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Opinión
Columna
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Sin pecado concebida

David Trueba

El crítico de televisión de El Periódico de Catalunya, Ferran Monegal, ha firmado ya nueve temporadas al frente de un programa que revisa el medio y entrevista a sus protagonistas. Telemonegal triunfa en BTV, canal del ayuntamiento de Barcelona que en su origen, dirigido por Manel Huerga fue una referencia de buena tele. Monegal entrecruza el zapping más destacado de la semana con un análisis entre moral y festivo del medio. La popularidad del programa seguramente reside en desvelar cómo la televisión crea un mundo propio, con princesas, polemistas, villanos y virtuosos. Monegal, infatigable espectador, mira la televisión en estado de alerta.

En su programa de fin de temporada logró que aceptara la invitación Xavier Sardá, para así enfrentar sus opuestas visiones del medio. Sardá se cabrea mucho con quienes le afean las maneras de lograr algunos de sus picos históricos de audiencia, pero debería sentirse elogiado. En un medio donde se da por asumida la baja catadura de las ambiciones de todos, lo de Sardá parecía doler más, como si hubieran descubierto que su hermano mayor regenta una cadena de prostíbulos. Así que Sardá acudió a boicotear el encuentro con sobrada habilidad para enunciar las contradicciones del medio. En las ocasiones en que alguna prensa le afeó caer en eso que se llama telebasura fue contundente. Y así una portada de los periódicos de Vocento le sirvió para denunciar el doble rasero de quien hace caja en Telecinco pero riñe desde sus cabeceras más serias y procatólicas los excesos del canal. Ahora que los gobiernos democristianos pugnan por llevarse el Eurovegas el fariseísmo es ya casi una bandera nacional.

La conversación estaba empantanada de salida, desde que Sardá dejó claro que no acudía a hacer un ejercicio de contrición. Pero la televisión necesita que se hable de la televisión. Es una pugna saludable, más allá de juicios morales. Esta aquí, salpica a la realidad. Es influyente y modela ella más al espectador que viceversa. Aparte de audiencia, dinero y relevancia, un programa también genera comportamientos sociales. La televisión es el gran asunto pendiente de la democracia, pero las posiciones están enrocadas, como si solo fuera posible sacudirse dogmas a gorrazos.

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