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Columna
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Huevos revueltos

David Trueba

La leyenda cuenta que Paul McCartney trasteaba con la melodía de Yesterday pero, sin dar con la letra precisa, en el estribillo encajaba Scrambled Eggs. No se las daba de compositor inmortal, no. Hasta Colón, cuando descubrió América, no andaba seguro de adónde iba. ¿Y qué tendría esto que ver con la apreciación del trabajo de Sara Carbonero como periodista deportivo durante la Eurocopa? Vayamos por partes, porque España, en este asunto, se comporta de una manera llamativa.

Para empezar resulta infeccioso el modo con que asumimos el trato a las mujeres conocidas. Basta apreciar cómo a una ministra por ser mujer se le juzga el maquillaje, el vestuario o hasta la línea, sin caer en la cuenta de lo patético que resulta. Sobre todo cuando no es asunto de interés ni la corbata ni el bigote ni la calva de sus compañeros de oficio. En televisión, las mujeres periodistas empiezan a padecer exigencias en maquillaje (excesivo) y vestuario (sobredimensión del canalillo, véase RAE) marcada por los directivos, gente que habitualmente considera su zafiedad propia como la general del país, y no suelen equivocarse. Sara Carbonero, entre comentaristas futboleros que nadan a brazadas en testosterona, es la elegida como centro de todas la dianas del ingenio, la chanza y la supuesta exigencia profesional del personal.

Por más prevención que interponga en su relación con Casillas, uno de los indiscutibles héroes en los triunfos de La Roja, el morbo se dispara hasta el grado de vileza. La respuesta no ha de ser el autocontrol que a ratos llega a la tensión insostenible y al envaramiento febril. Hay en Sara Carbonero una rigidez que no sirve para combatir la dinámica cutre de nuestra sociedad, sino que acaso la acrecienta y almidona su belleza. Cuanto antes se sacuda esa defensa enrocada, que entorpece su comunicación, antes romperá esa lente de microscopio que se ha posado sobre ella. Sucede también con Letizia Ortiz, pero la envidia invasiva de los demás, la inquisitiva maldad, no se combate con el denodado esfuerzo de aspirar a la perfección, sino imponiendo la relajación, el disfrute y el libre desapego por lo que piensen los demás. No olvidando jamás que Yesterday un día solo fue Huevos revueltos.

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