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Columna
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Pirlo

David Trueba

Lo que hizo Pirlo el domingo en la tanda de penaltis contra Inglaterra confirma una frase que repetía Rafael Azcona para cabreo de algunos: "Las mayores demostraciones de inteligencia las he visto en algunos lances del fútbol". Lo que hizo Pirlo fue utilizar la habilidad para voltear el estado de ánimo. Su equipo había llegado a la ruleta de los penaltis después de jugar mejor y se encontraba en desventaja tras el fallo de un compañero. El portero contrario, Hart, decidió exhibir una especie de tonta altanería para achantar a los rivales. Así que Andrea Pirlo lo vio tan crecido y tan seguro que intuyó que no bastaba con marcar el gol, había que invertir el estado de ánimo. Así que ensayó una cucharita a lo Panenka y logró que el balón entrara suave y despacito por el mismo centro de la portería. Unos se vinieron abajo, los otros arriba.

El fútbol se ha convertido en una ceremonia tan invasiva que es imprescindible protegerse de él como del sol en verano. La atención desmedida que recibe en un panorama tan demoledor como el actual es un insulto a la sensibilidad social. Pero sería estúpido perderse esos estallidos de ingenio por culpa del prejuicio que convierte en irritante lo que se hace en exceso popular. En esa inteligencia para cambiar la dinámica está la más elocuente denuncia de quienes insisten en la demolición de derechos, conquistas y protección ciudadanos, pero siguen enfrascados en no se sabe muy bien qué, pero que podríamos definir como la política del patadón a seguir.

La Eurocopa nos ha dejado la imagen de Merkel y Rajoy viviendo los partidos con bastante más intensidad que viven las cumbres financieras. La nueva publicidad sobre la selección española se apoya en anuncios de estilo argentino sobre la patria unida y el éxito colectivo que bordean lo cursi. Las hermanas Telecinco y Telecuatro, tras años en que desde la cadena se insistía en la falta de rentabilidad del fútbol televisado, se aplican en su estilo. Pero todo eso se puede soportar gracias al gesto de alguien como Pirlo, cuyos 33 años de futbolista, equivalen en la edad de las personas normales a unos 80.

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