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OBITUARIO

Henry Hill, un gángster de película

Su vida inspiró el personaje de Liotta en el filme de Scorsese ‘Uno de los nuestros’

Henry Hill, durante una entrevista en la cárcel en 1997.
Henry Hill, durante una entrevista en la cárcel en 1997.MIKE DERER (AP)

De profesión gángster, Henry Hill (Brooklin, Nueva York, 1943), le sirvió como inspiración a Scorsese para retratar el mundo de la mafia a través de su película Uno de los nuestros (1990), protagonizada por Robert De Niro, con Ray Liotta en el papel de Hill, fallecido de una improbable muerte natural —padecía desde hacía tiempo una enfermedad cardiovascular— el martes en un hospital de Los Ángeles (EE UU), a los 69 años. En una de las entrevistas que había concedido en sus últimos años, mostró su extrañeza por alcanzar edad tan provecta: “Es surrealista, totalmente surrealista estar aquí todavía. Nunca pensé que pudiera llegar a alcanzar esta edad. Estoy enormemente agradecido de estar vivo”.

La sorpresa de Hill, qué duda cabe, no era infundada. Tras una brillante ejecutoria en la mafia y organizar el que en su época fue el golpe más lucrativo del crimen organizado, Hill, como relata el clásico de Scorsese, se había reformado e iniciado una segunda carrera como soplón del FBI, que le incluyó en su programa de testigos protegidos hasta que recayó en la delincuencia... después de lo cual saltó al mundo del espectáculo. Hill siempre tuvo claro que su muerte se produciría siguiendo el ritual mafioso: un balazo por la espalda tras lo cual su cadáver acabaría sirviendo de cimiento en cualquier obra o lastrando el fondo de una ciénaga.

Hill provenía de una familia trabajadora, de origen irlandés por la rama paterna e italiano por la materna. A los 14 años se unió a los hermanos Vario, asociados a la que entonces se había convertido en una de las más poderosas familias de la mafia neoyorquina, los Lucchese. Aunque sus raíces medio irlandesas limitaban sus aspiraciones en el escalafón mafioso —podía ser asociado de una familia pero no miembro de pleno derecho— ascendió con relativa rapidez por su destreza en las artes del oficio: robo a pequeña y gran escala, incendio de los negocios de la competencia, estafas, amaño de apuestas deportivas. En particular, fue muy valorado su silencio en las varias ocasiones en las que fue detenido.

En 1978 se presentó su gran ocasión: su banda atracó las oficinas de la Lufthansa en el aeropuerto JFK de Nueva York y se hizo con un botín de unos 6 millones de dólares (en torno a 20 millones de euros al cambio actual). Un golpe récord que, aparte del filme de Scorsese, inspiró otras dos películas. Pero fue morir de éxito: los participantes en el golpe empezaron a matarse entre sí y cuando, un año después, Hill fue detenido por tráfico de drogas, se decidió a contar al FBI todo lo que sabía temiendo por su vida. Su testimonio envió a 50 miembros de la familia a prisión y Hill y su familia se acogieron a un programa de protección de testigos. Sin embargo, el curtido gángster nunca dejó de sentir nostalgia por su antiguo esplendor: tras recaer en numerosas ocasiones en la delincuencia, en 1987 fue detenido en Seattle —aún en el programa de protección de testigos— por tráfico de drogas. En 1989 se divorció de su esposa y el FBI dejó de ofrecerle protección a comienzos de los años noventa. En 1986, el reportero de sucesos Nicholas Pileggi escribió Wiseguy, una obra inspirada en la epopeya criminal de Hill, que sirvió como base al guión de la película Uno de los nuestros de Martin Scorsese.

Una década después, el famoso mafioso consiguió rehacer en cierta medida su vida y volver a una relativa normalidad. Tuvo problemas con el alcohol y acudió a un centro de desintoxicación gracias al actor Ray Liotta, su alter ego en el filme de Scorsese. Hill llegó incluso a aparecer de tertuliano radiofónico o protagonizando documentales sobre la Mafia. En los últimos meses de su vida, según refiere su última pareja sentimental, se dedicó a solucionar asuntos personales dentro de su familia, un cometido en el que “hizo muchos progresos antes de morir”.

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