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Jarvis Cocker: “Los indignados me ayudaron a salir de mi ‘egotrip”

El cantante de Pulp recopila sus mejores letras en un libro y analiza en perspectiva el fenómeno mediático que lo encumbró en los noventa, el ‘britpop’

Jarvis Cocker, líder de la banda británica Pulp, fotografiado en un hotel de Madrid.
Jarvis Cocker, líder de la banda británica Pulp, fotografiado en un hotel de Madrid.CARLOS ROSILLO

Revisa entre una americana y una camisa con un gran lamparón y encuentra en una pequeña libreta roja lo último que ha escrito. “El sexo nunca es casual. La única manera que encontré de hablarte a solas fue acostándome contigo”, declama, interpretando al autor de una antología publicada en la mejor editorial de poesía inglesa en el que se ha convertido. No escribe poemas, aclara varias veces en su última visita a Madrid, “pero ni siquiera sé si estas ideas que apunto se convertirán en canciones. Sinceramente, aún no he decidido cómo, cuándo y con quién volveré a grabar. No descarto nada”.

El año pasado protagonizó el regreso musical de la temporada con la millonaria gira de reunión de Pulp, la banda que le convirtió en los noventa en la estrella más iconoclasta del llamado britpop. Hoy, Jarvis Cocker (Sheffield, 1963) explora sin aparente sentimiento de culpa su nueva misión: ejercer de intelectual y discutir con periodistas extranjeros sobre métrica o el tardío descubrimiento de Hemingway.

Faber & Faber, la institución que se construyó sobre el genio de T. S. Eliot, ha recopilado una selección de sus mejores letras prologadas y comentadas por el propio autor, Madre, hermano, amante, que Mondadori presenta ahora en España en versión bilingüe. Además, la misma empresa le ha fichado como editor, confiando en su agenda para embarcar a otros compositores pop en proyectos similares. Cocker admite que el medio año que lleva en el cargo aún no ha dado su frutos.

El autor de Common People, el himno a los desclasados que la prensa anglófila ha consagrado como obra cumbre del pop de su generación, ya no se ensaña con el fenómeno mediático que le dio la fama y tras el que quiso regurgitarla. “El britpop mostró potencial revolucionario, fue la última vez que la música expresó algún tipo de función social”, rememora.

Pregunta. ¿Cuál fue entonces el problema?

Respuesta. Aparte de tener el nombre más mierdoso de la historia para un movimiento, que cuando consiguió la atención, no tuvo ni idea de qué hacer con ella. Trató de recrear lo que ocurrió en los años sesenta, pero en vez de fijarse en las ideas radicales se quedó con la ropa.

P. ¿La afiliación del fenómeno al entonces candidato Tony Blair fue su última condena?

R. Es fácil criticarlo desde la perspectiva actual. Cuando apareció el nuevo laborismo todos estábamos entusiasmados. Las cosas cambiaron cuando se impuso el nuevo criterio para valorar los triunfos: que todo fuera financieramente viable.

P. ¿Ha estado alguna vez en algún lugar que no fuera la oposición?

R. Probablemente no. Siempre está bien sopesar puntos de vista alternativos al oficial. Cinco copas después quizá te animes a explorar uno, aunque a la mañana siguiente lo deseches. La vida es un aburrimiento sin esa lucha interna.

P. ¿Dedicarle el concierto de regreso a los indignados barceloneses unas horas después de que fueran desalojados violentamente de la Plaza Cataluña fue algo más que un golpe de efecto?

R. Conviene no ponerte a denunciar situaciones políticas que no entiendes o conoces bien. Una hora antes de actuar, uno de los organizadores del Primavera Sound nos sugirió solidarizarnos públicamente con la causa, que era bien simple: que la policía golpee a manifestantes pacíficos es malo aquí y en cualquier lado del mundo. Fue mi primer contacto con los indignados, un movimiento que se ha extendido hasta a mi país y que me ha interesado mucho. Yo estaba sumido en el ‘egotrip’ del regreso de Pulp y fue como un liberador baño de realidad: había cosas ocurriendo en el mundo exterior. Eso salvó el concierto.

P. ¿Que se refieran a usted constantemente como “tesoro nacional” dificulta la relación que tiene con su ego?

R. Tengo un ego, me gusta que me digan que soy genial, que se respete mi trabajo. Y no quiero parecer ingenuo, pero no sé por qué ocurre. Me fascina el mundo, seguramente porque nunca he entendido cómo funciona.

P. ¿Qué cosas que detestaba está empezando a tolerar con la edad?

R. Phil Collins. Le vi en un viejo número de la revista Rock & Folk y pensé, guau, tiene un estilo bastante guay. Con la edad tienes que empezar a ser más pragmático.

P. Estuvo 17 años anhelando el éxito, que le llegó ya mayorcito, bien entrada la treintena, y parece que se le atragantó.

R. Lo disfruté durante un rato, pero, aunque sea una obviedad, la realidad es siempre muy distinta. Aun así, fue una suerte detectar la ambición de ser famoso a los ocho años. Otros sueñan con ser bomberos o astronautas y no lo consiguen. La clave para llevar una vida feliz es no tener mucha imaginación.

P. Se convirtió en un habitual de los tabloides desde que en 1996 interrumpió la actuación de Michael Jackson en una gala de los premios Brit. ¿La dictadura de la prensa amarilla en Reino Unido ha convertido el estrellato en un suplicio?

R. Ser humano consiste en estar pecando constantemente. La consecuencia de que los medios aireen la vida privada con tanta intensidad es que las celebridades se han vuelto aburridas. Porque la clase de gente a la que no pillan nunca en situaciones embarazosas es aburrida. Lo que más me irrita del escándalo que rodea a Rupert Murdoch y a los tabloides es que intentan hacernos creer que se guían por una necesidad moral, que por el bien del interés público tienen que mostrar la desesperación de un pobre desgraciado o la mujer con la que se está acostando.

P. ¿Que sentencia dictaría si fuera el juez del caso?

R. Les deseo una vida entera en prisión.

P. ¿Qué piensa su hijo Albert de Sheffield, la ciudad donde usted creció?

R. Allí vive todavía mi hermana y le llevo a menudo. Está bien que vea el mercado donde yo solía trabajar con quince años. Mi novia se ríe cuando cuento esa historia. Supongo que imaginaba un trabajo duro de jornada completa cuando, la verdad, solo se trataba de unas horas los sábados. Que se ría, pero es lo más parecido que jamás he tenido a un trabajo formal. También me alegro de que Pulp se haya reunido para que Albert comprobara que no soy solo ese señor que está sentado todo el día en el sofá.

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