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SILLÓN DE OREJAS

Suicidios televisivos y otros malos sueños

Manuel Rodríguez Rivero
Ilustración de Max.
Ilustración de Max.

Imagínense que en uno de los magazines en directo de más audiencia de las televisiones —pongamos el de Susana Griso— es entrevistado un poderoso constructor. En un momento dado, el empresario extrae del bolsillo interior de su americana una pistola y se descerraja un tiro. Días más tarde, cuando aún colea el escándalo, un conocido político socialdemócrata se suicida de modo espantoso durante otro programa televisivo. Al cabo de unas semanas, y en medio de una concurrida fiesta organizada para celebrar su cumpleaños, un célebre (y rico) periodista (sí, como ese en que están pensando), se inmola a lo bonzo dejando patidifusa a la despavorida audiencia, todos gente guapa. Ese es, aproximadamente, pero en escenario griego, el planteamiento de Suicidio perfecto, una novela de Petros Márkaris, que ahora rescata Tusquets. No les voy a contar lo que pasa porque nada más lejos de mí que convertirme en uno de esos spoilers que disfrutan arrebatándole al personal la ilusión de descubrir las cosas por sí mismos, pero me reconocerán que la intriga tiene más de un punto morboso e intercambiable. El comisario Kostas Jaritos, que comparte con Millás la afición a los diccionarios y conmigo el gusto por los tomates rellenos, se sumerge en la resolución del conflicto para descubrir que —faltaría más— los tres fiambres voluntarios tenían un oscuro pasado común. No soy un adicto a las (hoy) llamadas novelas negras, pero Márkaris es uno de la media docena de escritores policiacos de los que no me suelo perder las novedades. La de ahora no es estrictamente una —se publicó en Grecia en 2003, poco antes de los Juegos Olímpicos de Atenas, cuando a ciertos empresarios, políticos y periodistas se les llenaba la boca (y el bolsillo) a cuenta de la bonanza que favorecía a los audaces con pocos escrúpulos—, pero su vigencia es innegable. Luego vino lo que vino, allí y aquí. Claro que, hasta la fecha, y a diferencia de lo que ocurre en la ficción de Márkaris, entre nosotros todavía brillan por su ausencia los responsables políticos, empresariales y mediáticos que nos ofrezcan en directo su propio autoapiolamiento. En fin, a lo mejor aún no ha llegado su momento. Esperaremos —dijo, siniestro, el comentarista—.

Pesadillas

Borges, que entendía bastante del asunto (no se pierdan su conferencia ‘La pesadilla’, incluida en el libro Siete noches, 1980), solía decir que las pesadillas eran grietas por las que se colaba el infierno. No pueden ni imaginarse lo de acuerdo que estoy con el argentino, que —ay— no alcanzó a vivir lo suficiente para emitir uno de sus vitriólicos comentarios acerca del rampante populismo de la viuda Kirchner. En todo caso, las más turbadoras pesadillas son las que ofrecen contenido edípico, algo que siempre resulta particularmente inquietante (la madre es el último tabú). Una de las peores que recuerdo, al menos entre las literarias, es aquella en la que Victor Frankenstein, agotado tras el esfuerzo de fabricar a “su hombre”, besaba en sueños a su amada Elizabeth solo para comprobar que se convertía entre sus brazos en el cadáver de su madre, envuelta en un sudario “por el que pululan los gusanos”. También es edípica —y grotesca— una de las pesadillas que padece Vincent Machot, y en la que ve la vagina de su anciana y posesiva madre (cuya cabeza está a punto de comerse, también en el sueño) paseándose de un lado a otro por el suelo del comedor. Vincent es el coprotagonista de la estupenda Rosalie Blum (ediciones La Cúpula), de Camille Jourdy (Chenôve, 1979), quizá la mejor novela gráfica que he leído en lo que va de año, un prodigio de talento, sensibilidad, rigor psicológico y fluidez narrativa. Su autora, que recibió el premio al autor revelación en el Festival de Angoulême de 2009, consigue reflejar en poderosas imágenes cargadas de poesía y capacidad de observación la soledad, la frustración y el desarraigo de un conjunto de personas de tres generaciones diferentes. Y todo ello a lo largo de una intriga apasionante ante la que nunca decae la curiosidad de lector. En cuanto a mis propias pesadillas, baste con que les diga que el otro día soñé, como el señor Lockwood en Cumbres borrascosas, que me despertaba el ruido de una rama golpeando contra la ventana de mi cuarto. Cuando saqué la mano para detenerla, no me agarraron los dedos trémulos y helados (a pesar de que estamos en julio) de la pequeña Cathy, sino los de Ana Mato, la ministra de Sanidad, que quería introducirse en mi dormitorio, supongo que con la intención de someterme a una drástica cura de desintoxicación etílica. Traté de desprenderme de sus sarmentosos dedos, pero lo único que logré es que me apretaran el brazo con mayor intensidad. Me despertó el ruido que hizo el voluminoso cómic-ómnibus de Jourdy (366 páginas, 35 euros) al caer al suelo desde mi regazo (me había quedado dormido con él sobre el pecho, como si fuera el íncubo de Fuseli). Para calmarme, hice caso a los consejos de la ministra y, en vez de atiborrarme a lexatines, me tomé una taza de tila, que es más saludable y está exenta de copago.

Completitudes

Vuelve Simenon, por enésima vez, al catálogo de una editorial española. Y, como casi siempre, sus responsables afirman que lo publicarán todo entero. La última vez que nos mintieron lo hizo Tusquets, que en 1993 anunció su propósito de publicar la obra completa del genial creador del comisario Maigret. Entonces, y en un relato incluido como número cero de la serie policiaca, García Márquez expresaba su entusiasmo por el “astronómico proyecto” de Beatriz de Moura, que se proponía publicar “por primera vez en español la obra completa de Simenon en 214 volúmenes, empezando este año y terminando en el tercer milenio”. Bueno, se publicaron una cincuentena de las novelas del comisario y un par de docenas de las “serias”, lo que no es poco, pero está lejos de ser todo (70 novelas y varias docenas de relatos que tienen como protagonista a Maigret, más de un centenar de novelas “duras”, varias recopilaciones de artículos, ensayos y libros memorialísticos, entre otros). Ahora le llega el turno a Acantilado, una de las editoriales más bienquistas en los medios españoles, que acaba de anunciar que a partir del otoño “emprenderá la publicación de toda la obra de Simenon”. He intentado recabar información de la editorial, pero, teniendo en cuenta sus sorprendentes cautelosas cautelas comunicativas, tengo la sensación de que consideran lo de Simenon información “clasificada”. Allá ellos. En todo caso, para septiembre se han programado El perro Canelo (1931), un caso de Maigret, y La casa del canal (1933), una de las primeras novelas “duras” del autor. Teniendo en cuenta que en octubre saldrán otras dos (Los vecinos de enfrente y El gato), he calculado que, a ese ritmo mensual, el señor Vallcorba precisará más de diez años para publicar “toda la obra” del prolífico belga. Bueno, que tenga suerte. Pero, en todo caso, no estaría mal si empezara, al menos en la serie de Maigret (un personaje que evoluciona), por respetar el orden cronológico en que fueron publicadas.

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