumable, de los que no te permiten el más mínimo descuido si no quieres conocer las alturas. Resoplaba el torero cuando acabó con el primero, brusco y dificultoso hasta la saciedad, y sorteó como pudo los gañafones del cuarto, que le buscaba la cabeza con ansiedad.

Y Robleño se encontró, en primer lugar, con el único que desarrolló un punto de nobleza, el segundo; lo lanceó con gracia a la verónica, y no llegó a confiarse con la muleta, siempre retrasada. Supo a poco lo suyo; merecía más ese toro; no remató, y lo que pudo ser, no fue. Él sabrá. No tuvo faena el quinto, muy complicado, gazapón, y de la misma mala ralea que los peores de la tarde. Y Robleño lo despachó de un feo bajonazo que no se merece nadie.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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